«La Historia es la que es, igual no es la mejor pero es la nuestra». Disculpadme de antemano por el uso de ese pronombre posesivo de primera persona del plural. Es cierto que todos tenemos una historia, en minúsculas, es la que forjamos cada día al tomar decisiones desde el momento mismo en el que nacimos, igual no es siempre voluntario, desde luego, pero es nuestra historia. No. A lo que me refiero cuando hablo de Historia no es a la historia que todos hacemos. Pero dejadme que me explique e igual logro llegar a vosotros, mis lectores.
Como historiador, o egresado, como algunos bienintencionados tienen el orgullo de nombrarme -nótese la ironía-, he leído bastante sobre la Historia, y cuando eso sucede no puedes dejar de pensar que la Historia que leemos en los libros de texto es una imagen fija. ¿Qué no sabéis a qué me refiero? Seguro que vosotros, lectores de varios rangos de edad, usáis o habéis usado en algún momento las redes sociales y conocéis Instagram. Pues bien, cuando alguien sube una imagen a Instagram, normalmente, la acompaña de un texto que normalmente contextualiza, y otras veces añade información o le da un aire más interesante. Pues lo mismo pasa con los libros de Historia.
Empecemos por el principio
¿Qué es la Historia? Esta pregunta puede tener múltiples contestaciones dependiendo de la persona o historiador al que le preguntes, lo cual demuestra la subjetividad del asunto. A mi parecer, la Historia es un conjunto de relatos del pasado, hechos desde un presente concreto, que toman coherencia cuando se relatan desde un hilo conductor. Muchas veces el hilo conductor es el mismo tema que escoge el autor para empezar a redactar, pero muchas otras eso sería como empezar la casa por el tejado. La labor del historiador es, desde mi perspectiva, recopilar, comprender y analizar, de manera racional, documentación de fuentes muy diversas para elaborar un relato cohesionado que pueda llevar a hacer Historia, propiamente dicha.
Para acercaros al conocimiento sobre la Historia os recomiendo este libro. Marc Baldó también tiene otro libro titulado «Introducció a la Historia. Canvi, Estructura i Praxi», pero por cuestiones lingüísticas veo que muchos no lo disfrutaríais. También podéis buscar Introducción al estudio de la Historia de Josep Fontana. Os lo recomiendo.
Por eso, toda investigación que se precie (investigación es un sustantivo que me gusta mucho usar porque a veces parece que los historiadores seamos como investigadores privados) debe tener un comienzo, y donde debe empezar una labor histórica sino en una biblioteca o archivo histórico. Hablamos sobre el pasado, un pasado que no hemos vivido, lo que nos da una distancia muy necesaria para hacer Historia, puesto que si nos acercamos demasiado y nos implicamos de más (como un agente de policía), deberíamos estar fuera del caso. A modo de crítica, hay que buscar usar siempre fuentes primarias, pero esta afirmación es un desiderátum. No siempre están accesibles a todo el mundo, o esas fuentes directamente están en manos privadas, lo que a un investigador que se precie le hace saltar las alarmas cuando oye esto, porque si resulta que ese documento estaba desaparecido, y, de repente, aparece en manos de un coleccionista privado por arte de magia, es probable que estemos delante de una falsificación. Pero, claro, ¿quién sería el tonto que quisiera matar a la gallina de los huevos de oro?
Virtudes para un historiador
Como ya hemos anunciado en el anterior apartado, hay que meterse al barro y ensuciarse hasta encontrar esas tan ansiadas fuentes primarias que nos ayuden a comprender mejor el pasado de la humanidad, y todo lo relacionado con esta. Pero no todo acaba aquí y, a continuación, voy a comentar unas cuantas virtudes que creo que todo historiador que se precie debería tener:
Podría empezar por cualquier otra pero creo que la humildad es esencial. No soy yo quien para decirle a nadie cómo ha de vivir su vida. Pero si que pienso que es algo que todos deberíamos practicar en mayor o menor medida, desde ese jefe cabrón que nos hace la vida imposible hasta ese amigo o amiga que es más fantasma que los que comparten piso con Casper. ¿Cómo aplicamos esto al historiador? No por tener más seguidores, no por tener más renombre, eres intocable. El pasado es una imagen que vamos conformando entre todos los historiadores como si de un collage se tratase (pero con mejor resultado, digo yo). Puede que lo que esté aceptado hoy, dentro de un mes, un año, un lustro, deje de estarlo. No te endioses y aprende de tus errores. Porque como dijo una persona sabia hace tiempo «errare humanum est» (errar es de humanos). Igual lo que dijiste hace tiempo no es un error en sí, sino una falta de fuentes que años más tarde si que se tienen, pero acepta que no eres infalible. Acepta que no eres el historiador definitivo que va a sacarnos a todos de la edad de las tinieblas y llevarnos a todos a la iluminación como si fueses un Bodhisattva.
