Dilema del tranvía

El dilema del tranvía (trolley problem) plantea un escenario hipotético cuya función es explorar los límites de las distintas corrientes éticas. La primera versión del problema se le suele atribuir a Philippa Foot, aunque hay quien sostiene que realmente ya había sido planteado con anterioridad (Morandín-Ahuerma, 2020, p. 203).

Imagina que un tranvía que no puede frenar va por una vía en la que se encuentran cinco personas atadas. Por suerte, una persona se encuentra fuera del tranvía y tiene la posibilidad de mover una palanca para que éste cambie de vía, evitando así el desastre. Sin embargo, advierte que en la otra vía también hay una persona atada. ¿Qué debería hacer? ¿Debería mover la palanca?

Fig. 1: Ilustración del problema del tranvía original. Fuente: Wikimedia Commons.

Antes de explorar las distintas respuestas que podemos encontrar ante este dilema, cabe hacer un breve inciso acerca de los dilemas morales. Un dilema moral plantea un escenario hipotético, de manera que se trata de un experimento mental. El objetivo no es otro que reflexionar acerca de sus implicaciones éticas y de las posibles respuestas.

Sin embargo, cuando estos dilemas se plantean en la cotidianidad, a menudo uno se encuentra con respuestas que intentan buscarle cinco pies al gato y trampear las condiciones descritas. Uno puede encontrarse con que alguien sugiere que los tranvías pueden ir hacia atrás o que hay una solución tremendamente ingeniosa que permite salvaguardar la vida de todas las personas. No se trata de eso, sino de reflexionar sobre las condiciones descritas.

En este caso, el dilema nos lleva a cuestionarnos si debemos intervenir moviendo la palanca o no. Esa es la cuestión. Si alguien comenzase a preguntarse quién ha atado a esas personas a las vías o qué hace una persona al lado de la palanca estaría perdiéndose en cuestiones vacuas. Se trata de un escenario hipotético.

El utilitarismo de Bentham

Quizá hayas pensado que lo más correcto es mover la palanca, ya que es mejor salvar a cinco personas que salvar a una. Esta postura coincidiría la de Jeremy Bentham (2003), fundador del utilitarismo, cuyo axioma fundamental es buscar la máxima felicidad del mayor número de personas (p. 4). Esto es lo que Bentham llama «principio de utilidad». Así, el utilitarismo sostiene que la mejor acción es aquella que beneficia a la mayoría. La moralidad se entiende en términos cuantitativos. En este sentido, lo correcto sería mover la palanca, pues estaríamos salvándole la vida a cinco personas a expensas de la de una.

Esta es una ética teleológica (de telos, fin), esto es, una acción es moralmente buena con base en su fin. Lo importante son las consecuencias de la acción, de manera que, si nuestra acción cumple su propósito de hacer feliz al mayor número de personas, se trataría de una buena acción.

Una de las críticas más comunes al utilitarismo de Bentham es que la mejor acción no puede ser únicamente la que beneficie a la mayoría, pues esto pone en peligro las libertades y los derechos individuales. Desde la perspectiva de Bentham podríamos justificar acciones tremendamente inmorales, como la esclavitud o la tortura, ateniéndonos simplemente a que es beneficioso para la mayoría.

Fig. 2: Retrato de Jeremy Bentham. Fuente: Wikimedia Commons.

El imperativo categórico de Kant

Otra opción sería no hacer nada, es decir, no mover la palanca y dejar que el tranvía siga su curso. Esta postura sería la de las éticas deontológicas (de déon, deber), las cuales se basan en las obligaciones y los deberes morales. La más conocida, sin duda, es la ética kantiana, de la cuál ya hablamos en este otro artículo.

Inmanuel Kant distingue entre dos tipos de mandato: el imperativo hipotético y el imperativo categórico. Los imperativos hipotéticos establecen que una acción es correcta en relación con un fin particular. Es decir, una acción es buena si cumple su finalidad, como ocurría en las éticas teleológicas. Se centran en un resultado que supuestamente se obtendrá si obramos de una determinada forma, pero que no está garantizado. Además, atienden a deseos personales, por lo que no son universales. Por estos motivos, los imperativos hipotéticos no pueden fundamentar una ética deontológica.

