Lo más bonito de la Historia es que, en ocasiones, aquello que parece más insignificante es lo que más interés puede llegar a despertar. Soy Manu y vengo a hablaros de aspectos de la vida diaria que son banales y, a la vez, esenciales.
En el artículo de hoy vamos a hablar de las formas de diversión que tenía la población de la Baja Edad Media, tanto en los estratos sociales más bajos como entre los nobles. A la hora de hablar de juegos se debe entender que la variabilidad entre una región y otra puede llegar a ser muy alta, encontrando juegos muy diversos en diferentes zonas de Europa. Por ello, y especialmente en lo que a juegos populares respecta, trataré de indicar de qué región hablo en cada momento para no dar lugar a confusión, porque se dan peculiaridades como que encontremos indicios del mismo juego en Ávila y Buckinghamshire, pero no en el resto de la península.
Consideraciones sobre el juego
El juego es un elemento intrínseco al ser humano que podríamos incluso caracterizar de anterior a la cultura, puesto que los animales ya juegan sin necesidad que los humanos les hayamos enseñado (Huizinga, 1938). El ritual de juego es, además, tan parecido entre los seres humanos y los demás animales que podemos afirmar que la civilización no ha añadido rasgos esenciales al mismo: la invitación a participar con una cierta ceremonia de gestos y actitudes, la adhesión voluntaria a unas normas de juego que pueden variar en su complejidad desde el no morder fuerte de los perros hasta los complejos reglamentos de los wargames y, lo más importante de todo, el disfrute y diversión que nace de esta actividad (Huizinga, 1938).
El juego podría definirse en base a una serie de características comunes: es un proceso que prevalece sobre el resultado, un fin en si mismo que presenta una organización propia de las conductas. Está definido desde la persona que juega y su vivencia personal y permite crear mundos alternativos. Es una necesidad que produce placer, satisfacción personal y equilibrio emocional, y a la vez potencia el aprendizaje y facilita las relaciones. Pero lo más importante de todo es que es voluntario, libre y espontáneo (Hernández, 2002). Que el juego es necesario ya es reconocido por los tratadistas del medievo, considerando “conveniente dar tregua y descanso, ya al alma, ya al cuerpo” (Molina Molina, 1999), pero si bien se reconoce su importancia también se reconoce su peligro por parte del poder.
La relación del poder y el juego es compleja porque puede ser a la vez una herramienta clave y el más peligroso de sus enemigos. La capacidad del juego para crear un mundo alternativo en la mente de la persona que lo juega puede ser tanto una manera de cimentar el statu quo actual como una forma de subvertirlo, de forma similar a lo que sucedía con fiestas como el carnaval o el “obispillo” que dejaban soñar con un mundo diferente y a las que el feudalismo se va volviendo cada vez más reticente (Martín Cea, 1998).
Algo similar sucede con los juegos, existiendo una serie de diversiones que se consideraban más correctas que otras. Santo Tomás de Aquino insistía en que el juego debía emplearse como la sal en la comida: nada más que el justo y necesario para sazonar, y tanto moralistas como legisladores favorecían juegos como el ajedrez, donde se ejercitaba el cerebro, frente a juegos de azar que a menudo eran origen de disputas que podían acabar incluso con la muerte de uno de los jugadores (Molina Molina, 1999).
Juegos al aire libre
Los datos desperdigados que nos llegan sobre el mundo medieval, tanto rural como urbano, nos demuestran que a la población le encantaba jugar. Podemos hacer distinción entre los juegos de interior, o de tablero, y los juegos que se practicaban al aire libre, y del mismo modo estos últimos serán diferentes para los nobles y aristócratas urbanos y para los campesinos.
