Qué no es una falacia
En la cotidianidad, el término «falacia» es, a menudo, entendido como sinónimo de mentira. Así, si alguien afirmase que el agua no moja o que usted no está leyendo esta frase ahora mismo, estaríamos ante una falacia. Sin embargo, esta concepción del término tan extendida es errónea, por mucho que la RAE la admita. Hemos de entender que la RAE se limita a recoger el uso cotidiano o general de las palabras, pero no es, ni mucho menos, un diccionario académico especializado.
Verdad y validez
Si hay una cuestión clave en todo lo que rodea a las falacias es la distinción entre verdad y validez: la verdad es una propiedad de las proposiciones, mientras que la validez es una propiedad de los argumentos. Esto quiere decir que una proposición puede ser verdadera o falsa, pero no es susceptible de ser válida o no válida. Del mismo modo, un argumento puede ser válido o no válido, pero no verdadero o falso. Es cierto que, en un argumento válido, si las premisas son verdaderas, la conclusión se sigue necesariamente verdadera1, pero no hemos de confundir los conceptos. Las premisas y la conclusión sí que pueden ser verdaderas o falsas, ya que son proposiciones. El argumento, en su conjunto, no.
Pongamos un ejemplo: imagine que afirmo que mi amigo Juan es rubio. Esto es una proposición, la cual es susceptible de ser verdadera, si es que mi amigo Juan es rubio, o falsa, si mi amigo Juan realmente es moreno, pelirrojo o calvo. Evitaré ahondar más en la noción de verdad que tan problemática puede ser y me limitaré a entenderla simplemente como una correlación palpable entre la proposición dicha y lo que entendemos por «realidad». Así, la proposición no es susceptible de ser válida, pues, para ello, tendría que ser un argumento.
Sin embargo, imagine que afirmo que, como mi amigo Juan es rubio y mi padre, que también se llama Juan, también es rubio, todos los Juanes del mundo lo son. Esto no es una proposición, sino un argumento, el cual puede ser válido o puede no serlo. En este caso, no es un argumento válido, pues se trata de una falacia que conocemos como generalización apresurada o generalización indebida. Esta falacia se da cuando se generaliza injustificadamente a partir de casos concretos.
Así, me gustaría centrarme en dos situaciones que podrían darse y que creo que esclarecen la diferencia entre verdad y validez: que las premisas y la conclusión fuesen verdaderas pero el argumento no fuese válido o que un argumento válido tuviese proposiciones falsas entre sus premisas y su conclusión. Considérese el siguiente ejemplo para el primero de los casos:
P1. Si llueve, el suelo se moja.
P2. El suelo está mojado.
Conclusión. Ha llovido.
Consideremos verdaderas todas las proposiciones, tanto las premisas, como la conclusión. Es decir, imaginemos que realmente ha llovido. Quizá te parezca un argumento sólido, pues el suelo mojado indica que ha llovido. Lo cierto es que el argumento del ejemplo es una falacia de afirmación del consecuente, un tipo de falacia formal. Lo que afirma la premisa mayor es que si llueve, el suelo se moja, no que siempre que el suelo se moje sea por la lluvia. El hecho de que el suelo esté mojado no significa que haya llovido, pues alguien podría haber tirado agua al suelo, por ejemplo. En otras palabras, A implica B sólo nos dice que A implica B, de ahí no podemos derivar que B implique A2. Asumir que B implica A porque A implica B sería como decir que sólo A puede causar B, pero esto no es correcto. En este ejemplo vemos un argumento que no es válido. Sin embargo, tanto sus premisas como su conclusión son verdaderas si consideramos un caso hipotético en el cual realmente haya llovido. Este ejemplo me parece ilustrativo, pues deja claro que podemos razonar de manera errónea incluso utilizando proposiciones verdaderas. En otras palabras, uno puede utilizar una falacia incluso aunque esté diciendo la verdad.
Para el segundo de los casos, que un argumento válido tuviese proposiciones falsas entre sus premisas y su conclusión, consideremos el siguiente ejemplo:
P1. Si tienes un gato, eres rico.
P2. Yo tengo un gato.
Conclusión. Soy rico.
