La llegada de los musulmanes a la Península Ibérica, generando lo que se conoce como Al-Ándalus, significó la plasmación de su modelo social en este lugar. Este, como ocurre en todas las sociedades con una cierta complejidad, estaba jerarquizada, diferenciándose entre los privilegiados y los que no lo eran.
Terratenientes, nobleza de dinero, militares, la familia Omeya, etc., se localizaban en la cúspide, con todo lo que ello conllevaba (beneficios fiscales, por ejemplo); comerciantes, artesanos, campesinos, y aquellos marginados por el poder, se encuadraban en los escalones de menor importancia.
Todo ello se encontraba aderezado con conflictos internos y enfrentamientos mantenidos en el tiempo, y modestamente, pero de forma ilusionante, explicados en este artículo. ¡La sociedad de al-Ándalus es compleja y bella!
Introducción. La Batalla de Guadalete
Todo cuenta con un comienzo, pues nada ocurre por generación espontánea; partiendo de esta idea, debemos tener claro que la llegada de los musulmanes a la península tuvo razones, muy lejos de ser algo caprichoso, pues en verdad, nada en la Historia lo es.
En este caso, es la Batalla de Guadalete, acaecida en el verano del año 711, asestando un golpe de gracia a un sistema que ya de por sí estaba ruinoso, según explica Mitre. Aquí es perceptible el rastro de leyenda, pues los romances señalan como responsables de la “pérdida de España” a Don Rodrigo y Florinda, llamada “la Cava”. Dicho romance dice así:
[…] Florinda perdió su flor, / el Rey quedó arrepentido / y obligada toda España / por el gusto de Rodrigo. / Si dicen quién de los dos / la mayor culpa ha tenido / digan los hombres: la Cava, / y las mujeres: Rodrigo.
«Florinda perdió su flor». La leyenda de La Cava, el teatro neoclásico español y la tragedia de María Rosa Gálvez de Cabrera. (Helena Establier Pérez. Universidad de Alicante. Biblioteca Nacional Miguel de Cervantes)
Es un tema recurrente a lo largo de la historiografía y la cronística de toda la Península Ibérica a lo largo de las centurias correspondientes a la Edad Media. A partir de entonces, y derrotado el último rey de los godos, Don Rodrigo, la conquista de las principales plazas fue de una gran velocidad; porque lo indiscutible, tal y como lo señala García Sanjuán, negar este proceso sería un auténtico disparate.
La principal causa que esgrime el mismo autor, que podría explicar la rápida desintegración de la monarquía visigoda, fue la posible muerte del último rey en la batalla, tal vez ahogado en el propio río Guadalete, debido al peso de su armadura regia.
El primer contingente social que arriba a la Península, según Riu Riu, recibió el nombre de baladíes:
«con la llegada de Musa y sus tropas se producía, pues, la verdadera entrada de musulmanes de raza árabe en nuestra Península. Con el tiempo, estos primeros contingentes serían llamados baladíes, para distinguirlos de las posteriores oleadas árabes que pasaron al país conquistado […].»
Riu Riu, M., 2008. La conquista musulmana y los inicios de la Reconquista. Barcelona: Folio. Pág. 13
Esto se debe a que en un primer momento, los mayoritarios eran los denominados bereberes; según Ferrera Cuesta, constituían una «población del Magreb sometida por los árabes e islamizada en el siglo VIII. Formaron el grueso del contingente que invadió la Península en el 711» (Ferrera Cuesta, 2005, pág. 67).
Este conjunto poblacional generarían inestabilidad en los años posteriores. También los judíos serían de gran importancia en la época: ante la situación deplorable a la que se encontraban sometidos por los visigodos, ahora los hebreos creyeron que esto cambiaría dando su apoyo a los recién llegados. Y así fue. Formarían parte de los denominados dimmíes, junto con los cristianos, siendo los protegidos del Islam.
Este sería el crisol étnico que se conformó en la Península, con sempiternas luchas sin solución, y rencores enconados; es el punto de partida del presente artículo.
Estructura de la sociedad de al-Ándalus
Como ocurre en todas las sociedades más o menos complejas, existía una jerarquía también en este caso. Y esta se encontraba dividida en dos bloques:
- Jassa. No es un grupo cerrado, constituyendo una aristocracia. Desde grandes familias enriquecidas, a miembros de la familia Omeya adinerados gracias a las donaciones procedentes de los gobernantes; no debemos olvidar a la aristocracia terrateniente de origen árabe o nobleza de dinero. Gozaban de exenciones fiscales y de múltiples beneficios sociopolíticos.
