Aviso al lector: Casi todo lo mostrado en este artículo se ha de entender como especulación y no tanto como relato verídico en su totalidad, pues es muy difícil discernir qué es mito y qué es realidad en todo lo concerniente a Elizabeth Báthory, la Condesa Sangrienta.
Introducción
No hay, quizás, criatura mitológica que haya influenciado tanto sobre la psique humana como el vampiro. Prácticamente todas, absolutamente todas las culturas a lo largo de la historia de la humanidad, han tenido su propio mito del vampiro.
Desde el Uttuku acadio o Udug sumerio, hasta referencias actuales como Blade, la obra de novelistas como Anne Rice, o el juego de rol Vampiro La Mascarada, entre otras muchas, el vampiro siempre ha inspirado miedo, excepticismo, supersticiones…
Pero también interés y fascinación, incluso un punto erótico. El vampiro, incluso, inspira tribus urbanas y grupos de música, todos ellos vinculados con la cultura de la noche y en torno a la figura de esta figura.
No es la primera vez que en la Biblioteca de Clío hemos abordado la historia de alguien vinculado al vampirismo.
A principios del año pasado, realicé un hilo en Twitter hablando de Vlad III de Valaquia, apodado Tepes y Drakulya, el voivoda de Valaquia que resistió frente a la invasión otomana y cuya crueldad y sadismo inspiraron a Bram Stoker para la creación de su personaje Drácula, que a día de hoy se ha convertido en el arquetipo del imaginario popular sobre lo que significa ser un vampiro.
Aquí os dejamos el primer tweet del hilo en cuestión:
Sin embargo, no es ni mucho menos la única figura histórica del Este de Europa que ha inspirado historias de vampiros. Y es que este rincón del mundo ha influido mucho en el imaginario, no sólo con el mito en sí mismos sino personajes históricos que contribuyeron a su construcción.
La mujer que traemos hoy fue el centro de luchas de poder, intrigas, pero sobre todo de una leyenda en la que es imposible discernir entre la calumnia más descarada o la aterradora realidad de su persona.
En Hungría y Eslovaquia, sin importar si se trata de mito, o realidad, existe una negra leyenda alrededor de una mujer, una noble de alta alcurnia cuyas acciones y obsesión por la sangre la hicieron digna de pertenecer al imaginario del vampirismo.
Hablamos de Gabriella Erzsébet Báthory-Nádasdy de Ecsed, más conocida simplemente como Elizabeth Báthory, la Condesa Sangrienta.
Infancia y contexto familiar
Nació en Hungría en 1560, dentro de la rama de los Ecsed de la Casa de Bathory.
Sin importar si hablamos de la rama de los Bathory de Ecsed o los de Solmya, esta familia poseía mucho poder e influencia en Europa Central entre los siglos XV y XVI, especialmente en Hungría y Polonia.
Uno de sus miembros más famosos fue Esteban I Báthory de Somlya (1533-1586), quien fue prínicpe electo de Transilvania y Rey de Polonia entre 1576 y 1586. De hecho, esta persona fue tío de nuestra protagonista.
Sin embargo, corrían rumores alrededor de ellos, y no fueron pocas las veces que fueron acusados de brujería o magia negra. Anna, prima de Elizabeth, habría sido acusada de estas prácticas, junto también de haber asesinado a su propio hijo.
Se tiene constancia de que muchos miembros de la casa habían cometido aberraciones sexuales, dando a la familia una fama de extravagante y desequilibrada.
Se baraja la posibilidad de que los matrimonios endogámicos, propios de la nobleza para mantener las posesiones de la casa, pudieron haber provocado la manifestación de degeneraciones genéticas dentro de la casa de Báthory, tanto a nivel físico como mental.
Y Elizabeth no sería una excepción, pues muchos investigadores achacan estas deficiencias genéticas a los ataques que sufría cuando era una niña de 4 o 5 años.
Se cree que estos ataques podrían ser propios de la epilepsia o el síntoma de una enfermedad neurológica que derivaría en sus futuros comportamientos psicóticos.
Fue exquisitamente educada, y con el tiempo Elizabeth llegaría a hablar y leer latín, alemán y francés. Convivía con su niñera y futura cómplice, Ilona, de la que se cree, por sus declaraciones en el juicio contra su ama, había sido practicante de magia negra.
Desde bien pequeña, Elizabeth, consciente de su alta cuna, se mostraba cruel y arrogante con sus siervos y criados, y era narcisista hasta un punto enfermizo, pasándose horas delante del espejo, ensimismada, buscando arrugas de senectud.
