La gestación de la identidad arábiga
Arabia fue antes de Mahoma tierra de nadie. Los romanos convirtieron aquella zona desértica alejada del próspero corredor sirio en su limes; sin ningún interés para ellos. Los persas en cambio lo convirtieron en su zona de explotación, contratando mercenarios, creando estados tapón para luchar contra los romanos y la intervención de su mercado comercial en el mar arábigo.
El proceso de identidad árabe no existía. En el noreste se encontraban los lakhmíes, la confederación tribal del norte más importante subyugada a los persas, mientras que los gasaníes, fueron la principal fuerza arábiga del noroeste que rendía pleitesía al Imperio Romano.
Durante siglos, los árabes se impregnaron de toda influencia y conocimiento de los imperios que se disputaban la hegemonía en Oriente Próximo y Medio. Estos imperios libraron una duradera guerra de siglos en el que buscaban la aniquilación del contrario, mientras Arabia no pintaba nada en dicha guerra, y, hasta incluso, se pasaba por alto su existencia.
El desgaste de recursos de la guerra entre romanos y persas, que los dejaron debilitados, como el vacío de poder de Arabia permitieron el ascenso de Mahoma. Volviendo al punto anterior a Mahoma, la cuestión de la identidad arábiga gestó el germen de la independencia política, la pertenencia a una tierra, a un pueblo, ajeno a la lucha de dos imperios. El enfrentamiento entre los dos imperios hegemónicos en ese momento, y su intervención en Arabia para fraguar la disputa en el dominio universal, se puede ver en la existencia de estados que rendían pleitesía a uno de los dos bandos.
Los árabes, que combatieron en estos ejércitos, absorbieron como esponjas multitud de conocimientos bélicos, la forma de hacer la guerra romana y persa. Los señores arábigos gestaron durante el conflicto una especie de identidad arábica. Sobre todo, los estados vasallos de Cosroes II y los federados romanos, al verse utilizados por estas potencias, vieron que, en realidad, ellos mismos eran necesarios para decantar la balanza a favor de un bando u otro, por lo que esto es importante, ya que, si eres capaz de decidir el destino de un imperio en una guerra, es que eres más importante de lo que parece.
Así surge la identidad arábica, la que impulsa la unificación, el rechazo a los estados extranjeros que los habían despreciado y empezar a combatir por ellos mismos, por su propia gloria, para deshacer las cadenas que mantienen a Arabia en la desunión y la intervención extranjera en su propia tierra.
Mahoma no es una persona; es una idea: la culminación de un proceso de identidad, de unificación territorial y religiosa, el nacimiento de una nueva humanidad, el resultado de una serie de personajes y la culminación del periodo antiguo en la historia.
El guerrero arábigo en tiempos de Mahoma
En el pensamiento popular, nos imaginamos a los árabes como guerreros subidos en caballos, cubiertos de velos y espadas curvas, salvajes provenientes del desierto que poco tenía que ver con la civilización romana. Esto es totalmente falso y desfasado. La costumbre arábiga de la guerra en tiempos de Mahoma se basa en que el varón, un hombre libre, proteja las posesiones tribales, esto incluye a su mujer e hijo.
Todos ellos portaban sus propias armas y poseían experiencia del modelo de guerra tribal del desierto. El guerrero como profesión, no existía, debido a la desventaja demográfica de las tribus árabes, en el que los varones más que guerreros, eran granjeros, artesanos, pastores, etc.
Las tribus no podían permitirse una casta guerrera por falta de población, la guerra era una respuesta defensiva de una tribu que se ve atacada o robada por otra, para proteger sus animales, propiedades y mujeres, o en otros casos, saquear a la tribu vecina.
Las guerras se multiplicaron con la inminente presencia de un Imperio romano en la parte occidental y un Imperio sasánida en el este, por lo que los árabes poco a poco cogieron relevancia en la guerra, a su vez, ganando experiencia.
Los campeones arábicos, eran los arráeces, una especie de señor de la guerra que dirigía a sus guerreros, planificaba movimientos y actuaban como campeones de la tribu en caso de que los desafiasen en combate singular.
Tras la sumisión de las tribus al profeta, y su definitiva unión política en la figura califal tras las “guerras de la Ridda” (632-633), un intento de sublevación tribal contra el poder establecido por Mahoma tras su muerte, todo esto cambia a un esquema mejor organizado.
Todos los varones estaban obligados a servir en el ejército, a modo de leva, el yais, basado en el diwan persa. os árabes organizaron un sistema de reclutamiento a modo de censo con el que sabían cuántos hombres disponían para hacer la guerra, probablemente esto sirviera como medio de información para el califa sobre cuantas gentes habitaban su imperio.
Esto supuso la creación de una verdadera casta guerrera, desvinculada de las actividades cotidianas, ahora se convertía en una profesión de guerra. Mahoma logró que los yemeníes se incorporasen a sus fuerzas, propiciándoles todo tipo de recursos y dinero para que pudieran equiparse lo mejor posible, dotando al Califato de una unidad de catafractos árabes.
El despertar de Arabia
Las noticias que llegaron a La Meca y Medina, de la victoria de una alianza de tribus capitaneadas por Musaylima y la sacerdotisa Saryâ, rivales políticos y religiosos de Mahoma contra los sasánidas. El Profeta aprovechó la victoria para ensalzarla como una señal de Allah.
En el 622, Mahoma había ganado repercusión y tuvo que trasladar su hogar a Yatrîb (posterior Medina), donde reunió apenas 300 guerreros para iniciar su proceso de unificación del país.
Entre las batallas de Uhud, y la Zanja, donde El Profeta combatió equipado de una doble coraza de malla, y con sus 3000 guerreros, en ocasiones, Mahoma sufrió derrotas como heridas graves, pero para la desesperación de sus enemigos, resurgía una y otra vez, con más guerreros abrazando su causa. Los seguidores de Mahoma fueron imparables, hasta que el Profeta entró de manera triunfal en la Meca el año 628, convirtiéndose en señor de toda Arabia central.
Ese mismo año, comenzó a controlar la ruta comercial más importante del país, y las tribus judías del sur, donde crecían los huertos más prósperos de la península, le rindieron pleitesía. Una a una, las ciudades del sur y el este cayeron bajo su mano.
En el año 632 no había nadie ni nada que pudiera frenar el ascenso de Mahoma. Los símbolos religiosos de los cientos de dioses árabes, fueron destruidos por orden de Mahoma, a excepción de la Cruz y la Virgen. Con esto queda claro que Mahoma no buscaba romper con el cristianismo, sino unificar Arabia bajo un solo dios.
La destrucción del mundo antiguo
En Historia, no se tiene tan claro cuando termina la Edad Antigua y comienza la Edad Media, salvo a través de patrones cronológicos en un sistema de edades que es más ficticio que real. ¿La antigüedad terminó con la caída de Roma? ¿Roma en realidad cayó? La primera pregunta se puede responder con un no, el mundo antiguo siguió funcionando tanto en Occidente como Oriente.
Los reinos romano-germánicos emplearon las mismas instituciones y leyes que durante el Imperio Romano, incluso los reyes llegaron a seguir administrando sus reinos como si de provincias imperiales se tratase. Sobre la segunda pregunta, es difícil saber dar una respuesta, pero Roma no cayó, sino que se transformó, siguió funcionando el Imperio Romano en su parte oriental llegando a una “Edad de Oro” que nos recuerda a los tiempos de Trajano y Marco Aurelio.
El Imperio Romano quedó limitado en su forma física a la parte oriental, como si hubiera retrocedido terreno en la parte occidental. Mientras, en su parte oriental, se disputaba la hegemonía mundial con el otro importante imperio de la antigüedad, el Imperio Sasánida, librando una guerra de siglos que desgastó a ambos, dejándolos vulnerables a una invasión islámica de la que no eran conscientes.
Para el historiador Pirenne, gran investigador que asumió que el mundo antiguo acaba con la irrupción del Islam y la destrucción de los dos últimos imperios del mundo antiguo, el romano y el persa, acabando con un mapa geopolítico que existía desde hace siglos.
Si bien, los árabes supusieron el nacimiento de una nueva realidad, la destrucción de las legiones romanas, obligando al Imperio Bizantino a echar mano de un sistema feudal, con la reforma themática de Constante II, en la que la tierra se convirtió en principal fuente de riqueza y que, la pérdida de las provincias imperiales, supuso el estancamiento del comercio a favor de un sistema de propiedad de tierra.