- Amma. Era la masa poblacional musulmana, pudiéndose denominar pueblo llano. La integraban mercaderes, comerciantes, jornaleros y demás estamentos sociales (muladíes…).
Este era el modelo en el que la sociedad se encontraba inserta. Ahora bien, no estaba exenta de problemas y levantamientos. A parte, también se encontraban en esta división, los esclavos.
Los problemas sociales de los primeros tiempos musulmanes. Del valiato y del Emirato de Córdoba (711-929)
La sociedad hispano-musulmana va adquiriendo unos caracteres bastante definidos a lo largo de las tres centurias que dura el Alto Medievo.
Mitre, E., 2014, La España Medieval, Madrid: Ediciones Itsmo. Pág. 73.
En primer lugar, debemos tener en cuenta el crisol religioso que caracterizaba a la Península, conviviendo seguidores de diferentes credos, alguno de ellos perseguido por el poder regio, como es el caso del judaísmo y los monarcas visigodos. Por ello, resulta meridianamente clara la posición de hebreos a favor de los musulmanes que, sin duda, les prestaron un mejor trato.
La relación que los islámicos entablaron con los diferentes núcleos de población, la podemos definir con dos conceptos clave: suhl, o capitulaciones, siendo el mejor ejemplo de ello el llamado Pacto de Teodomiro (o Tudmir), noble visigodo que consiguió pactar con el objetivo de crear un reino independiente en la región, principalmente, circundante a la ciudad actual de Orihuela; y los tratados de paz, o ahd.
La descomposición del Califato Omeya de Damasco, a partir del 720, y la llegada de Abderramán I (o Abd ar-Rahman I), huyendo de la matanza de su familia llevada a cabo por los abasíes, fueron dos hechos clave, según Ayala Martínez, para la formación del Emirato independiente, en el 756.
Para ello, y con el fin de asegurar una paz duradera y buscar legitimidad, el recién llegado emir creyó necesario crear una base social afín al régimen. Y para ello, Abderramán creyó oportunas las concesiones masivas de tierras, mediante el mecanismo conocido como iqta:
«arrendamientos enfitéuticos que aseguraban al beneficiario de los mismos un amplio margen de posesión sobre la tierra recibida, al tiempo que percibía en ella la tributación de sus trabajadores no debiendo al Estado más que el diezmo legal«.
De Ayala Martínez, C., 2011, Historia de España de la Edad Media, Barcelona: Ariel. Pág. 80.
Por lo tanto, el recurso social para el aún temprano poder andalusí fue esencial para evitar los conflictos que devorarán el sistema años después. No obstante, la generalizada política de concesiones de tierras fue sustituida por una básicamente represiva, influenciada esta claramente por la religión: desde los descendientes del ya mencionado Tudmir en Orihuela, hasta el hijo de uno de los últimos reyes visigodos (Witiza), llamado Ardobasto, líder mozárabe en Córdoba.
En lo religioso, la prudencia dominaba todas las decisiones, si bien, conforme avanzaba la centuria, adoptarán una corriente de pensamiento, conocida como malekismo. Según Ferrera Cuesta, el malekismo (o malikismo), «creaba jurisprudencia a partir de la práctica del Profeta y de sus inmediatos sucesores; […] tuvo un sesgo muy conservador en el urbanizado mundo andalusí» (Ferrera Cuesta, 2005, pág. 341).
Pero las dificultades no tardaron en aparecer en el joven régimen, mezclando así intentonas de restauración del valiato anterior al 756, y también los enérgicos empujes de los carolingios del norte peninsular.
Sin embargo, un problema fue sin duda el mayor: los bereberes. En palabras de Ibn Jaldún:
«eran un pueblo organizado en tribus las cuales cada una es animada por un fuerte espíritu de ‘asabiyya (sentimiento de solidaridad tribal o clánica), pero sin resultado alguno, optando por repetidas insurrecciones y de apostasía; a cada momento se levantan en armas, sin dejarse contener por los rigurosos castigos que les inflingían las tropas árabes»
Franco Moreno, B. 2005, Distribución y asentamientos de tribus bereberes (Imazighen) en el territorio emeritense en época emiral (s. VIII-X), Mérida: Consorio Ciudad Monumental de Mérida.
El descontento ante los repartos de tierras, alegando que los bereberes recibían aquellas de calidad deficiente, provocó la conocida como Revuelta bereber (740-742).
En el tránsito entre los siglos VIII y IX, los problemas en Al-Ándalus se mostraron con una mayor dureza. El descontento fue general: primero, ante una política fiscal que consideraban “inmadura”; segundo, los muladíes, los cuales se consideraban en todos los aspectos sociopolíticos marginados; y tercero, la deriva religiosa poco ortodoxa de los gobernantes.
