Todo comenzó con un golpe de mala suerte
Desde hace siglos, en el lugar de origen de la ruta de las especias, los indios se encontraron con las flotas de los Ming, más avanzadas y grandes que cualquier otro barco de la tierra.
El navegante chino Zheng He, lanzó la séptima expedición de la India en 1433. Los chinos llevaban consigo múltiples cerámicas, manufacturas de diferentes estilos, y oro, durante aquellos tiempos existió todo una edad de oro del comercio asiático.
Sin embargo, Zheng He acabó muriendo, y con él los sueños expedicionarios chinos. Las flotas estelares fueron destruidas por el emperador, y los conocimientos de cómo fabricarlas también fueron eliminados. El Imperio Chino se cerró al mundo por mar y tierra, dejando un vacío de poder en Oriente, que esperaba ser ocupado por otra potencia.
Desde la otra punta del mundo, un insignificante reino en comparación (Portugal), quedaría excluido del tumultuoso intercambio de ideas y bienes comerciales del Mediterráneo.
En el extremo de Europa, en la periferia del Renacimiento, los portugueses tan solo podían contemplar e imaginarse con envidia las riquezas de las ciudades como Venecia y Génova, que monopolizaban el mercado de bienes suntuarios de Oriente, las especias, sedas y perlas, que llegaban de las ciudades islámicas de Alejandría y Damasco.
Los portugueses solo tenían el océano a su alcance. La costa portuguesa termina en un rocoso saliente con vistas al Atlántico, el cabo de San Vicente, la proa de Europa, el punto suroccidental del continente. Todas las certezas acababan ahí, desde los acantilados, un ojo puede observar la vasta extensión del agua y siente el azote del viento.
El horizonte se curva al oeste hasta desaparecer donde el sol se hunde en una noche desconocida. Durante miles de años, los habitantes de la península no contemplaron nada más allá de eso. Cuando hace mal tiempo, las grandes olas golpean la pared de los acantilados, una espuma se alza y sumerge siguiendo el ritmo del eterno mar.
Lejos de todo aquel comercio fructífero de la India, del olor de las especias, y de las flotas celestiales chinas, Portugal se lanzó a la conquista de Ceuta con el propósito de crear un mercado cercano para las caravanas del oro africano en 1415. Tras una dura batalla, los portugueses se alzaron victoriosos, pero las caravanas no circularon por Ceuta.
La fantasía y la ciencia para alcanzar una meta
Enrique el Navegante no era un gobernante aceptable, de hecho no quería saber nada de su trono. Tercer hijo del rey Juan I y Felipa de Lancaster, se convertiría en uno de los monarcas más famosos de la Casa de Avís. Un joven que mantenía una fuerte convicción por las justas de caballería, el código caballeresco y sobre todo, una preferencia a navegar.
Tras su bautismo de sangre en Ceuta, en 1415, descubrió que los portugueses no podían tomar los centros comerciales musulmanes como si nada. Las caravanas de Ceuta acabaron por cambiar su destino a Tremecén o Túnez, por lo que Ceuta acabó en la ruina, y pasaría de ser el centro comercial más rico de Marruecos a una simple fortaleza portuguesa en la costa.
Enrique el Navegante sabía que para conseguir las especias se debía llegar a la fuente de origen. Con este propósito, aprovechó todo su dinero y poder para promocionar una nueva generación de marineros, geográficos, matemáticos, etc., para alcanzar dicho objetivo.
Estas expediciones eran empresas modestas que contaban, como mucho, con tres navíos. Las impulsaba la exploración, los saqueos, y el comercio, movido este por la simple idea de la curiosidad etnográfica. Cada cabo o bahía debía ser descubierto, delinear la forma del continente a través de costas desiertas, frondosas orillas tropicales o los grandes ríos, como los de Senegal y Gambia.
Las embarcaciones eran carabelas, una invención exclusiva de Portugal, un trabajo donde se juntó la técnica árabe y portuguesa, cuyas velas latinas triangulares permitían navegar de bolina, algo totalmente impresionante, ya que permitían alejarse de la costa guineana gracias a su poco calado y las hacía ideales para abrirse camino por los estuarios.
Se trataba de los navíos más aptos para navegar los mares, tenían apenas veinticinco metros de eslora y seis de manga, contando un espacio limitado para los suministros, y eran capaces de aguantar largas travesías oceánicas que no podía hacer ninguna otra nave de la Tierra.
¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a Enrique el Navegante a financiar estos proyectos de exploración?
Había diversos motivos, condicionados por la geografía portuguesa. El reino era pobre y pequeño, no podía aspirar más que a observar la inmensidad del Atlántico y envidiar las riquezas de los países del mediterráneo, estaban atrapados en su propia geografía.