El imperativo categórico, por su parte, tiene como base la buena voluntad. Esto es, las acciones han de estar motivadas por el cumplimiento de la ley moral, no por su resultado. Así, la primera y la más conocida de las formulaciones del imperativo categórico es la siguiente: «obra sólo según la máxima a través de la cual puedas querer al mismo tiempo que se convierta en una ley universal» (Kant, 1996, p. 173). Esto significa que, cuando vayamos a realizar una acción, hemos de preguntarnos si nos gustaría que todo el mundo obrase de esa misma forma. Si la respuesta es negativa, entonces nunca deberíamos actuar así, sin excepciones. El imperativo categórico es, por tanto, universal.

Imagino que todos convendremos en que matar está mal, pues no nos gustaría que todo el mundo lo hiciese. Por lo tanto, no deberíamos mover la palanca, pues estaríamos matando a una persona. Da igual que lo hagamos para salvar cinco vidas, matar está mal en cualquier contexto y no debemos hacerlo. De lo contrario, estaríamos valorando una acción en relación con un fin particular (salvar a cinco personas), tal y como ocurría en el imperativo hipotético.

Además, otra de las formulaciones del imperativo categórico reza lo siguiente: «obra de tal modo que uses la humanidad […] como fin, nunca meramente como medio» (Kant, 1996, p. 189). Si decidiésemos mover la palanca estaríamos utilizando a la persona que está sola en la vía como un medio para conseguir un fin, que sería salvar a las otras cinco. Esto va en contra de la dignidad de esa persona, por lo que es moralmente incorrecto.

Sin embargo, hay quien podría objetar que si vemos que cinco personas van a morir y no hacemos nada, entonces seríamos responsables de esas muertes. ¿No iría en contra del imperativo categórico no hacer nada si vemos que alguien va a morir? A mi parecer, aunque es una consideración que hemos de tener en cuenta, lo cierto es que no podemos salvar las vidas de estas cinco personas sin utilizar a la otra persona como un medio. Desde este punto de vista, no hay forma de mover la palanca y, al mismo tiempo, preservar su dignidad.

Sin embargo, si no movemos la palanca no estaríamos utilizando a las cinco personas como medio, simplemente estaríamos dejando que el tranvía siguiese su transcurso natural, mientras que preservaríamos la dignidad de la otra persona. Por ello, defiendo que Kant no movería la palanca, aunque entiendo que es debatible.

Fig. 3: Retrato de Inmanuel Kant. Fuente: Wikimedia Commons.

La versión de Thomson

Una de las variantes más conocidas de este dilema es la presentada por Judith Jarvis Thomson en The trolley problem. Imaginemos, de nuevo, un tranvía que no puede frenar y va a acabar con la vida de cinco personas. Sin embargo, ahora el tranvía pasa bajo un puente en el cual hay un hombre obeso (Fat Man)1. ¿Deberíamos empujar a este hombre para que frenase el tranvía con su cuerpo y así salvar la vida de las cinco personas?


Fig. 4: Ilustración del problema del tranvía en la versión de Thomson. Fuente: bytesdaily.com.au

Aunque el número de vidas en juego es el mismo, lo cierto es que probablemente tu respuesta no sea la misma que en la primera versión. El dilema sigue siendo si debemos sacrificar a una persona a cambio de salvar a cinco, pero en esta ocasión no tenemos que mover una palanca, sino que tenemos que empujar a una persona a las vías. Esto hace que quienes en la primera versión optaron por una solución utilitarista, ahora no lo vean tan claro, a pesar de que, en términos numéricos, el problema sea el mismo. David Edmonds (2013) señala que, según un estudio de la BBC, cuatro de cada cinco moverían la palanca, mientras que sólo uno de cada cuatro empujaría al hombre (p. 93).