Tenía un espejo de 2m de altura, en forma de ocho para remarcar la silueta de la mujer que en él se contemplase. Le preocupaba perder su juventud y lozanía, mostrando cada vez una mayor paranoia frente al desgaste del tiempo y la vejez.
Sería injusto no mencionar que autores e investigadores actuales consideran que la anécdota del espejo y otras historias acerca de la obsesión de la condesa por la belleza podrían ser sólo falacias basadas en el tópico machista de la vanidad femenina.
Pero con esta persona, es difícil discernir, al menos de momento y con lo que sabemos de ella, dónde termina la verdad y empieza la difamación hacia su persona.
Matrimonio, familia y brujería
Se la prometió al conde Ferencz Nádasdy, a pesar de que, conviviendo con la familia de su futuro marido, tuvo un amante que la dejó embarazada. Cuando se supo, ella fue enviada a un castillo de la familia para que diera a luz lejos de ojos indiscretos, y su amante fue castrado y echado a los perros.
Al final, se casó con Ferenz en 1575, cuando Elizabeth alcanzó los 15 años, y se mudaron al castillo de Čachtice, o Csejte, situado en la actual Eslovaquia, en el Extremo norte de los Cárpatos, cerca de la población de Trenčín.
Tuvieron cuatro hijos, de los cuales se desprendió pronto, no mostrando mucho apego a ellos y viviendo solamente para con sus caprichos. Para el mundo de la condesa, sólo importaba la propia condesa.
Tres años después de la boda, Ferencz fue nombrado comandante en jefe de las tropas húngaras en la guerra contra los otomanos, en la llamada Guerra de los Quince años.
En batalla se ganó el apodo del Caballero Negro de Hungría, pues era cruel y despiadado con los prisioneros turcos, a los que torturaba con gran saña. Se cuenta que uno de sus métodos favoritos de tortura era el empalamiento, como si fuera el heredero de Vlad El Empalador.
Se dice que Ferencz enseñó todo tipo de métodos de tortura a su esposa para que mantuviera la disciplina entre los sirvientes en su ausencia.
En las ausencias de su marido, quizá por el aburrimiento, Elizabeth empezó a buscar emociones más fuertes, dando rienda suelta poco a poco a sus fantasías sádicas. También se dice que sufría de delirios sádico-sexuales, que le producían estados de histeria.
Se le conocen dos amantes, los cuales acabaron desaparaciendo misteriosamente, y hay quien sugiere que su desaparición se pudo deber que se negaron a participar en orgías sádicas organizadas por ella.
La condesa maltrataba y torturaba a las criadas, haciéndoles cortes para beber la sangre de sus heridas, o haciéndoles todo tipo de torturas.
Agujas bajo las uñas, obligarlas coger llaves o monedas al rojo vivo, dejarlas a la intemperie durante días sobre la nieve, prender fuego al vello púbico, entre otros abusos y torturas sufrían las sirvientas de Elizabeth, llegando incluso a arrancarles trozos de carne a mordiscos.
Sería cuestión de tiempo que empezase a interesarse en la brujería y la magia negra, y de entre su cortejo destacarían Darvulia, la Bruja del Bosque de Sarvar, y Ezra Majórova, que la introduciría al consumo de diferentes alucinógenos.
Pero fue la primera, Darvulia de Sarvar, quien le indicó un ritual de magia roja para evitar el envejecimiento: bañarse en la sangre fresca de doncellas sanas.
El desencadenante
Ferencz murió en 1602 o 1604. No hay un consenso sobre su suerte, si fue por enfermedad en combate, asesinado por Giorgio Basta o una prostituta, o envenenado por su esposa.
Poco importa, pues Elizabeth, al poco de saberlo, despidió a su suegra y a todos los componentes de su familia política y séquito, y se cebó en las sirvientas y criadas por las que su suegra había mostrado alguna predilección.
Al poco de la muerte de su marido, Elizabeth, castigando a sus sirvientas, soltó un bofetón tan fuerte que la hizo sangrar por la nariz. La gota de sangre cayó sobre la piel de la condesa, quien creyó que allí donde había caído la sangre, la piel se blanqueaba y rejuvenecía.
Lo más probable es que no hubiera tal rejuvenecimiento de la piel, y que la condesa, de mente ya perturbada, sólo vio lo que quería ver. Algo hizo click en ella, y desde ese momento empezó a fantasear con la idea de bañarse en sangre para rejuvenecer la piel , a plantearse si Darvulia tenía razón.