Este argumento es válido. Y no, desgraciadamente para mis intereses, no soy rico, pero eso no contradice la validez del argumento. Esta es una forma de argumento válido que conocemos como modus ponendo ponens, aunque suele abreviarse a modus ponens. Esto significa que el argumento tiene una estructura válida: A implica B, y se ha dado A, con lo cual, puedo deducir B. Quizá ahora te estés preguntando cómo puede ser válido que tener un gato implique que seas rico. La respuesta es que esa afirmación no es válida, de hecho no es susceptible de serlo, lo que es válido es el argumento. La proposición «si tienes un gato, eres rico» es falsa. Recordemos, las proposiciones son verdaderas o falsas y los argumentos son válidos o no válidos. Entonces, lo que ocurre en este caso es que, si bien el argumento es perfectamente válido, la premisa mayor es falsa, lo que termina haciendo que la conclusión «soy rico» también lo sea. Supongo que este ejemplo terminará por clarificar que verdad y validez no son lo mismo. ¿De qué nos sirve, entonces, saber que un argumento es válido? Ocurre que, en un argumento deductivo, si las premisas son verdaderas, la conclusión también lo es. Imagina el siguiente caso:
P1. Si llueve, el suelo se moja.
P2. Está lloviendo.
Conclusión. El suelo se ha mojado.
Este ejemplo es, de nuevo, un modus ponens. En este caso, las dos premisas son verdaderas, por lo que tengo la garantía de que la conclusión también lo es. Si alguien quisiera desmentir que el suelo se ha mojado tendría que cuestionar alguna de las premisas. Esto es, aseverar que podría ocurrir que lloviese y el suelo no se mojase o desmentir que esté lloviendo. Así es como se rebate un argumento en Filosofía. El argumento es válido y las premisas son verdaderas, por lo que nadie puede cuestionar que la conclusión también sea verdadera. La única forma de cuestionar la conclusión sería dudar de la verdad de alguna de las dos premisas.
Qué es una falacia y cuál es su origen
Ha quedado claro que las falacias tienen que ver con los argumentos. No es una cuestión de verdad o mentira, sino una cuestión de validez. Así, la definición estándar de falacia es la siguiente: «una falacia es un argumento que parece válido, pero no lo es» (Hamblin, 2017, p. 263). Esta definición, que es la más aceptada desde Aristóteles, implica tres rasgos: su condición de argumento, su apariencia de validez y su invalidez real (Hamblin, 2017, p. 12).
De este modo, no todos los argumentos no válidos son falacias, pues es importante el segundo de los rasgos mencionados: tiene que aparentar validez. Existen distintas clasificaciones de falacias, aunque no hay ninguna oficial. Es decir, esto no es como ver los elementos de la tabla periódica, que pueden ser fácilmente consultados en su totalidad. No hay algo así como una lista que contenga todas las falacias existentes.
El primero en identificar distintas falacias y elaborar una clasificación fue Aristóteles. El estagirita trata las falacias en Refutaciones sofísticas, identificando hasta trece falacias, las cuales clasificó en dos grupos: el primero de los grupos recogía aquellas falacias que dependían del lenguaje, mientras que el segundo grupo recogía el resto de las falacias. Recordemos que los sofistas eran maestros de la retórica y eran relativistas, es decir, se mostraban escépticos con respecto a la existencia de valores o verdades universales, de manera que podían convencerte de una cosa y de la contraria.
Aristóteles advirtió que existían razonamientos erróneos o engañosos en las argumentaciones sofistas, buscando cómo podían ser identificados y contrarrestados. En última instancia, las falacias no dejan de ser malos razonamientos, lo cual no contradice la definición anterior de «argumento que parece válido, pero no lo es». Una falacia es un mal razonamiento en tanto que constituye un argumento no válido. Cuando intentamos argumentar, a veces erramos en el razonamiento. Si este mal razonamiento tiene apariencia de argumento válido, nos encontraríamos ante una falacia.
Falacias formales e informales
Ahora que sabemos qué es una falacia podemos ahondar en la diferencia entre falacias formales e informales. Una falacia puede serlo por su forma, es decir, por su estructura. En este caso, hablaríamos de falacia formal. Un ejemplo sería la falacia de afirmación del consecuente que vimos anteriormente, en la que el error se encontraba en su estructura. Esta falacia se da cuando A implica B y asumimos que, como tenemos B, podemos deducir A.
Sin embargo, en otros casos la falacia no lo es por su estructura, sino por su contenido, lo que hace que sea una falacia informal. Un ejemplo sería la falacia ad hominem, que no rebate el argumento, sino que ataca a quien lo emite. El error se encuentra en el contenido y no en la estructura. Es cierto que esta distinción se da sobre todo en autores modernos, pues antes la dicotomía no era formal-informal, sino formal-material (Hamblin, 2017, p. 275).