El Bodhisattva es aquel iniciado en las enseñanzas de Buda en busca de la Iluminación. Entiendo que a muchos os encante la cultura oriental y la mitología, pero que no hace falta llegar a estos extremos, ni seguir enseñanzas ciegas. De verdad que no.
Además, el historiador debe de ser perspicaz. Quiero decir, si lees sobre Historia y buscas hacer Historia, qué menos que tener algo que te distinga de investigadores anteriores, para hacer divulgación tenemos geniales divulgadores que son bien recibidos desde muchos ámbitos, pero a veces se saltan el primer consejo que os he proporcionado y se nos suben a las barbas. No olvidéis ser humildes, por favor, os lo ruego. Volviendo con la perspicacia, veo oportuno que tengáis una formación académica crítica, no solo hacia las fuentes históricas, sino con vosotros mismos. Esa capacidad crítica os permitirá encontrar el hecho detrás de la verdad. Así es, los historiadores no trabajamos con la verdad, eso se lo dejamos a los filósofos, a quienes, por cierto, también les mando un saludo como compañeros de inquietudes humanas y de penurias mundanas ante una realidad que manda al paro a la mayoría de gente que se dedica a las humanidades. Necesitamos apoyarnos más que nunca. Prosigo. El hecho es lo que hay detrás de los sucesos históricos, va más allá de valoraciones personales, y tiene un carácter racional. El problema viene cuando estos hechos empañan nuestra percepción personal. No voy a entrar a valorar, pero todos en algún momento hemos oído eso de «con Franco se vivía mejor». Puro complejo de Edad de Oro (no se para quién), créanme.
¿Qué más podría un historiador necesitar en su instrumental de rasgos deseables? Creo que esta va a doler: honradez. Existen historiadores y, gente de fuera, políticos y divulgadores, que ven la Historia como un fin para justificar sus ideologías. Es cierto que la Historia siempre se ha utilizado como una fuente de aprendizaje. Y es que ya lo decía Cicerón: «el que no conoce la historia toda la vida será un niño». Aprender mola, yo soy el primero que defiende eso, como historiador y profesor. Pero no tenemos que caer en ponernos las gafas del presentismo. Son muy «cool» y puede que te queden bien, pero no dejan de ser un filtro que puede llevarte a error. A veces un filtro negro y deprimente y otras un filtro rosa y emocionante. No todo en la vida es blanco o negro, bueno o malo. Los historiadores nos movemos en escalas de grises y equidistancia moral. Dado que la sociedad busca usar la Historia para fines propios, a veces egoístas, nosotros debemos dar ejemplo, y cuando realicemos nuestra labor alejarnos de ideologías para contar los hechos. Tenemos un deber moral para con la sociedad, debemos de ser honrados, y quizás por eso despertemos tanto recelo. Es una virtud, pero también una obligación, y un poder que debemos saber usar para no corrompernos y caer en la estulticia malintencionada. Debemos respetar el rigor que se exige para nuestra labor.
Motivaciones personales
No me gusta mentir. Y para qué engañarnos no se me da nada bien. Por eso, veo necesario comentaros cual es el motivo que me mueve a escribir este artículo de opinión. Navego cuanto puedo, quizás demasiado por las redes sociales, y me encuentro muy a menudo polémicas sobre cuestiones políticas que acaban teniendo que aclararse usando la Historia. No es un arma arrojadiza; debería de ser una argumento de última instancia siempre que se quiera justificar una opinión personal.