Se habla de un diario en el que apuntó el nombre de todas sus víctimas. La cifra supera las 600 doncellas de los pueblos vecinos, que fueron al castillo de Elizabeth bajo excusa de servir como sirvientas suyas, mientras que otras eran raptadas por sus colaboradores.
Sentada en su sillón, la condesa daba órdenes a sus acólitos para que realizaran las atrocidades que ella deseaba ver. Cortes, amputaciones de pezones o vulvas, introducción de hierros candentes en ciertos orificios, todo aquello realizado para mayor placer de la Condesa, que llegaba a tal estado de éxtasis que acababa participando en la tortura, la cual se prolongaba hasta la muerte de la víctima.
Llegado el momento, pagó a un herrero una doncella de hierro, un sarcófago dotado en su interior de púas y puntas afiladas, herramienta de tortura muy extendida en la época. Sin embargo, tuvo un desempeño muy particular en manos de la Condesa.
Mediante sistema de poleas, este objeto era suspendido en el aire, encima de una bañera.
Se introducía dentro del sarcófago a la muchacha, bajo la atenta mirada de la condesa, vestida solamente por un camisón de lino con el que se introducía en el baño.
Una vez dentro, se zarandeaba la jaula para que la muchacha perdiera el equilibrio y chocara contra las mortales puntas.
Entonces, la sangre corría, resbalando por la jaula hacia la bañera de la condesa, manando libremente la sangre hasta que la doncella moría desangrada.
En esa bañera llena de sangre, Elizabeth, cuentan, permanecía horas, ensimismada, y cuando acababa, mandaba que trajeran luz y volvía a sus aposentos, mientras que sus colaboradores limpiaban los restos de sangre de la estancia.
Las primeras sospechas
Pronto, la desaparición de tantas chicas dejó de pasar inadvertida, y los rumores sobre posibles rituales sangrientos llegaron al pastor protestante Istán Magyari.
Magyari empezó a hacer preguntas a la Condesa sobre la cantidad de doncellas muertas (todas ellas con signos de torturas) que le llegaban desde Cachtice (o Cesjte), pero Elizabeth le respondió con amenazas.
Se tiene constancia que entre 1602 y 1604 Magyari había denunciado las extrañas y numerosas muertes a la curia clerical.
Mientras Magyari realizaba las denuncias, la condesa siguió con sus rituales, de cuyas víctimas se deshacía ahora enterrándolas en el jardín, abandonándolas en el campo o tirándolas al río.
Se sabe incluso el caso de una niña de doce años, Pola, que pudo escapar del castillo y refugiarse en una aldea cercana. Pero las cómplices de la condesa la atraparían de nuevo, y la misma noche en la que la trajeron de vuelta al castillo, la torturaron toda la noche y la desangraron para el baño de la condesa.
Sin embargo, había algo que cada vez preocupaba más a la condesa. conforme pasaba el tiempo, Elizabeth veía que algo estaba saliendo mal, muy mal, con los rituales.
Por muchas doncellas que sacrificara, por muchos baños de sangre que hiciera, le estaban empezando a salir arrugas, y poco a poco iba envejeciendo como una mortal más, lejos de estar rejuveneciendo como le habían prometido.
Lejos de disuadirla de seguir usando el ritual, la Condesa pensó que no estaba utilizando la sangre más efectiva. Sí o sí, en su perturbada mente el método era efectivo, pero no estaba utilizando la mejor cosecha.
Necesitaba la sangre de más calidad. La sangre de una doncella noble.
El descubrimiento de los crímenes
Empezó a invitar a hijas de campesinos enriquecidos y a las doncellas de la baja nobleza, bajo la excusa de instruirlas y enseñarles los modales propios de la nobleza.
A las acusaciones del pastor Magyari pronto se unirían las denuncias de los nobles y ricoshombres que pedían explicación sobre la desaparición de sus hijas, de las cuales recibían excusas muy pobres como que se habían suicidado.
Las desapariciones de las chicas y los rumores de magia roja alrededor de la Condesa de Cesjte llegaron a oídos del rey Matías II de Hungría y emperador del sacro imperio, que en 1610 ordena investigar el caso al palatino Juraj Thurzó, primo, pero también rival político, de Elizabeth.
El 29 de diciembre de 1610 Thurzó se dirigió con el pastor, notarios y soldados y el gobernador local al castillo de la condesa, que estaba sin guarnición. El propio palatino explicó a su esposa en una carta lo que vio.
Cuando entraron en el castillo, vieron una sirviente agonizando en el cepo, con los huesos de la cadera rotos. Con ésto nadie se sorprendió, pues era una práctica habitual entre los nobles para castigar a sirvientes desobedientes.
Al entrar en el edificio principal, les vino un intenso olor a podrido, y vieron el cuerpo de una chica desangrada junto a otra que estaba viva, pero con muchas heridas y perforaciones.
Barriles de ceniza y serrín por todas partes, con los que se recogí
En el piso de abajo, encontraron una docena de chicas vivas, llenas de heridas y cortes, que estaban ahí encerradas desde hacía semanas.
Habían barriles de ceniza y serrín por todas partes, con los que recogían la abundante sangre derramada durante las torturas.
Aun así, manchas negras de sangre seca salpicaban todo el castillo, y en la chimenea todavía estaban los restos de un cuerpo a medio quemar.
Todo ésto era prueba suficiente para dar credibilidad a los rumores.
La condesa fue arrestada en su castillo y sus colaboradores fueron llevados para ser interrogados, per no fue el caso de Majórova, que pudo escapar par ocultarse en los bosques, y nunca más se supo de ella.
Juicio y castigo
Se realizó el juicio el 7 de enero de 1611, en Biscé, y la asistenta y las sirvientas del castillo confesaron bajo tortura que las doncellas sacrificadas para los rituales de la condesa rondaban entre las 600 y las 700.
También declararon nobles, plebeyos, sacerdotes y sirvientes, afirmando que los cadáveres que les habían mandado desde Cesjte tenían múltiples pruebas de que las muchachas habían sido torturadas.
Amputaciones, cortes,quemaduras en el rostro y los órganos genitales, y demás atrocidades.
Todos los colaboradores y acólitos de Elizabeth Bathory fueron ejecutados mediante la hoguera o la decapitación, y el propio rey Matías hubiera deseado que éste fuera el destino de la principal responsable, pero esto podría haber provocado un conflicto con Gabriel Bathory, príncipe de Transilvania y primo de la condesa.
Al final, Elizabeth fue condenada a ser emparedada viva en una habitación de en una torre del castillo. Permaneció allí, en sus habitaciones, enajenada, sin joyas ni adornos personales, y con puertas y ventanas tapiadas.
Rodeada de sus propias heces y en una absoluta oscuridad, Elizabet Bathory sobrevivió durante años.
El rey Matías exigiría que fuera condenada a muerte, pero Gabriel le convenció de que retrasara el cumplimiento de la pena.
Cada seis meses un clérigo iba a visitarla a preguntarle si se arrepentía de sus crímenes, pero ella siempre respondía que aquellas eran sus tierras, y que la gente de las mismas le pertenecía. Según ella, estaba en su derecho.
El 21 de agosto de 1614 Elizabeth Bathory, ya conocida como la Condesa Sangrienta, moría con 54 años entre las cuatro paredes de su estancia.
Según cuenta la leyenda, al entrar por el cuerpo, los carceleros encontraron un escrito en el que ella hacía una petición al demonio, para que enviase 99 gatos al rey Matías para que lo castigase.
Debido a que los vecinos del castillo donde residía se negaron a que la inhumaran allí, sus restos se enterraron en Ecsed, lugar donde la familia tenía posesiones desde antiguo, y hablar de Elizabeth Bathory se volvió un tabú en Hungría.
No se puede olvidar que las instituciones en el poder no actuaron hasta que las víctimas empezaron a dejar de ser campesinas, y por miedo a la alta posición de los Bathory no intervinieron hasta años después.
¿Verdad o difamación? la realidad política de Elizabeth
Sin embargo, han aparecido historiadores e investigadores como László Nagy que se preguntan si a lo mejor Elizabeth no fue sino víctima de una conspiración por parte del rey de Hungría para hacerse con sus posesiones.
Cuando Elizabeth enviudó, era la señora feudal de un importante condado de Transilvania, metida en todas las intrigas de aquellos tiempos, pero sin un ejército que protegiera sus territorios.
Transilvania, por aquellos tiempos, era un principado independiente con monarquía electiva, bajo un método de elección muy parecido al del sacro imperio romano germánico.
El príncipe electo de transilvania, además, tenía tierras en la actual eslovaquia, que en aquellos tiempos era territorio húngaro, por tanto, siendo dependiente en parte también del sacro imperio.