Los portugueses pudieron experimentar una porción de la riqueza de aquel mundo oriental en la fortaleza de Ceuta, donde Enrique y los nobles hidalgos pudieron acceder al oro africano, las especias y los esclavos negros.
Los portugueses accedieron a unos mapas mallorquines en los que cartógrafos judíos avisaron que en África los ríos eran de oro, caravanas enteras que transportaban oro y joyas de reinos lejanos como el reino de Musa, el reino de Mali gobernado por un rey de reyes desde principios del siglo XIV, un reino africano el cual controlaba las minas de oro de Senegal y cuya riqueza era superior al de cualquier imperio europeo.
Se llegó a pensar que estos ríos de oro desembocaban en el Nilo, y los portugueses llegaron a pensar que África podía cruzarse a través de ríos, algo que facilitaría la expedición.
Las leyendas medievalescas contaban rumores sobre la existencia de un monarca cristiano capaz de dirigir gigantescos ejércitos, más rico y poderoso que la antigua Roma, y que si se llegase a una alianza con él, podría ayudar a destruir el islam desde oriente: El Preste Juan.
Lisboa, centro del conocimiento naval
La Casa de Avís presentó estos viajes al Papa como si fuera una nueva cruzada, una continuación de aquellas surgidas en los siglos XII-XIII contra el Islam. Los portugueses habían logrado concluir la Reconquista antes que sus vecinos castellanos, por lo que se había instaurado antes que Castilla y Aragón, un sentimiento aún en pañales de identidad nacional.
Este sentimiento era exclusivo de Portugal, se basaba en la “guerra santa”, el reino no descansaría hasta librar al mundo del Islam de una vez por todas. La Península Ibérica era el comienzo del fin del control del Mediterráneo por los musulmanes.
El plan de bordear África no solo contaba con acceder a la ruta de las especias, sino destruir Damasco y conquistar Jerusalén. Entonces, llegar a la Meca y destruir la ciudad hasta sus cimientos. Una “guerra santa” medieval envuelta en la moderna percepción renacentista de la exploración. Una mezcla de lo antiguo y lo nuevo que solo se dio en la península.
Los mapas, los viejos cuentos medievales, las imágenes de ríos de oro de los mapas catalanes, dieron todo un impulso a la imaginación de los reyes portugueses que pensaban que controlando las ricas caravanas de oro, las jugosas rutas de las especias, y contactar con el Preste Juan para forjar una alianza militar, se acabaría dando la posibilidad de ver derrumbarse el mundo musulmán.
La sola idea de flanquear el Islam, que, por el siglo XV, estaba asolando y dominando el mundo Europeo económicamente, atrajo a Enrique el Navegante a financiar los proyectos de navegación africanos.
Con su muerte, la iniciativa se vino abajo, y pudo haberse quedado en nada, ya que no se recuperó hasta 1470, cuando Constantinopla ya había caído, y la crisis de las especias hizo temblar a los mercados venecianos y genoveses.
Juan accedió al trono en 1481, se recuperó el proyecto y dio un siguiente paso. Juan era un rey de rostro alargado, de barba negra, corpulento y con una expresión seria y austera que en la época asociaban a lo que una figura regia debía transmitir al público.
La ironía de una decisión trascendental
La historiografía portuguesa sitúa a Juan como el monarca perfecto, la figura nacional que sentó las bases del Imperio Universal y creó los cimientos de la conciencia nacional portuguesa. Lisboa se convirtió en una especie de laboratorio, una ciudad de frontera, donde la exploración parecía tener todas las respuestas a los problemas del país.
Se reunieron científicos de toda Europa, astrónomos, científicos, cartógrafos y mercaderes que acudían a Portugal para conocer las últimas novedades tecnológicas, matemáticos judíos, mercaderes genoveses, cartógrafos alemanes, todos ellos atraídos al pico del mundo, un reino cuya única posesión era un mar infinito.
Todo este alboroto científico originó uno de los primeros comités científicos de la historia, donde estaba José Vizinho, discípulo de Abraham Zacuto, también estaba Martin Behaim, aquel que diseñaría un prototipo del primer globo terráqueo.
En 1483, Colón llegó a la corte de Juan, pidiendo financiación a su estrategia, pensando que se podían alcanzar las Indias desde el oeste, pero sus aspiraciones acabaron cuando Cao volvió de su expedición de África.
El explorador confirmo que la costa se prolongaba hacia el este. El rey portugués satisfecho con el informe, despachó a Colón y recompensó a Cao, otorgándole una pensión elevada anualmente y un título nobiliario. Cao escogería como emblema dos pilares rematados por cruces.