Sangre, arena y muerte
Cuando el emperador romano Heraclio, y el Rey de Reyes Yazdgerd III, recibieron a los emisarios árabes, donde recibieron un mensaje de Mahoma en el que pidieron una dote de tributo, a cambio de que los árabes mantuvieran la seguridad de sus fronteras, ambos debieron reírse.
No tomaron en serio a Mahoma ni a aquellos emisarios, creyendo que se trataba de un mero jefe tribal que buscaba guerrear en sus fronteras, para saquear y luego marcharse. Subestimar a Mahoma; ese fue el mayor error que ambos dirigentes podían haber cometido, costándoles la existencia de sus imperios.
Persia ardía en aquellos momentos en desórdenes internos, señores que se disputaban el poder contra un Rey de Reyes, Yazdgerd III que no era respetado por nadie. A los romanos no les iba mejor.
A pesar de la victoria de Heraclio sobre los sasánidas, el viejo emperador, enfermo, débil y cansado, sufría las consecuencias del desgaste militar del imperio, sin oro en sus arcas, y con un pueblo que lo odiaba por casarse con su sobrina.
Mahoma en cambio, tenía un estado joven, un ejército leal y fanático, dispuesto a conquistar el mundo que había a su alrededor. El califa Omar puso al mando de dos ejércitos árabes, uno a Jalîd “Espada de Allah”, y otro a Abî Waqqâs, probablemente los mejores estrategas de su imperio.
La Espada de Dios consiguió romper el limes romano, destruyendo el ejército de campaña de Palestina, mientras que Waqqâs acabó con el reino Lakhmida, reino árabe leal a los sasánidas, y que condujo a su ejército cerca del Éufrates.
La conquista de Ctesifonte
El ejército sasánida estaba comandado por Rustam, líder de la casa Palav, origen parto, el señor indiscutible de Persia, tenía bajo su tutela al rey, y necesitaba una victoria aplastante contra los árabes para culminar su carrera política. A su cargo estaban los partos, y tenía bajo su mando a señores de los rincones de Persia, que comandaban las alas del ejército, y no tenían aprecio a Rustam, de hecho, deseaban que fuera derrotado para luego volver a Ctesifonte y luchar entre sí para ocupar el trono.
Rustam tomó la iniciativa tomando un terreno favorable que permitiese un fácil suministro de agua y comida a sus tropas y caballería, gracias a su cercana posición al Éufrates, construyendo fortificaciones para asegurar plazas.
Entre su ejército contaba con la caballería armenia contando con 4000 jinetes, comandados por el príncipe Musel Mamikonien, y otro continente de 3000 albanienses comandados por Juanser, príncipe supremo de Albania, que contaba con elefantes de guerra y un cuerpo de infantería pesada.
Esto se conoce como táctica rompeolas, para tener un centro asegurado durante la batalla. Por otro lado, tenemos el ala izquierda, liderada por el líder de la casa Mihran, y por último, una división de reserva comandada por Ifiruzan, caballería pesada y leal a los Ispubadan de Rustam.
Los árabes quisieron jugar la batalla con tres divisiones concentradas en el centro, lanceros en formaciones cerradas y ajustadas, formando un cuadrado formidable de infantería pesada comandados por el comandante Yarim, apoyados por una formación suelta de arqueros equipados con arcos largos, comandados por ibn Zubayr.
En tres días, ninguno de los dos bandos supo superar al otro, el desgaste pasó factura a los árabes, pero Jalîd tendió una trampa mortal a Rustam, atrayéndolo hacia el desierto, donde una ráfaga de viento que salpicaba la arena permitió cegar a los combatientes persas, deteniendo su ofensiva y permitiendo a los árabes atacar una de las alas, que mediante una traición interna del comandante persa, dejó expuesta el ala derecha del ejército sasánida.
Rustam ya estaba atacando el centro árabe cuando ya era tarde, algunos de sus comandantes al ver dicha traición, supusieron que el día estaba acabado y no quisieron morir junto a su líder, por lo que secciones enteras desertaron de la batalla. Rustam y sus hombres combatieron hasta la muerte, cercados por el enemigo, hasta que un paladín asesino al comandante persa.
Tras esta derrota, el Imperio Sasánida no volvió a levantarse. Sin un líder apto para liderar el imperio, el Rey de Reyes huyendo como si de Darío con Alejandro se tratase, el Imperio explosionó internamente, haciéndose pedazos y la conquista de Ctesifonte por parte de los árabes, supuso el fin del dominio sasánida en el este.
La Batalla que supuso el fin de las legiones romanas, Yarmuk
La caída de Persia llegó a oídos del viejo Heraclio, que todavía no se creía que las legiones de Palestina habían desaparecido del mapa. Tenemos que entender que el emperador había dedicado toda su vida a reconstruir el imperio de Justiniano, derrotando a los sasánidas, y restaurando las antiguas fronteras costándole mucho sacrificio, y en un abrir y cerrar de ojos, justo cuando el emperador es viejo e inútil, los árabes en unos días están a punto de destruir todo por lo que había luchado.
El Imperio Romano estaba dispuesto a responder a los Hijos de Mahoma con hierro y sangre, levantando el último ejército de campaña disponible, compuesto por limitanei de Siria, legio armenias, naxarats de sus vasallos del norte, savarans persas al mando de Nicetas, exiliado del Imperio sasánida, y guerreros árabes del reino gasaní.
Los romanos recuperaron Damasco mediante un rápido y contundente golpe del general Vahan, magister militum del imperio, que al poco tiempo persiguió a los árabes hasta derrotarlos en Al-Yâbiya.
Vahan cometió el error de detener en seco la ofensiva y fortalecerse en la zona para eliminar a los rezagados, un error que permitió a los árabes reorganizarse y fortalecerse, la oportunidad que Jâlid estaba esperando para poder atacar a los romanos.
No es de extrañar que Jâlid, gran mente militar, era apodado “Espada de Dios”, ya que, en esta situación desesperada, organizó 40 escuadras de caballería que atacaban sistemáticamente el abastecimiento de suministros de los bizantinos.
El ejército bizantino era inmenso, pero torpe, lento y estos ataques restaba su capacidad de alimentación, como provocaba que los soldados perdiesen la moral a quedarse ahí sentados hasta que Vahan decidiera atacar. El magister esperaba que, si se mantenía en su campamento, los árabes se cansarían, les atacarían y así podría aplastarlos, pero sus oficiales no pararon de quejarse, incluso amenazándole de pedir al emperador su sustitución.
Al final, Jâlid se salió con la suya, Vahan se vio obligado atacar por culpa de sus molestos oficiales. Los musulmanes a pesar de ser inferiores en número tenían mayor movilidad para responder distintos puntos de la batalla, la maniobrabilidad fue clave para la derrota final de los romanos.
Aunque los bizantinos estuvieron a punto de ganar la batalla, destruyendo parte del ejército de Jâlid, el ala izquierda bizantina, en una razonable maniobra, pero cuyo error fue catastrófico, acabó rodeada por los árabes, luego destruida y, por lo tanto, dejó un enorme hueco al ejército del centro, que permitiría a los árabes asentar un golpe final.
Vahan y Teodoro, magisters al mando del ejército, murieron junto a la totalidad del ejército romano, se perdió en una hora dos tercios de la capacidad militar imperial, la última esperanza de Constantinopla caía bajo los pies de Jâlid. Heraclio ordenó la evacuación de Siria y Palestina, y Egipto se preparaba para lo peor. En Gaza, de una manera muy emotiva, quedó atrapada la última legión romana que existía en ese momento, la Legio IV Scytica.
La Legio IV combatió en el 637 contra los musulmanes para dar tiempo a la evacuación, y fue completamente destruida, muriendo la última legión de Roma, la otra hora legión, el modelo implementado siglos atrás, desapareció para siempre, el ejército cayó en desgracia, y el modelo se enterró para siempre.
Conclusión
La guerra había cambiado, el mundo había cambiado, y por ello quiero rescatar el término que empleó Pirenne sobre el fin del mundo antiguo por los árabes. En ese instante, es cuando todo cambia, después de Yarmuk y Qadisiya, los grandes imperios que dominaban el mundo se vinieron abajo. El islam apareció como el nuevo imperio, con una nueva religión y humanidad. El islam no quería conquistar una serie de territorios, el islam quería conquistar el mundo entero, partiendo de su idea universal imperial. A partir de ese momento, no habría guerras entre estados por el poder, habría guerras por la supervivencia. La supervivencia del cristianismo frente al islam, la religión empañaría la política y la guerra, como nunca se había dado.
Bibliografía
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