Los juegos de nobles están profundamente ligados al mundo de la guerra. Recordemos que, en el orden estamental, los nobles o bellatores cumplen el papel de defensores de la iglesia, del campesinado, de los pobres y en última instancia garantes del orden social y político tradicional (Alvarado Planas, 2006), por lo que su existencia misma no se puede entender separada de la guerra. Es por eso que los juegos que practican son a la vez diversión, entrenamiento, ritual y espectáculo, y nada ejemplifica mejor esto que el torneo medieval. En el torneo podemos encontrar los elementos descritos por Huizinga a los que refería al comienzo del artículo:
- Ritualización de la invitación a participar: el torneo comenzaba con el desafío, que se realizaba con una fórmula más o menos repetitiva y siempre teatralizado, integrando al rey en el espectáculo mediante el uso de personajes disfrazados que irrumpían para anunciar el reto. En este desafío se deciden las condiciones para verificar el hecho de armas en sí, y se dramatiza para hacerlo llegar al público como un acontecimiento extraordinario (Flores Arroyuelo, 1995). Las formas teatrales que se emplean saldrán de diversas fuentes, pero prevalecerá todo lo relacionado con el mundo artúrico. Por ejemplo, en Sir Gawayn y el Caballero Verde (que recomiendo leer si no lo habéis hecho ya) se puede ver un ejemplo muy claro de aquello que se pretende emular: el caballero verde irrumpe en Navidad en el banquete del rey Arturo y plantea su reto a todos los allí presentes.
- Adhesión a unas reglas de juego: no todo el mundo podía participar en los torneos. Existen una serie de requisitos previos, como pertenecer a un determinado estrato de la sociedad y cumplir unos condicionamientos que terminan en un ritual a los que solo pueden acudir estos individuos selectos, que a su vez son los que imponen estas normas (Flores Arroyuelo, 1995). Solo participaban los jóvenes, hombres en una edad que comprendía desde que eran armados caballeros hasta que se casaban. Es decir, desde la salida del hogar del padre hasta la fundación del hogar propio, tiempo que pasaban buscando desafíos y situaciones que les permitieran demostrar su valía (Flores Arroyuelo, 1995). Del mismo modo se regulan cuidadosamente las armaduras y armas que se pueden utilizar en el torneo, para garantizar la mayor equitatividad y seguridad posible para los participantes (lo que no evitó que hubiera heridos e incluso muertos), así como los honorarios que cada participante debía abonar en función a su estatus y el número de sirvientes permitidos por cada caballero (Flores Arroyuelo, 1995).
- La diversión como fin último: aquí es donde el torneo difiere del esquema de Huizinga. Ya desde el inicio cumple una función adicional, además de la de diversión de los caballeros, y era la de ofrecer a los jóvenes una oportunidad en la que probar sus virtudes caballerescas en un mundo en el que las armas de fuego, cada vez más presentes, comienzan a alterar el paradigma bélico (Flores Arroyuelo, 1995). Es decir: son el escenario teatralizado en el que los bellatores demuestran que son capaces de cumplir la función que la sociedad les ha otorgado.
Los torneos estaban ligados, como ya mencioné, al mundo de la nobleza y la aristocracia urbana, pero en el ámbito rural y campesino también encontramos una más que amplia variedad de juegos y actividades de ocio. Algunos de estos juegos, como el “juego de la ballesta”, servían como práctica y ejercicio militar, y no se veían limitados, pero para otras actividades que tenían como único fin el entretenimiento sí encontramos prohibiciones y limitaciones por parte de nobles y concejos que no dudaban en sancionar aquellos juegos considerados dañinos para el orden público.
En este sentido los juegos en exterior estaban mucho mejor vistos que aquellos que se practicaban en tabernas, por ser mucho más fáciles de controlar (Martín Cea, 1998). En Castilla, por ejemplo, las limitaciones a estos juegos se veían reducidas a cumplir tres puntos fundamentales: no implicar apuestas de dinero, no lesionar propiedad ajena y no impedir la asistencia a misa (Martín Cea, 1998).
Estos juegos que practicaban los campesinos no diferían mucho de algunos juegos que seguimos encontrando a día de hoy, al menos en esencia, como por ejemplo los bolos, cuyas modalidades desgraciadamente no se conocen, o el “herrón”, que solo se encuentra documentado en la villa de Piedrahita y consiste en lanzar un disco de hierro agujereado en el centro y encajarlo en un clavo puesto en el suelo a modo de objetivo.