Sin embargo, las soluciones del utilitarismo de Bentham y de la ética kantiana serían la mismas. Bentham seguiría defendiendo que se están salvando cinco vidas a cambio de una, por mucho que en este caso tengamos que empujar al hombre. En el caso de Kant, empujar al hombre no sólo iría contra su dignidad al utilizarlo como medio, sino que, además, estaríamos matando a una persona, que es algo que no querríamos que se convirtiese en ley universal. Por lo tanto, no deberíamos empujarlo.

Uno podría preguntarse si realmente existe una diferencia moral entre las dos versiones o si es percibido por la mayoría de manera distinta por cuestiones emocionales. Parece que en la primera versión no pensamos que tengamos tanta responsabilidad si movemos la palanca, pues no interactuamos directamente con la persona de la otra vía y, además, ésta ya se encontraba involucrada en una situación peligrosa. Sin embargo, en la segunda versión es evidente que somos responsables de la muerte de un hombre con el que tenemos que interactuar directamente y que no se encontraba en una situación de peligro. Lo cierto es que a la persona de la otra vía también la ponemos en peligro nosotros, pues si no movemos la palanca, no le pasaría nada, por mucho que estuviese atado a las vías. En cualquier caso, parece lógico que no nos parezca equivalente el acto de empujar a alguien que el de mover una palanca, aunque el resultado sea el mismo. La interacción personal parece ser la clave de todo esto.

La versión de Unger

Peter Unger (1996) formulará otra interesante versión del dilema. De nuevo, hay cinco personas en peligro y podemos mover una palanca para desviar el tranvía. Sin embargo, en la otra vía hay otro tranvía. Si ambos colisionan, caerán por una colina y llegarán al jardín de un hombre que duerme plácidamente en una hamaca, terminando con su vida (p. 97).

De nuevo, el dilema es numéricamente el mismo: salvar a cinco personas a costa de una. Un utilitarista debería mantener su postura y mover la palanca, a pesar de que, al igual que en la versión de Thomson, la persona no se encontraba en peligro. Pero ocurre que esta vez la persona está todavía menos involucrada en la situación, ¿cambia eso las cosas? Desde luego, si es así, responde más a cuestiones emocionales y psicológicas que a cuestiones éticas.

Me parece complejo saber cuál sería la postura kantiana ante esta versión. Por un lado, deberíamos salvar a las cinco personas, por lo que tendríamos que mover la palanca. Además, no estaríamos matando directamente a la persona del jardín, sino que eso sería una consecuencia de que hayamos desviado el tranvía para que colisione con el otro. Es decir, no estaríamos utilizando a esa persona como medio para salvar a las otras cinco, sino que su muerte sería la consecuencia de que hayamos decidido obrar bien y salvar a las cinco personas en peligro. Si no nos basamos en las consecuencias, sino únicamente en qué acción es la más correcta, parece que deberíamos salvar a las cinco personas.

Sin embargo, si entendemos que la muerte del hombre del jardín no es una consecuencia de nuestra buena acción, sino la decisión de utilizar a ese hombre como medio para salvar a las cinco personas, ya que, en teoría, sabemos que si movemos la palanca el hombre morirá, entonces no deberíamos moverla. En esencia, la situación sería la misma que en la primera versión, con lo que deberíamos actuar igual. La ambigüedad de la situación permite, a mi parecer, defender ambas acciones desde la ética kantiana. Todo dependerá de a qué interpretación nos acojamos.

Es importante comentar que se sobreentiende que en ambos tranvías no hay nadie. De lo contrario, la situación sería muy diferente. Evidentemente, cualquier cambio de esta índole en las otras versiones también sería crucial. Imaginemos que en las otras versiones hay gente dentro del tranvía y nuestra decisión puede afectar a sus vidas. Sin duda, sería un elemento clave a la hora de tomar una decisión.


Fig. 5: Ilustración de la versión de Unger. Fuente: Wikimedia Commons.