Este libro quizás pudiera aclarar ciertas dudas que podáis tener al respecto de la Leyenda Negra y la utilidad que esta tiene para justificar ciertos relatos históricos con un carácter defensivo contra argucias y falacias que pretenden enfatizar la conciencia nacional.
Es cierto que, como ya he dicho al principio, a la Historia le pasa un poco como a las fotos de Instagram. Son fotos fijas con un contexto concreto. Y a veces se hace pasar una foto fija como un representativo del todo absoluto, y más cuando hablamos de estructuras históricas. Por ejemplo, siempre ha existido una especie de Leyenda Negra en torno a la Historia de España, sobre todo, en ciertos puntos concretos como la Reconquista, el Descubrimiento y la Conquista de América y la Guerra Civil. Vivimos acomplejados durante mucho tiempo, y parece que la única reacción posible se basa en dejar de ver lo propio y predicar alabanzas en clave histórica en base a «pero este lo hizo peor», y no. No deberíamos caer en esta sensual y tentadora forma de ver el pasado. No tenemos nada que ver con las personas que vivieron en el pasado, por lo general, puede (y digo puede) que nos una la línea de sangre (en pocos casos), pero nosotros no somos nuestros antepasados. ¿Por qué deberíamos de sentir orgullo o vergüenza por algo que hizo alguien que no somos nosotros? Quizás este sea un reto a superar que nos dejó la concepción patriótica y nacionalista del pasado, tan vigente (parece ser), aun, a día de hoy.
Aquí tenemos el que puede que sea un ejemplo de cómo aún a día de hoy seguimos teniendo que superar ciertas perspectivas históricas. En este caso, desde la perspectiva de la divulgación histórica. No es nada personal.
Los historiadores abrazamos ciertos convencionalismos para facilitarnos la labor, pero siempre debemos matizar lo que decimos para que se pueda entender el mensaje. No tenemos que pasar por ciertos aros, como si fuéramos mascotas amaestradas y acomplejadas ridículamente. Podemos decir que la Monarquía Hispánica tuvo actitudes colonialistas tanto en el siglo XVI como en el siglo XIX y no es ningún motivo de vergüenza. Ni tampoco podemos decir que, como no fue dicha actitud o actividad como la inglesa, no existió. Si aceptásemos estas desfachateces, también, tendríamos que aceptar que, en España, nunca sucedieron otras cuestiones como una Revolución Industrial o movimientos revolucionarios de carácter burgués en el siglo XIX. Actualmente, las aceptamos como tal, pero matizamos cuando hablamos de ellas, porque está claro que el modelo de Revolución Industrial que experimentó Inglaterra no fue el mismo que el de Alemania, por poner un ejemplo. Tampoco pasó así con otras cuestiones como el movimiento obrero o el auge de la burguesía y el liberalismo, pero haberlo lo hubo.
Por último, a lo que quería llegar es que la Historia existe para ser disfrutada y aprender de ella ciertos valores, que puede que sean aplicables como refuerzo positivo o castigo dependiendo de cada caso particular, pero no hemos de intentar cambiarla. Parafraseando una frase de la famosa serie de TVE, el Ministerio del Tiempo: «la Historia puede no ser la mejor, pero es la que es. No hay que intentar cambiarla porque podría ser todavía peor».
Se despide de vosotros vuestro enérgico y apasionado clionauta.
Fdd. Remus Okami.
[…] En definitiva, Seixas y Morton (2013) distinguen seis problemas que ha de enfrentar cualquier historiador cuando decide abordar el estudio del pasado: cómo decidimos lo que es importante (historical significance o relevancia histórica); cómo sabemos sobre el pasado (evidence o pruebas históricas); cómo podemos dar sentido al complejo fluir de la historia (continuity and change, o cambio y continuidad); por qué tienen lugar los acontecimientos y cuáles son sus consecuencias (cause and consequence, o causa y consecuencia); cómo podemos entender mejor a las personas del pasado (historical perspectives o perspectiva histórica) y cómo puede la historia ayudarnos a vivir el presente (ethical dimensión, la dimensión ética). Estos problemas, sin embargo, no pueden entenderse de modo aislado, sino que han de verse como conjunto a la hora de enseñar la historia. […]