El consejo de Lisboa, juzgó que los cálculos matemáticos de Colón eran erróneos, y dejaba mucho que desear. Consideraron que repetía, o empeoraba el error de Toscanelli al calcular el tamaño del mundo. Colón acabó por marcharse a España, donde aprovecharía la rivalidad de los reinos de Castilla y Aragón para sacar en marcha su proyecto, aunque no lo conseguiría hasta años más tarde.
El viaje que cambió el mundo para siempre
La “Generación de Oro” compuesta por los mejores marineros, pilotos y capitanes portugueses darían pronto su fruto. El rey estaba dispuesto abordar el asunto indiano mediante tres posibles vías: una expedición se centraría en navegar hasta los pilares de Cao, rodeando África desde el sur.
Cuando se diera el contacto con los nativos de la zona, intentarían abordar todo tipo de informaciones sobre el Preste Juan o sobre algún rey cristiano que pudiera haber en la zona.
Otra vía, más sutil y precisa, era el de enviar agentes secretos al corazón del Islam. Entre ellos serían judíos, que hablasen árabe, para recabar información con el fin de entender cómo funcionaba el mundo comercial en oriente.
El marino al cargo de la nueva expedición sería Bartolomé Díaz, quien tuvo el privilegio de escoger a los marineros que emprenderían el viaje con él hacia el Océano Índico. Su expedición transportarían en sus bodegas pilares de piedra talladas, con las que marcar las diversas fases del viaje.
Bartolomé Díaz escogió a Pero da Covilha para dirigirse a Egipto por vía terrestre, hombre de experiencia naval y polifacético, que hablaba diferentes idiomas como el castellano o el árabe. Sin embargo, acabó muriendo en Alejandría tras sucumbir a unas fiebres junto a otro espía portugués llamado Paiva, que jamás se volvió a saber de ellos.
La expedición contaba con los mejores marineros y pilotos de Europa, donde estaba Pêro de Alenquer, destinado a jugar el papel clave de la operación de la India. El piloto más importante sería Joao de Santiago, que sería nombrado en una inscripción del paso de Yellala.
De finales de julio y principios de agosto de 1487, daría luz verde la expedición más importante de la Historia Moderna. Esta expedición cambió el mundo, ya que sería el precedente del colonialismo moderno entre las potencias portuguesa y castellana.
De este modo, se conectaría el comercio a nivel mundial. Esta hazaña no sería perfeccionada más que por el Imperio Británico siglos más tarde. Y, aun así, sigue pasando totalmente desapercibida entre el público general.
La gesta de este suceso, se rescataría de la mano del historiador del siglo XVI Joao de Barros. Aunque muchos registros de navegación se han perdido para siempre, se conservaron múltiples cartas y escritos de la misma.
Una vez alcanzado el último pilar que dejó Cao en el considerado fin del paso africano, donde continuar sería aventurarse en “mare tenebrosum” o mares desconocidos, se procedió a capturar nativos africanos que pudieran proporcionar información. Se raptaron seis africanos, dos hombres y cuatro mujeres, a las que se enseñó el portugués.
Una vez hubieron intercambiado información sobre la costa africana, se los vistió con atuendos europeos bastante elegantes, les entregaron monedas de plata y oro, y fueron despachados hacia sus aldeas con la intención de que propagaran la grandeza del reino de Portugal entre sus gentes.
Probablemente, mataran a aquellos africanos bien vestidos. Las disputas tribales entre las tribus africanas eran bastante frecuentes. A las mujeres se las llevaron en la expedición para evitar su muerte, aunque no era frecuente, ya que se respetaban entre las tribus.
Los vientos que impulsaron las carabelas hacia su destino
Díaz navegó con las dos carabelas por la costa occidental africana. Varios días habían pasado desde que dejaron atrás el último pilar de Cao. Bautizó los cabos y las bahías con nombres de santos, dependiendo del día en que los descubría.
Los vientos atlánticos impulsaban las carabelas. La experiencia portuguesa en este tipo de mares los hacía más aptos que los pilotos genoveses que intentaron llegar a estas aguas y fracasaron.
No se sabe cómo ocurrió, pero los vientos del Atlántico Sur hicieron que la maniobra empleada, junto a la intuición portuguesa, los llevase de forma contradictoria hacia el vacío Atlántico en vez del este. Esto permitió que durante trece días se recorrieran casi mil millas, un hecho impresionante para la historia de la navegación europea.
Sin embargo, las bajas temperaturas de las latitudes antárticas y el fuerte viento, comenzaron a provocar bajas entre las carabelas. Cuando se llegaron a contar treinta y ocho grados al sur, los portugueses demostraron que siguiendo este trayecto les había salvado la vida.
Tras estar durante cuatro semanas en mar abierto, los vientos poco a poco acabaron siendo más leves, y les llevaron hasta el Cabo que denominarían “de la Buena Esperanza”, al divisar tierra tras pasar aquel infierno.
El resultado de la expedición de Díaz
A finales de enero de 1488 encontraron las montañas africanas, un mes después encontraron la Bahía de los Vaquero. Navegaron trescientos veinte kilómetros. Diaz ordenó dar la vuelta, y encontró las costas de Namibia, hasta este punto no había mucho entusiasmo entre los marineros.
Habían pasado nueve meses en el mar, y existía mucho morbo sobre la posibilidad de encontrarse carabelas estrelladas de expediciones pasadas. Con este nimio acto, los marineros se podían ver representados, ya que podrían ser ellos mismos los que acaben así.
Díaz volvió a Portugal tras pasar dieciséis meses a la mar, que culminó en diciembre de 1488. Muchos perecieron de escorbuto, enfermedades o masacrados por los indígenas. El viaje fue un golpe de realidad a las fantasiosas expectativas portuguesas.
No encontraron ríos de oro, ni al Preste Juan, sin embargo, habían descubierto una ruta más rápida a través del arco Atlántico para llegar rápidamente a la costa africana. Este hecho fue la culminación de siglos de experimentos navales, que dieron sus frutos en 1488.
A pesar de que no se sabe mucho más de Díaz, si sabemos que su viaje trajo numerosa información que Portugal guardó con recelo. Se había revelado que había mares más cálidos, y la existencia de la curva de la costa norte. Se tenía la esperanza que con los nuevos conocimientos se podría sortear esos cabos hasta llegar a Egipto.
Este viaje animó al rey a seguir intentando llegar a la India por el este, por lo que el proyecto del trayecto occidental de Colón se dilapidó para siempre. Irónicamente, el tiempo dirá que Portugal tenía razón: era posible llegar al Este bordeando África.
Por occidente el trayecto era demasiado largo. Los cálculos matemáticos del navegante genovés no eran muy acertados. No obstante, desconocían que en mitad de ese basto océano se encontraba una gran porción de tierra, un nuevo continente.
El comienzo de la carrera por las especias y el dominio de los mares
Pasado un tiempo, 1492 acabaría dando lugar al cierre definitivo de la Edad Media. El Tratado de Tordesillas fue luego confirmado por Pío III, y Portugal consiguió tener mano libre sobre la zona oriental, sin que los castellanos interfirieran en sus planes. Los portugueses serían los únicos con el monopolio del comercio de las Indias.
Por razones tecnológicas y geográficas, los portugueses parecían los únicos en poder sortear aquellas aguas oscuras, serían los primeros en conectar el comercio mundial, y tenían todo a su favor a diferencia de sus competidores españoles. La carrera por la conquista del mundo, había comenzado.
Bartolomé Díaz y el fallecido Colvihá habían unido las piezas del rompecabezas para una posible ruta hacia la India. Colvihá, antes de morir, había visitado los santos lugares y se había infiltrado en la Meca, convirtiéndose en el primer peninsular que había llegado al corazón del Islam.
Una vez recabado información sobre los puntos estratégicos del mundo árabe, el espía hizo lo posible por encontrar información del Preste Juan. Acabó viajando a un reino situado al sur de Egipto, que los musulmanes conocían como “Etiopía”. Según los árabes ahí había un monarca cristiano, por lo que Colvihá fue para confirmar si se trataba del bien buscado Preste Juan.
Colvilhá conocería al que el creía como el mítico Preste Juan, un emperador cristiano, un rey mitológico como ficticio. El rey etíope lo recibió, le describió y contó todo lo que quiso saber, pero jamás le dejo marchar hasta que murió.
No sabemos si el rey de Portugal recibió el informe de Colvihá, nunca se ha demostrado si quiera si escapó de Etiopía o murió en Alejandría, pero de algún modo algo debía de haberle llegado, ya que acabaría por enterarse de la existencia del rey etíope, el cual creían que era Preste Juan, lo que alimentaba sus esperanzas en su gran plan.
La ruta había sido construida por Díaz. Ahora le tocaba el turno a un nuevo marinero. El camino a la India estaba abierto, las técnicas aprendidas en este segundo viaje ayudarían a que el tercero se infiltrase en el corazón del mundo oriental, pero eso, lo contaremos en el siguiente artículo.
Bibliografía
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