También había juegos de pelota muy similares al frontón actual, como se documenta en ordenanzas que prohíben jugarlo en portales ni plazas especialmente concurridas. Otros juegos, como la “cayada”, entrañaban un mayor peligro por consistir en arrojar un pesado bastón de madera lo más lejos posible (Martín Cea, 1998). Esto son solo ejemplos de una región concreta de Europa (Castilla), de la que tenemos información gracias a las leyes y ordenanzas, pero, también, gracias al registro arqueológico sabemos que en asentamientos ingleses de entre los siglos XII y XIV existen espacios reservados para el juego tanto infantil como adulto, y por representaciones pictóricas podemos observar que se dan juegos relativamente parecidos a los castellanos como el “cock stele”, asombrosamente similar al “herrón” descrito con anterioridad, e incluso juegos tan simples como bailar, pelear montados “a caballito” o subir a los árboles (Lewis, 2009).
En definitiva, podemos encontrar una amplia variedad de actividades al aire libre en diferentes regiones de Europa que son solo la punta de un inmenso iceberg de juegos que quizás se hayan perdido para siempre.
Juegos de tablero
Los juegos de tablero, en contraposición a los juegos al aire libre, solían tener lugar en espacios cerrados. El espacio en el que el juego tiene lugar es muy importante a la hora de entender la significación del mismo, puesto que la percepción de este espacio según unos atributos u otros será lo que alimente el recelo a estas actividades. El espacio existe para nosotros en tanto a cómo categorizamos y sistematizamos el espacio percibido, convirtiéndose así en un espacio “representativo” que queda abierto a las proyecciones del imaginario (Zumthor, 1994). Las tabernas y mesones, por ejemplo, eran percibidos como un ambiente siempre sospechoso, y por ello se tenía un cierto temor a las actividades que se realizaban en ellas. Además del prejuicio del espacio en el que se realizaban, el argumento principal de señores y concejos para la limitación de estas actividades era que a menudo eran motivo de discusiones, pendencias, blasfemias y peleas (Martín Cea, 1998).
Es precisamente la existencia de estas prohibiciones en torno al juego de tablero en diversas localidades la que nos habla de la inmensa popularidad del mismo. Solo en Castilla podemos encontrar juegos de dados y de cartas muy extendidos por la población. Las leyes permitían apostar solo en fechas señaladas, como la navidad, pero pese a las prohibiciones no eran pocos los que caían en las redes del juego desde los mesones o en la intimidad de los hogares, teniendo incluso que reforzar el control sobre los oficiales de justicia para evitar sobornos (Martín Cea, 1998).
Los juegos de dados aparecen muy bien documentados en El Libro de los juegos de Ajedrez, Dados e Tablas, de Alfonso X. En este libro se explica tanto el material con el que se deben hacer los dados, la colocación de los números en las caras (que no ha cambiado hasta nuestros días) e incluso un esbozo de la imagen que se tiene del juego y los jugadores de dados (Molina Molina, 1999). Estos juegos de azar estaban mucho peor vistos que juegos más sesudos como el ajedrez, y la mayoría de reyes optaba por la regulación antes que la prohibición con multas a aquellos que apostaran o regentaran locales de apuestas.
Especialmente reseñable era el caso de Valencia, en la Corona de Aragón, donde la presencia de un babilónico burdel y la complicidad de las autoridades locales alimentaron una extensa red de juego en los años finales de la Edad Media (Molina Molina, 1999). Y, por supuesto, los dados no eran algo endémico de la península ni muchísimo menos. Hallazgos en Trondheim, Noruega, confirman la existencia de dados de seis caras elaborados en materiales como piedra, azabache, hueso o incluso marfil de colmillo de morsa (McLees, 1990).
A partir del siglo XIV, comenzamos a encontrar, primero en Aragón y posteriormente en Castilla, menciones a los juegos de naipes. Como ya mencioné, en Valencia concretamente se origina toda una red que opera al margen de la ley de juegos de azar con apuestas asociadas que, por más que Jaume II tratara de controlar, prolifera con facilidad (Barrio Barrio, 1996).
Los propios naipes, traídos desde la India, se expanden como la pólvora por todo el reino de Aragón como un entretenimiento popular. En el reino de Navarra, los locales que ofrecían sitio para jugar este tipo de juegos de azar recibían el nombre de tafurerías, y pese a que no tenemos información sobre qué juegos se llevaban a cabo en su interior sí sabemos que en el local se jugaba a partidas de dados y naipes, y parece que los jugadores pagarían al dueño una pequeña tasa para sufragar los gastos del local (Hernández y Elía, 1993).