Todo ello, unido a los sucesivos levantamientos en comarcas fronterizas, serían los principales rasgos para definir esta época. Ante todo esto, la extrema dureza del emir Alhakén I, llevando a cabo una encarnizada represión (La Jornada del Foso, 797, en Toledo; o la Jornada del Arrabal de Córdoba, 818), fue la respuesta.
Sus sucesores se encontraron un estado pacificado internamente, pero con rencores enconados ante una dura política represiva; ahora, el principal problema fue la población mozárabe, que comenzó a sentir un recelo ante la religiosidad cada vez más profunda de los gobernantes andalusíes, todo ello en un contexto de aislamiento de la Iglesia peninsular con respecto a la latina-occidental.
Una respuesta ante esta situación fue una fuerte oleada de martirios, procedente de la radicalización cada vez más intensa de un sector mozárabe, que rechazaba frontalmente las prácticas cristianas; así, destacaremos que la cifra de martirios de aquellos cristianos que rechazaron abandonar sus prácticas, superó, según el historiador español Sánchez Albornoz, a los procesos inquisitoriales realizados en la época de Felipe II, en la segunda mitad del siglo XVI.
Se intentó llevar a cabo un concilio en el año 852, pero fracasó en el intento de abandonar las prácticas martiriales. Sin embargo, será durante el gobierno de Muhámmad I (822-886), cuando el elemento mozárabe abandonó tan radicales posiciones.
Acercándonos ya al final del Emirato, en los inicios del siglo X, las agitaciones de los muladíes fueron los golpes de mayor dureza al ya de por sí débil sistema emiral cordobés.
Los levantamientos estuvieron a la orden del día: primero, el gobernador de Mérida se proclamó independiente en la década del 880; y segundo, la rebelión de Hafsún, que se convirtió en la verdadera pesadilla del emir de Córdoba. Por último, asistiremos a la reactivación del elemento bereber, protagonizado por Sarray, que fingió formar parte de la familia Omeya, y que fue duramente derrotado en el año 901 en las cercanías de las murallas de Zamora.
En conclusión, en el período del valiato y emirato, los problemas sociales fueron constantes: los bereberes, mozárabes y muladíes, sobre todo, asestaron continuamente golpes al régimen, el cual entró en una profunda crisis que sera debilitada por la llegada del Califato en el primer tercio del siglo X. Este fue el último exponente de grandeza en todos los sentidos del mundo andalusí en la Península Ibérica.
A parte de la diferenciación étnica y social que ya se ha explicado con anterioridad, sobresale la jurídica y fiscal: no todos los estamentos contaban con privilegios, y aunque judíos y cristianos eran protegidos por el Islam, estos debían realizar el pago de dos impuestos, conocidos como chizya, de capitación, o jarach, contribución de la tierra.
La sociedad califal cordobesa (929-1031)
En los comienzos del siglo X, el sistema emiral se encontraba agotado por las luchas intestinas, debidas al enfrentamiento entre el poder y diferentes grupos étnicos (bereberes, muladíes, mozárabes…).
Entonces, emergerá una figura clave, también miembro de la familia Omeya: Abderramán III. Nació en Córdoba, siendo nieto del emir Abdalá I (888-912), sucediéndole en el cargo. Es curiosa la descripción que de él nos dejó el historiador Ibn Idharí: «tenía la piel blanca y los ojos azul oscuro; era de estatura mediana, hermoso de cuerpo y elegante; se teñía de negro» (Riu Riu, 2008, pág. 60).
Los primeros años del gobierno de Abderramán III fueron dedicados a la pacificación del Emirato, doblegando a los nobles insurgentes, como los Banu Qasi de Zaragoza, y también a los diferentes colectivos sociales levantiscos.
Sin embargo, hubo de esperar una década más para doblegar la resistencia en Bobastro (Málaga) del hispanogodo Hafsún; aunque este murió en el 918, sus hijos continuaron con el enfrentamiento, sobre todo Sulayman, que pereció en la resistencia en el año 928, entrando el emir entonces triunfal e incluso consagró una mezquita. Un año después, Abderramán III se proclamó Califa de Córdoba, haciendo efectiva la separación con respecto a Bagdad, dominada por los enemigos de los Omeya (Abasidas).
La pacificación que llevó a cabo el recién nombrado califa, inició un proceso de homogeneización social en Al-Ándalus, y una tendencia a la urbanización de la sociedad; ello fue esencial para evitar las confrontaciones internas dadas en la época emiral.