Sobre la intencionalidad: sofisma o paralogismo
En este punto cabría preguntarse si hay alguna diferencia entre utilizar una falacia de forma inintencionada, simplemente porque no la conocemos o no somos conscientes de ello, y utilizarla como arma retórica para engañar o imponernos argumentalmente.
Generalmente, se entiende que cuando se utiliza una falacia deliberadamente se trata de un sofisma, mientras que cuando el error es involuntario estaríamos ante un paralogismo. Sin embargo, cabe destacar que hay autores que consideran que esta diferenciación es irrelevante desde un punto de vista argumental, siendo más bien un elemento intencional o psicológico (Reñon, 2013, p. 25). En este sentido, siempre me ha gustado hacer una analogía futbolística con las manos voluntarias e involuntarias.
Actualmente se habla más de si la mano ocupa o no espacio, pero desde que era un niño he escuchado mil veces aquel argumento de que si una mano era involuntaria no había que pitarla. Ocurre que es realmente complicado conocer la voluntariedad de una acción como esta. Es decir, a menos que el jugador mirase el balón claramente y decidiese palmearlo o estirar el brazo para frenar su avance, parece realmente difícil saber si el jugador realmente quería darle o no.
Salvando las distancias, con las falacias ocurre algo similar. Es muy complicado saber a ciencia cierta qué intención hay detrás de aquel que utiliza una falacia. Es un terreno gris en el cual hay quienes prefieren no entrar, pues sólo les interesa el análisis lógico y argumental, no divagaciones sobre la intencionalidad de quienes las utilizan. Lo que parece cierto es que hay falacias más propensas a ser sofismas que otras.
Por ejemplo, la falacia de la pista falsa, conocida en inglés como red herring, implica cierta intencionalidad. Esta falacia consiste en introducir una cuestión irrelevante en la discusión a fin de desviar el tema principal. Parece complicado imaginar un caso en el cual se utilice esta falacia de forma no deliberada. Sin embargo, esto no ocurre con la mayoría de las falacias. Si alguien utiliza un argumento ad hominem, parece difícil saber si lo hace siendo consciente de ello o no. Si conocemos a la persona podemos imaginar o suponer su intencionalidad, pero esto no dejará de ser una suposición. En cualquier caso, un ad hominem siempre será un ad hominem independientemente de la intencionalidad con la que se diga.
Falacias más comunes
Resulta realmente complicado establecer qué falacias son las más comunes. Esta lista está basada en mi experiencia personal, pero no he realizado ningún tipo de encuesta o estudio al respecto. Aun así, estas son algunas de las falacias que considero que más se repiten en el día a día:
- Ad hominem: en lugar de rebatir el argumento, se ataca a la persona que lo emite. Puede darse de distintas formas, pero siempre implica un ataque al emisor del argumento. Ejemplo: – Mbappé nunca será tan bueno como Messi. – ¿Y lo dices tú que juegas fatal al fútbol?
- Falso dilema: se presentan dos opciones como las únicas posibles, cuando en realidad hay más. Generalmente, las dos opciones son polos opuestos. Ejemplo: ¿van a votarnos a nosotros o al partido que quiere pactar con terroristas?
- Hombre de paja: se exagera el argumento rival, a veces hasta un punto casi ridículo, a fin de poder criticarlo más fácilmente. Ejemplo: – Creo que los profesores no están del todo seguros en las escuelas. – Claro, tú lo que quieres es darle una pistola a cada profesor y que esto parezca Estados Unidos.
- Ad populum: se apela a que algo es muy popular o tiene mucho apoyo, con lo cual es bueno, correcto o verdadero. Ejemplo: Bad Bunny fue el artista más escuchado en 2022, así que es el mejor.
- Ad verecundiam: se apela a la autoridad. Como alguien reconocido o en una posición de poder afirma X, X es verdadero. Ejemplo: La ley de la gravedad es verdadera, ya que fue formulada por Newton.3
Bibliografía
- Gourinat, J. B. (2002). Diálogo y dialéctica en los» Tópicos» y las» Refutaciones sofísticas» de Aristóteles.
- Hamblin, C. (2017). Falacias. Palestra Editores.
- Reñón, L. V. (2013). La fauna de las falacias. Trotta.
1 En argumentos deductivos.
2 Entiéndase A como “llueve” y B como “el suelo se moja”.
3 No es verdadera porque la formulase Newton, es verdadera porque tenemos evidencias de ella. El hecho de que la formulase Newton no nos dice nada acerca de si es verdad o mentira, ya que Newton en su vida habrá dicho cosas que son mentira.