Sin embargo, no se debe pensar que todos los juegos de tablero estaban mal vistos. Es más, el propio Alfonso X recomienda a los reyes practicar aquellas actividades de ocio que “se facen seyendo”, porque todos pueden practicarlos sean mayores, niños, libres, cautivos… (Molina Molina, 1999). De forma especial recomienda el ajedrez, un juego que llegará de Oriente y que tendrá muchas significaciones. Es un juego de estrategia en el que los europeos verán un juego en el que percibir en sinopsis una sociedad armónica y jerarquizada (Gómez-Ivanov, 2016). Incluso servirá para alegorizar las relaciones entre sexos y el sentimiento amoroso, como se puede ver en los textos del Echecs Amoureux donde Evrart de Conty relaciona el ajedrez con el amor cortés, sus grados y riesgos y por supuesto su desenlace (Gómez-Ivanov, 2016).
Conclusiones
Después de este viaje express por los juegos y diversiones de las personas del bajo medievo, hay una serie de conclusiones que me gustaría señalar. La primera de ellas es que, como se hace evidente por la necesidad de limitar los días que se puede jugar a solo festivos y después de que se haya dicho misa mayor (Martín Cea, 1998), la gente de la edad media tenía muchísimo tiempo libre. Esto es natural, puesto que por las condiciones del sistema de producción imperante las tareas se encontraban concentradas en una serie de puntos clave del año y dejaban, en el cómputo total, más tiempo para el esparcimiento.
La segunda conclusión, ligada a la primera, es el uso del juego y de su prohibición como herramienta del poder. El carácter restrictivo y marcadamente militar de los torneos, su teatralidad y la ritualidad de todo el proceso consolidaban a los nobles como una aristocracia guerrera, tal y como querían ser percibidos, y el intento de limitación del tiempo de ocio para los campesinos sirve como recordatorio de las clases dirigentes de que son laboratores, es decir, trabajadores que deben servir a las clases que protegen sus cuerpos (bellatores) y sus almas (oratores).
Y sin nada más que contaros por ahora me despido, esperando que este artículo os haya ayudado a ver a la población de la Edad Media de una forma más humana y cercana.
Bibliografía
- Alvarado Planas, J. (2006). Orígenes de la nobleza en la Alta Edad Media. Anuario de historia del derecho español, 439-460.
- Barrio Barrio, J. A. (1996). Lo marginal y lo público en Orihuela a través de la accción punitiva del justicia criminal: 1416-1458. Anales de la Universidad de Alicante. Historia Medieval, N. 10 (1994-1995); pp. 81-98.
- Flores Arroyuelo, F. J. (1995). El torneo caballeresco: de la preparación militar a la fiesta y representación teatral. In Medioevo y literatura: actas del V Congreso de la Asociacion Hispánica de Literatura Medieval (pp. 257-278). Universidad de Granada.
- Gómez-Ivanov, M. L. (2016). La encuadernación del incunable de Lucena, Repetición de amores e arte de axedrez: con CL juegos de partido: apuntes sobre el ajedrez en la Edad Media. Medievalia, (37), 39-51.
- Hernández, E. D., & Elía, A. (1993). Noticias sobre el juego en la Navarra medieval: Juegos de azar. Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra, 25(62), 279-292.
- Hernández, R. (2002). El juego en la infancia. Revista Candidus, 4(21-22), 134-137.
- Huizinga, J. (1938). Homo ludens: a study of the play element in culture. Alianza Editorial.
- Lewis, C. (2009). Children’s play in the later medieval English countryside. Childhood in the Past, 2(1), 86-108.
- Martín Cea, J. C. (1998). Fiestas, juegos y diversiones en la sociedad rural castellana de fines de la Edad Media. Edad Media: revista de historia, (1), 111-142.
- McLees, C. (1990). Games people played. Gaming-pieces, boards and dice from excavations in the medieval town of Trondheim, Norway. Riksantikvaren. Utgravningskontoret for Trondheim.
- Molina Molina, A. L. (1999). El juego de dados en la Edad Media. Murgetana, (100), 95-104. Zumthor, P. (1994). La medida del mundo: representación del espacio en la Edad Media. Anaya-Spain.