La propia Elizabeth participó de manera activa en la política de Transilvania al apoyar económicamente la candidatura de su primo Gabriel, que una vez electo entraría en conflicto con los germanos.
Elizabeth estaba aislada y en riesgo de ser acusada de traición al haberse situado en medio de las conspiraciones y enfrentamientos entre su primo, Hungría y Sacro Imperio, y ella no poseía ejército ni medios para defender sus territorios.
Es cierto, y es importante tenerlo en cuenta, que tanto el rey Matías con el conde Thurzó tenían interés en echar mano de territorios y posesiones de la condesa.
Casualidad, que dos años después de la muerte de la condesa sus tres hijos, los cuales habían sido declarados herederos de Elizabeth cuando redactó su testamento en cautiverio, fueron acusados de traición por el apoyo de Elizabeth a su hermano contra los alemanes .
La propia prima de Elizabeth, Anna, fue torturada, y buena parte de los familiares directos de la Condesa se vieron obligados a huir a Polonia, pero regresaron a Hungría después de 1640.
A ésto hay que añadirle que desde el principio Matías quería aplicar la pena capital a la condesa. Y según la ley, si se hubiera aplicado la pena capital, las propiedades de la condesa pasarían confiscadas al rey en vez de permanecer en manos de los Báthory.
¿Acaso las acusaciones y el juicio a su persona fueron fruto de una campaña de difamación, propaganda usada para desestabilizar el poder de una noble y hacer que sus posesiones acabasen en manos del monarca?
Sería imprudente descartar esta posibilidad. No podemos olvidar que en la Europa de aquellos tiempos era común castigar con excesiva crueldad a siervos y pupilos, en unos tiempos donde no existían los derechos humanos.
Quizá, fuera una mujer como cualquiera de su tiempo, víctima de un juego entre bambalinas en su contra, cuyas actividades de tortura habrían sido tergiversadas y exageradas para llevar a cabo la conjura que la emparedó viva.
De hecho, el diario donde se supone que están apuntados los nombres de sus 600 víctimas, jamás apareció, y se desconoce su paradero. Igual ni siquiera existe semejante registro.
O realmente sí, fue una torturadora psicótica y asesina en serie, amparada por su posición privilegiada, la cual dejó de protegerla cuando empezó a coleccionar víctimas dentro de la nobleza, y que sus enemigos políticos supieron aprovechar ésto a su favor.
Lo más probable es que jamás sepamos qué ocurrió en realidad en Cesjte y qué fue lo que de verdad provocó la caída de Elizabeth.
Sangrienta inmortalidad
Pero sin importar si fue realidad o fruto de difamaciones para quitarse a una rival política con objetivo de aumentar el poder real, la Condesa Sangrienta es una de las figuras más importantes del imaginario vampírico.
Los acólitos del vampirismo la tienen como una heroína, además de una perfecta discípula satánica o modelo de sacerdotisa luciferina, una mujer que consiguió traspasar el umbral de la vida, una iniciada en la no muerte.
Piensan, sus más fieles seguidores, que Elizabeth logró alcanzar su objetivo a través de esos rituales, alcanzando la juventud eterna y trascender las leyes de la vida y la muerte.
Hoy en día, según cuentan, la Condesa Sangrienta podría seguir entre nosotros, gracias a aquellos baños de sangre que la acercaron a la intrascendencia.
Alimentándose de la sangre de sus víctimas por toda una eternidad de sangre y oscuridad.
Hasta aquí el artículo sobre la Condesa Sangrienta, una mujer cuya historia viene de maravilla para estos días de Halloween.
Se despide de vosotros Bernat. Un saludo, y recordad no acercaros demasiado a ciertos caelljones por la noche. Quién sabe qué criatura de la noche estaría esperándoos para hincaros el diente.
Porque la promesa de una eternidad de sangre y tinieblas siempre es tentadora… Pero es muy probable que quien os la de, tenga otras intenciones en mente…
… Y no tienen por qué beneficiaros.
Bibliografía consultada
Arries, Javier. (2007). Vampiros: la historia de nuestra eterna fascinación por el señor de la noche. Barcelona: Ed. Planeta.
Harai, D. (Abril, 2019). Transilvania y la revuelta de Bohemia. Desperta Ferro: Historia Moderna, 39, pp. 62-65.
Veszprémy, L. (Marzo, 20, 2020). Vlad Tepes y la Orden del Dragón. Octubre, 29, 2020, de Desperta Ferro Sitio web: https://www.despertaferro-ediciones.com/2020/la-orden-del-dragon-vlad-tepes/