Eneko Orueza señala que «se puede considerar, por lo tanto, que la proclamación como califa está íntimamente relacionado con la estatalización progresiva de al-Ándalus»(Archivos de la Historia, 2018).
Pero el crecimiento social lo podemos encontrar localizado en Córdoba, que de forma contemporánea al nacimiento del Califato experimentará un aumento sin precedentes, llegando a ser una de las ciudades con mayor esplendor en la Europa occidental.
Manzano Moreno (2010) asegura que la capital cordobesa se expandió a través de la aparición de nuevos barrios, en los que se alojaron importantes miembros de la aristocracia andalusí en relación con la Administración.
Pero también sobresalió la construcción de Medina Azahara (o Madinat Al-Zahrá), que sirvió como ciudad-palacio del califa levantada alrededor del año 936, en época de Abderramán III.
El mismo autor (Manzano Moreno) señala que durante el reinado de su sucesor, Alhakén II, el encargado del tesoro, un tal Durrí, llegó a levantar con sus “ahorros” una almunia (finca campestre).
Por tanto, lo que se produce es lo siguiente: crecimiento burocrático y, por consiguiente, ensanche de las clases altas dominantes y jerarquía administrativa. Todo ello, convivirá con el modelo social que hemos visto con anterioridad (privilegiados, bereberes, escasos árabes, y dimmíes, como judíos y cristianos).
Además, no dudaban en demostrar su adinerada posición; por lo tanto, las muestras de opulencia son abundantes, y nos han llegado en diferentes formatos: monedas, documentos notariales…
Por último, hablaremos de los esclavos. El pensamiento general al respecto establece que la esclavitud en estos momentos era idéntica a la habida en el mundo clásico, sobre todo en Roma. Pero Manzano Moreno señala lo siguiente:
«aunque la esclavitud musulmana es más parecida a la de la época clásica de lo que generalmente tiende a pensarse, existe sin embargo una marcada diferencia con aquélla: un esclavo podía ser musulmán y estar legalmente casado […]».
Manzano Moreno, E., 2010. Épocas Medievales. Madrid: Crítica / Marcial Pons. Pág. 218.
Breves apuntes sobre el “fenómeno urbano” en al-Ándalus
«La incorporación de la Península al mundo musulmán desde el año 711 acarreó un nuevo ascenso del fenómeno urbano, después de su declive en el Bajo Imperio y el período visigodo».
https://www.juntadeandalucia.es/institutodeestadisticaycartografia/atlasterritorio/at/pdf/23_alandalusyelfenomenourbano.pdf
El eje de este proceso fue Andalucía, de bases agraria, urbana y mercantil; aparecen numerosos núcleos de población, como Sevilla, Écija, Córdoba, Málaga o Granada, existiendo distintas denominaciones: medina (que es la más común), badra o qaida, entre otros.
También se observa un gran desarrollo de las redes que comunicaban estos núcleos poblacionales entre sí. Por otro lado, no es desdeñable la clara función cultural que las ciudades ejercían, puesto que intramuros se localizaban los “hombres doctos” o ulemas.
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Bibliografía
- Álvarez Palenzuela, V. Á. (Coord.), Historia de España de la Edad Media, Barcelona: Ariel.
- De Ayala Martínez, C., 2011. Historia de España de la Edad Media. Barcelona: Ariel.
- Ferrera Cuesta, C., 2005, Diccionario de Historia de España, Madrid: Alianza Editorial.
- Fontana, J. & Villares, R. (Directores) & Manzano Moreno, E., 2010. Épocas Medievales. Madrid: Crítica / Marcial Pons.
- Franco Moreno, B., 2005, Distribución y asentamientos de tribus bereberes (Imazighen) en el territorio emeritense en época emiral (s. VIII-IX), Mérida: Consorio Ciudad Monumental de Mérida.
- García Sanjuán, A., 2019. «Negar que los musulmanes conquistaron la Península Ibérica es un disparate.» ABC Historia, [online] Available at: <https://www.abc.es/historia/abci-negar-musulmanes-conquistaron-peninsula- iberica-disparate-201903100213_noticia.html> [Accessed 9 August 2020].
- Oruezo, Eneko (2018). Córdoba, ¿luz y convivencia en la oscuridad altomedieval?: la sociedad andalusí bajo los califas omeyas. En Archivos de la Historia: <https://archivoshistoria.com/la-sociedad-andalusi-bajo-los-califas-omeyas/>
- Riu Riu, M., 2008. La conquista musulmana y los inicios de la Reconquista. Madrid: Folio.