Consideraciones finales sobre el dilema del tranvía

El dilema del tranvía es, sin duda, un dilema complejo. En última instancia, nuestra respuesta dependerá de nuestra moral, que, a su vez, está determinada por factores sociales y culturales. Imagina que planteamos en una sociedad profundamente racista un dilema en el cual, para salvar a una persona blanca, cinco personas negras tienen que morir. Aunque nos pueda parecer un disparate en la actualidad, la inmensa mayoría de esa sociedad optaría por salvar a la persona blanca. Este es un caso extremo, pero lo cierto es que la moral de nuestro entorno influye enormemente en nuestra visión del mundo. Por ejemplo, en la versión de Thomson, en la cual tenemos que decidir si empujamos a una persona obesa, la respuesta de una persona que ha crecido en un entorno en el que la gordofobia está normalizada estará claramente influenciada por ese hecho.

La reflexión sobre la moral corresponde a la ética, que es una rama de la Filosofía. Así, este dilema nos permite explorar las soluciones y limitaciones que presentan las distintas corrientes éticas. Resulta especialmente interesante la comparación entre distintas versiones, pues nuestra respuesta puede variar en función de cómo se nos plantee el dilema. Si bien es cierto que existen más versiones, lo cierto es que presentan cambios mínimos, por lo que se ha optado por tratar las más conocidas y que parecen tener más relevancia en el debate ético. Sin embargo, hemos de reconocer que nuestra opinión podría ser distinta si se introdujesen ciertos cambios. Alguien que rechazase una postura utilitarista quizá cambiaría de idea si en vez de cinco vidas salvase cincuenta. Del mismo modo, si alguna de las vidas en juego fuese la de un niño o la de un anciano esto también podría tener peso en nuestra decisión.

Por otra parte, la dimensión emocional tiene su importancia. En el dilema del tranvía nos referimos a personas que no conocemos, sin embargo, todo cambiaría si uno de los implicados fuese un ser querido. Del mismo modo, si supiésemos que uno de los implicados es un asesino en serie, probablemente nuestra respuesta también se vería condicionada. Es importante reconocer cómo las emociones influyen en la reflexión ética.

Hemos de tener en cuenta que el hecho de que la ética no tenga soluciones o respuestas definitivas no significa que podamos responder cualquier cosa. Nuestra postura debe estar justificada y ha de ser coherente. No todas las respuestas son igualmente válidas por mucho que no haya una respuesta objetiva. Además, hay ciertos mínimos éticos en los que una inmensa parte de la población coincide, aunque no podamos hablar de objetividad. Pongamos como ejemplo cualquier situación que involucre el sufrimiento de niños, parece evidente que casi todos estaríamos en contra. Esto abre un debate sobre si existen valores morales universales.

En definitiva, el dilema del tranvía nos es de utilidad como herramienta de reflexión ética, pero hemos de ser conscientes de que nuestras respuestas están condicionadas por diferentes factores. Además, el dilema del tranvía no deja de ser un experimento mental. Es decir, por muy clara que tengamos nuestra postura teórica, nuestra reacción en la práctica ante situaciones de este tipo podría ser muy distinta. Por ello, como mencionamos anteriormente, es importante entender qué es un dilema ético, comprendiendo cuál es su utilidad y cuáles son sus limitaciones.

Bibliografía

  • Bentham, J. (2003). Un fragmento sobre el gobierno. Tecnos.
  • Edmonds, D. (2013). Would you kill the fat man? The trolley problem and what your answer tells us about right and wrong. Princeton University Press.
  • Kant, I. (1996). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Ariel.
  • Morandín-Ahuerma, F. (2020). Trolleyology: ¿de quién es el dilema del tranvía? Vox juris, 38(1), 203-210. https://doi.org/10.24265/voxjuris.2020.v38n1.10
  • Thomson, J. J. (1984). The trolley problem. Yale LJ, 94, 1395-1415.
  • Unger, P. K. (1996). Living high and letting die: Our illusion of innocence. Oxford University Press.

1 Para no hacer referencias a su físico, se plantea como alternativa que el hombre lleve una mochila muy grande. Sin embargo, Thomson utiliza originalmente “Fat Man”.

por Ismael Rodríguez

Graduado en Filosofía. Hago divulgación filosófica en TikTok y explico falacias lógicas.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *