Isabel la Católica siempre ha sido fruto de numerosos escritos de todo tipo, y se ha utilizado como núcleo de una ideología concreta que busca justificar ciertos hechos más o menos actuales a partir de un pasado considerado “glorioso” de nuestra historia.
Pero un aspecto, relativamente poco estudiado, resulta ser esencial para la comprensión de ciertos ámbitos peninsulares. La Reina, conjuntamente con su esposo, logró plasmar su ideología político-religiosa a través de la creación de un programa arquitectónico, escultórico y pictórico, cuyos frutos se diseminaron por toda la Corona de Castilla.
Pero todo ello es incomprensible si no nos aproximamos a sus datos biográficos tempranos, en los momentos de su educación como miembro de la familia real; aprendió todo aquello considerado como necesario para alguien de su posición social, a través de un nutrido círculo de personajes tanto laicos como religiosos, destacando a Gonzalo Chacón, presente a lo largo de su vida, siendo su fiel consejero. Esto y más queda plasmado en este artículo.
Introducción. Una aproximación biográfica
«Escribir sobre Isabel la Católica es siempre un reto para cualquier historiador. Son tantos los tópicos sobre su persona, tantas las anécdotas […] que perviven en la memoria popular que para acercarse a su figura hay que realizar un auténtico “slalom” que sortee toda suerte de ideas preconcebidas, mientras se contrastan las múltiples interpretaciones que se han dado de su tiempo y de su persona.«
Queralt del Hierro, Mª. P. , 2012: pág. 13.
Constituye un hecho la dificultad de escribir una biografía de la Reina Católica evitando todos los imaginarios del pensamiento popular acerca de su persona. Pero no deja de ser interesante y provechoso ahondar en un ámbito poco aprovechado en comparación con otros: el mundo de las artes y la cultura.
Son tantos las manifestaciones que sirven como testimonio de esto, que de querer analizarlas todas, nos podríamos extender varios centenares de folios. Sin embargo, y esto es de suma trascendencia, cabe primero introducir una breve biografía de la infancia y temprana juventud de Isabel de Castilla, pues su vínculo con dicho mundo da a luz desde los primeros momentos vitales de la castellana.
Isabel de Castilla nació en Madrigal de las Altas Torres, el 22 de abril de 1451. Es importante tener en cuenta que de los primeros momentos de la vida de la infanta se tienen pocas informaciones (Ferrer Valero, 2017. Pág. 33), y se conoce su fecha y lugar de nacimiento gracias a escasos documentos, como una carta escrita por el propio padre de la recién nacida, el rey Juan II de Castilla.
Pero, a pesar de este devastador desconocimiento, se sabe que la infanta fue amamantada por una nodriza, llamada María López, lo que resulta algo cotidiano dentro de la vida corriente de una familia real de la época. Poco después, en 1453, nació su hermano carnal, Alfonso de Castilla, que mantendría una estrecha y muy afectiva con Isabel; su infancia, ya a corta edad, se vio truncada con la muerte del rey Juan II, en 1454, y también con la penosa salud mental de su madre, Isabel de Portugal, nieta del rey luso Juan I.
Huérfana de padre, y con una madre carente de juicio, la jovencísima infanta Isabel retomó la normalidad de su tierna edad en Arévalo (Ávila), junto con el infante Alfonso.
A pesar de que el nuevo rey (Enrique IV de Castilla) no contribuyó a que el testamento de su padre se cumpliera a rajatabla y fueran los nobles los que en varias ocasiones tuvieran que ayudarles económicamente, tampoco es verdad que vivieran excesivas penurias (Ferrer Valero, 2017. Pág. 35).
Entre sus últimas voluntades también se encontraba la voluntad del difunto de que la educación, tanto intelectual como religiosa y espiritual, quedara bajo la protección de la viuda aunque, sabiendo de su progresiva demencia, también dispuso que de la tutela de los infantes se encargara Gonzalo Chacón, Comendador de Montiel y Señor de Casarrubios y Arroyomolinos, conjuntamente con su esposa, Clara Álvarez de Alvarnáez.
Pero este oasis vital que experimentó Isabel en Arévalo tocó su fin en 1461, cuando su hermanastro, el rey Enrique IV, ordenó el traslado de los infantes a la Corte en Segovia; allí, se enfrentó en no pocas ocasiones con la reina consorte, Juana de Avis, a la cual no soportaba, y también a las numerosas intrigas cortesanas, abundantes en aquella época.
La razón de esa decisión por parte del monarca venía motivada en el descontento de un grupo de la nobleza castellana, que ante la falta de descendencia regia, propugnaban la declaración como heredero del trono al infante Alfonso. La tensión, que fue creciendo irremediablemente, se acrecentó con el nacimiento de una hija y no un varón por parte de la Reina, llamada Juana de Castilla, a la que pronto asignaría el apodo de “la Beltraneja”, pues alegaban que la paternidad no correspondía al rey Enrique, sino a su más allegado, Beltrán de la Cueva, que casó más tarde con una hija de la poderosa familia Mendoza.
En 1465, en la llamada “Farsa de Ávila”, Alfonso fue coronado rey por parte de varios nobles levantiscos, mientras que Isabel se mantenía al margen en una Corte que le era hostil, dirigida por la persona a la que más rencor guardaba, la reina Juana. Sin embargo, cuando muere su hermano, el rey rival de Castilla, en 1468, con a penas 15 años, Isabel asume los derechos dinásticos y hereda la lucha militar del joven fallecido Alfonso.
Sin embargo, ella decide frentar el enfrentamiento enconado entre ambas facciones, consiguiendo la paz en los Toros de Guisando, donde fue reconocida como Princesa de Asturias.
Pero la tensión política y familiar no cesaron con la rúbrica de un documento, puesto que Isabel, incumpliendo la claúsula sobre el matrimonio en la que Enrique IV tenía que aceptar al candidato, decidió casarse con un primo segundo, Fernando de Aragón, por entonces rey de Sicilia y heredero de todas las tierras bajo el control aragonés.
Ello se produjo tras unas largas negociaciones, que culminaron con las llamadas Capitulaciones de Cervera (5 de marzo de 1469), llevándose a cabo las celebraciones matrimoniales en Valladolid, el 19 de octubre del mismo año, y a escondidas del propio monarca de Castilla.
En el imaginario popular se encuentra la imagen del aragonés cruzando la frontera entre ambas coronas con vestimentas humildes, con el objetivo de no ser detectados por los hombres cercanos del rey Enrique. El enlace supuso la revocación del reconocimiento como heredera de Isabel, sustituyéndola su sobrina Juana, prosiguiendo de nuevo con las eternas disputas políticas.
Finalmente, a finales del año 1474, Enrique falleció estando de cacería en Madrid, y varios magnates castellanos decidieron proclamar en Segovia a Isabel como Reina de Castilla. Otra decisión no exenta de conflictos, ya que poco después tuvo lugar la llamada Segunda Guerra Civil Castellana (1475-1479), en la que la Católica logró que se reconociera su poder y presencia en el trono castellano, conjuntamente con su esposo, el aragonés.
La guerra se extinguió por sí misma cuando Isabel pacificó todo el territorio; en la paz no hubo grandes ajustes de cuentas, pero las nuevas leyes promulgadas por los reyes se aplicaron rigurosamente contra aquellos que no dudaron en dar su apoyo a la sobrina de la Católica, llamada Juana la Beltraneja (Eslava Galán, 2009; págs. 65-66), como el Arzobispo de Toledo, Alonso Carrillo, o el Marqués de Villena, Diego Pacheco.
La educación de la infanta Isabel. Un enriquecimiento cultural alargado en el tiempo
Una vez que se han arrojado algunos (para este escritor, los más relevantes) datos biográficos de Isabel, resulta necesario explicar qué educación recibió Isabel desde su infanta.
Como se ha dicho con anterioridad, el cuidado de los jovencísimos infantes castellanos quedó al cargo de varias personalidades afincadas por entonces en Arévalo, como Gonzalo Chacón y su esposa Clara Álvarez; el matrimonio conformado por Gutierre Velázquez de Cuéllar, contador mayor y tenente de esta localidad abulense, y Catalina Franca, dama de compañía de la Reina Viuda; así como múltiples “hombres de fe”, como Lope de Barrientos, Obispo de Cuenca; o fray Gonzalo de Illescas, fuertemente vinculado a los Jerónimos.
La religiosidad profunda de la castellana, por otro lado, se vio reforzada por la presencia de dos mujeres en especial: Beatriz de Silva y Meneses, doncella de la reina Isabel que fue canonizada en 1926; y Teresa Enríquez de Alvarado, dama castellana interesada fuertemente por los actos solidarios.
Además de una sólida formación religiosa, también se empapó de los conocimientos elementales, si bien no se sabe quien se hizo cargo de enseñarle los rudimentos de la lengua hablada y escrita (Ferrer Valero, 2017. Pág. 41).
La materia que se impartió con la infanta abarcó desde la filosofía hasta la historia de sus propios antepasados, así como aquellas tareas consideradas como femeninas (bordado o costura, por ejemplo). Y tampoco debemos olvidar la figura de su abuela, Isabel de Barcelos, que acompañó al entorno de la Reina Viuda desde el fallecimiento del rey Juan.
Sin embargo, no aprendió el latín con soltura, y esto se constata en la propia cronística de la época:
«Hablaba el lenguaje castellano elegantemente y con mucha gravedad. Aunque no sabía la lengua latina, holgaba en gran manera de oír oraciones y sermones latinos porque le parecía cosa muy excelente el habla latina bien pronunció nada. A cuya cosa siendo muy deseosa de lo saber, fenecidas las guerras en España, aunque estaba de grandes negocios ocupada, comenzó a oír lecciones de gramática, en la cual aprovechó tanto que no solo podía entender a los embajadores y oradores latinos, más pudiera fácilmente interpretar y transferir libros latinos en lengua castellana.»
Queralt del Hierro, Mª. P., 2012: págs. 30-31
El latín que no aprendió en su más tierna juventud, lo adquirió en su vida adulta, ya en el cargo regio; en este aspecto, sobresalen personas como Beatriz Galindo “la Latina” o Elio Antonio de Nebrija. La primera consiguió las simpatías y el aprecio de la reina católica, casándose con Francisco Ramírez de Madrid, un reconocido artillero madrileño que adquirió relevancia en los conflictos sucesorios entre Isabel y la Beltraneja.
La inteligencia de Isabel quizás no suficientemente cultivada le avisó de que era obligado contar con una cierta formación cultural para poder desempeñar correctamente y con virtud el cargo regio (Queralt del Hierro, 2012. Págs. 31-32). Pero también, a parte de la educación intelectual y religiosa, la infanta gozó de una feliz vida infantil, contando con un estrecho círculo íntimo, destacando a Beatriz de Bobadilla, hija del regidor del castillo de Arévalo, futura Marquesa de Moya al casarse con Andrés Cabrera, cristiano nuevo.
La influencia cultural de los Reyes Católicos, incluyéndose la enseñanza de la lengua latina, se dejó por escrito en el siguiente dicho: Juaga el Rey, todos éramos tahúres / estudia la Reina, somos agora estudiantes. Todo ello estuvo mezclado con los constantes ataques contra la salud de la viuda Isabel, cuya estabilidad mental quedaba en entredicho.
La cultura durante el reinado de los Reyes Católicos: Humanismo y el florecimiento del arte clásico
[…] Puede hablarse de un Humanismo político, que consistiría en la voluntad de “volver a los antiguos para rehacerse según el paradigma de los mismos y elevarse sobre un nuevo renacer de los presentes”
Álvarez Palenzuela, V. Á., 2011: pág. 843
Las anteriores palabras son muy útiles para explicar con acierto el programa cultural de esta época: un arte supeditado verdaderamente a la política de los Reyes Católicos, y que sirve como demostrativo del poder regio.
Por ello, no es de extrañar observar en edificios contemporáneos a estos monarcas los signos y emblemas de su reinado. Todo esto se vio reforzado gracias a la coyuntura cultural externa, de abandono progresivo de los ideales y gustos medievales y de retorno de los clásicos, con el consecuente cambio integral del paradigma.
Sin embargo, no hay que olvidar que la religiosidad fue omnipresente en el nuevo catálogo artístico, puesto que la Reina no estuvo dispuesta a abandonar dicha vía: servicio a dios e idea de progreso es una frase que resume a la perfección este hecho.
Y no parecía difícil conseguir una mezcla de las disciplinas liberales con el profundo respeto religioso; el resultado fue la fundación, ya en los estertores del siglo XV, del Collegium scholarum (Escuela-Universidad) de Alcalá, sede del cardenal Cisneros, pues constituía el centro de su despliegue cultural e intelectual.
La labor cultural de Cisneros fue rica y prolija en sabiduría. El principal exponente de esto fue la Biblia Políglota Complutense, libro escrito en cuatro lenguas: hebreo, griego, latín y arameo.
Es considerada uno de los testimonios más relevantes del humanismo cristiano del Renacimiento y el mayor monumento tipográfico de la imprenta española de la época; de diseño sencillo, cuidado y con una admirable limpieza, fue elaborado por Arnaldo Guillén de Brocar (1460-1523), de origen francés, aunque su trabajo se desarrolló en la Península Ibérica.
Presidido por el escudo de Cisneros, la Biblia estaba estructurada en seis volúmenes, cuatro del Antiguo Testamento; el quinto, corresponde al Nuevo Testamento escrito en latín vulgata y griego; y el sexto contiene un vocabulario explicativo.
La obra se inició en 1514, y concluyó en 1517, cerca de la muerte del propio Cisneros. Esto se puede enlazar con la progresiva introducción de la imprenta en la Península; desde el Estudio General de Segovia de 1466, dicha entrada de la imprenta fue imparable. Hay que señalar que los Reyes Católicos la favorecieron enormemente, impulsando el establecimiento en el solar patrio de los impresores extranjeros, teniendo en cuenta que el origen de la imprenta fue alemán (Aguadé Nieto, 2011. Pág. 864).
A partir de entonces, la producción libraria se caracterizó por la abundancia, destacando grandes personajes, como el cronista Alonso de Palencia (1424- 1492), historiador, secretario y consejero real de origen palentino, además de ser el autor de sendas crónicas dedicadas tanto a Enrique IV de Castilla como a la Guerra de Granada.
Pero el papel de la imprenta va más allá de todo esto, pues actuó a favor del castellano (Aguadé Nieto, 2011. Pág. 866), impulsado también de forma contemporánea por grandes personajes, como Elio Antonio de Nebrija, quien elaboró una detallada y minuciosa “Gramática”, germen del actual castellano; este llegó incluso a ladear al catalán en obras impresas, si bien no llegó a desaparecer ni mucho menos, al igual que el portugués.
Es curioso saber que esta obra lingüística no recibió inicialmente el apoyo de la Reina Católica, sobreviviendo gracias al mecenazgo de Juan de Zúñiga y Pimentel (1459-1504), Arzobispo de Sevilla y Primado de España. No obstante, no logró un reconocimiento en la época, siendo la primera reimpresión ya en la primera mitad del siglo XVIII.
El programa cultural de la Reina Isabel también se reflejó en el campo arquitectónico y escultórico, fundando incluso una corriente propia: el Gótico isabelino también llamado gótico-hispano.
Es el resultado de la aplicación del ideario político en la construcción de edificios de gran envergadura, con símbolos, medallones y estandartes que reiteraban la posición preeminente de los monarcas en sus estados.
Por lo tanto, es una muestra del triunfo de la monarquía frente a una nobleza que, antaño, buscaba su esfera propia de poder. De esto existen grandes ejemplos a lo largo y ancho de la geografía castellana:
- Granada fue sometida a una gran reorganización urbana tras su conquista (Ferrer Valero, 2017. Pág. 226).
- En Toledo, se erigieron grandes monumentos arquitectónicos, como el Monasterio de San Juan de los Reyes.
- En Burgos, destacan tanto la Catedral, como la Cartuja de Miraflores, donde descansan los restos de sus padres y de su hermano Alfonso.
- En Madrid, el Monasterio de San Jerónimo el Real; en Valladolid, el Colegio de San Gregorio; y en Málaga, la Iglesia del Sagrario.
Pero el culmen es la Capilla Real de Granada, cuyo autor fue Enrique Egas, artista toledano; terminada en 1505, cumplió el testamento de Isabel, en el cual se expresa su voluntad de ser sepultada en la ciudad que conquistó con grandes dificultades en 1492. A la muerte de su esposo, Fernando el Católico, sus restos también fueron llevados allí.
La arquitectura también afectó a otras áreas, como es el caso de la escultura, con grandes programas artísticos al respecto localizados en el interior de los edificios religiosos.
Como máximo exponente de la pintura, nos encontramos con La Virgen de los Reyes Católicos (ca. 1491), una mezcla óleo-temple, que muestra, una vez más, la profunda devoción mariana de la Reina.
Influencia posterior. ¿Quedó algo para la posteridad?
La corriente del Gótico isabelino influyó sobremanera en el arte y la cultura posteriores al reinado de los Reyes Católicos. Un ejemplo de ello es el Gótico plateresco, que floreció en la época de Carlos V de Alemania, nieto de Sus Católicas Majestades, que llegó a la Península en 1517.
Sin embargo, no será hasta llegado al año 1530, cuando despunte con todo su esplendor las nuevas ramas artísticas, destacando Juan de Herrera (1530-1597), de origen cántabro, cuya obra magna fue el Monasterio de El Escorial, destacando otros edificios, como el Palacio Real de Aranjuez o el Archivo General de Indias.
En el siglo XIX, surgen numerosas obras pictóricas, sobresaliendo el artista madrileño Eduardo Rosales Gallinas. Un ejemplo es Doña Isabel la Católica firmando su testamento (1864).
Me gustaría concluir con las siguientes palabras:
«Reina, por derecho o no, legítima o usurpadora, dedicó su vida a cumplir con una misión de la que ella se creyó garante. Trabajó para poner orden, en la economía, la política y la sociedad. Amó la cultura, el arte y la música […].»
Ferrer Valero, S., 2017: pág. 288.
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Bibliografía
- Álvarez Palenzuela, V. Á. (2011), Historia de España de la Edad Media. 1.ª edición. Barcelona: Ariel.
- Eslava Galán, J. (2009), Los Reyes Católicos. 1.ª edición. Barcelona: Planeta (Booket).
- Fernández Álvarez, M. (2011), Isabel la Católica. 2.ª edición. Barcelona: Espasa. Ferrer Valero, S. (2017), Breve Historia de Isabel la Católica. Madrid: Nowtilus.
- Ortega Cervigón, J. I. (2015), Breve Historia de la Corona de Castilla. Madrid: Nowtilus.
- Queralt del Hierro, Mª. P. (2012), Isabel de Castilla. Reina, mujer y madre. 2ª edición. Madrid: EDAF.