El Falso Mare Nostrum
En la narrativa histórica que se hace del Imperio Romano, se nos muestra un poderoso mega estado que se hizo con todo el mediterráneo en base a sus ambiciones imperialistas. Lo cierto, y desde un punto de vista romano, es que parte de los territorios anexionados provienen de las victorias militares del ejército en guerras defensivas que Roma no había provocado.
La ciudad contaba con toda la parte occidental del mediterráneo occidental en el 146 a.C. en apenas 50 años, y en otros 50 años después, acabaría por ser la potencia hegemónica de la parte oriental del mar. Muchas de estas anexiones orientales se hicieron de forma demasiado rápida para gusto de los romanos, en base a continuos enfrentamientos de intereses contra estados como Macedonia y el Imperio Seleúcida, además de donaciones territoriales de estados como Pérgamo, Cirenaica o Chipre, que decidieron ponerse bajo control de Roma de forma voluntaria.
Lo cierto es que los romanos, tuvieron muchos problemas de poder controlar el Mediterráneo de forma efectiva, a consecuencia de la rápida extensión, que fue muy problemática para la República. Los romanos en cierto modo decidieron que el Mediterráneo no merecía su atención en ese momento, ya que no tenía sentido mantener armadas cuando las principales potencias marítimas del momento habían sido derrotadas, dejando un vacío de poder que en un futuro, les estallaría en la cara.
La piratería mediterránea
Los piratas del Mediterráneo son tan antiguos como la presencia humana en el mismo, siendo una forma de vida antigua y muy característica del periodo antiguo. En el periodo helenístico, los Reinos de los Sucesores en Oriente, y la propia Cartago en Occidente, conformaron flotas policiacas que redujeron al mínimo la presencia piratesca en el mar, llegando a desaparecer casi por completo.
Sin embargo, con la destrucción de Cartago, la caída de Macedonia y el Imperio Seleúcida, y el Egipto Ptolemaico en decadencia, se perdieron las flotas que mantenían a raya a los piratas, sumado a que Roma, era un pueblo con falta de tradición naval, y que veía el control de los mares como un aspecto muy secundario. La caída de Macedonia provocó que los habitantes de las islas griegas como Creta, que antaño trabajaban en las distintas flotas helenísticas, se quedaran sin trabajo y se vieran obligados a dedicarse a la piratería como forma de subsistencia.
El saqueo proporcionaba cuantiosos beneficios a griegos, ilirios, egipcios, y sirios, haciendo eco en multitud de aventureros que veían la piratería como una forma de ganar dinero fácil. A esto se sumó a que Mitrídates de Ponto en el 70 a.C. había financiado estas incursiones piratas para que se centraran en saquear objetivos romanos. La fiebre de la piratería se extendió así en el mediterráneo occidental, en un momento muy crítico para la economía romana.
En aquellos tiempos, la población italiana había incrementado a niveles nunca vistos y había superado el límite poblacional poniendo en serio riesgo la estabilidad alimenticia de Italia. Los piratas se aventuraron en las costas italianas, sicilianas y africanas, y pusieron en peligro el suministro de trigo, provocando un riesgo de hambruna que se traduciría en descontento social contra el Senado. En este momento, Roma vio de primera mano el peligro que resultaban los piratas para su propia estabilidad, siendo los jefes piratas, los auténticos reyes del Mediterráneo.
Los hijos de Neptuno, flotas romanas de la República Tardía
La primera flota romana, nació en 261 a.C. tres años después del estallido de la Primera Guerra Púnica, en el que los romanos se vieron obligados a presentar una guerra naval fuera de su espacio de confort, que era la guerra terrestre.
Las galeras romanas son una copia directa de la galera púnica, algo que no debe extrañar, ya que se basan en una nave cartaginesa que quedó varada en un arrecife italiano, y que fue capturado por los romanos. La primera remesa se formó en torno a 100 quinquerremes y 20 trirremes. Eran torpes y mal construidas, podríamos hasta decir que los romanos en el periodo republicano eran los peores navegantes y constructores de barcos de la antigüedad.
El trirreme surgió en el siglo VI a.C. por los griegos, contando con tres filas de remeros, cada remo era portado por un hombre fuerte. Por los registros navales, sabemos que cada remo medía entre 4 y 4,5 m. estas naves tenían 37 m de eslora y 3 de manga como base, siendo 6 m de manga el máximo registrado. Polibio sugiere que los trirremes portaban un total de 300 marineros y 120 infantes de marina, los primeros como remeros y los segundos como fuerza de abordaje.
Con la tripulación del quinquerreme no estábamos tan seguros, actualmente se debate, pensando que por cada remo habría cinco hombres según Tarn. Cada trirreme contaba con 170 remos, 62 remeros en el nivel superior y 54 en las dos partes inferiores. Los marineros romanos eran totalmente pésimos, sin embargo, su mayor ventaja era el cuerpo a cuerpo, por lo que se diseñó una plancha de abordaje de tiempos de las guerras púnicas con una larga punta de hierro en un extremo que giraba bajo el poste montado en la proa del barco, apodado como corvus.
La plancha de abordaje llegaba a medir 1,2 m y 11 m de longitud, la cual giraba y dejaba caerse a la nave enemiga, clavándose el corvus y encajonando ambas naves hasta mantenerse unidas. Por lo que los marines romanos caían sobre el barco enemigo dejando descansar los bordes de sus escudos sobre las barandillas y quedando protegidos. A falta de tradición naval, los romanos cambiaron las reglas del combate naval a una táctica simple que consistía en que el resultado se decidía en un combate entre infantería, donde los romanos tenían todas las de ganar.
La flota romana se formaba en torno a cuatro líneas, una por legión. Cada línea era liderada por un “seis”, formando una pinza con un pequeño hueco, y que la tercera línea constituía un triángulo, y donde se concentraban transportes de tropas para la caballería (en caso de invasión naval), siendo la cuarta línea, denominada “triarii”, una línea de galeras de reserva que cubría los flancos.
Las flotas romanas siempre contaban con naves adicionales encaminadas a la exploración y otras al mantenimiento y reparaciones. Las flotas romanas de las guerras púnicas contaban con 330 naves de guerra, una cantidad espectacular que no volvió a verse tras el final de éstas, y cuyo número fue menguando hasta 220 naves.
La Guerra de los Piratas
En estos años, la estabilidad política de la República no andaba muy bien encaminada desde la muerte de Craso en la Batalla de Carrhae (o Carras). El Grandísimo Pompeyo, estaba pasando por el mismo problema que Escipión Africano, que una larga trayectoria militar significaba poco para soportar la dura política romana, que le estaba desgastando poco a poco.
Pompeyo no tenía la capacidad de Craso de emplear su riqueza y prestigio para adquirir una buena posición en la política romana. Ansiaba una nueva campaña, lejos de la muy odiada política, pero el Senado se resistía en dar un mando a un hombre que todos consideraban invencible.
En el 74 a.C., Marco Antonio, padre del famoso rival de Octavio, fue enviado a librar una decisiva batalla naval en Creta contra los líderes piratas. Sin embargo, Marco Antonio subestimó a su enemigo, y los piratas destrozaron la flota romana. Cayendo en desgracia, y sin volver a levantar cabeza.
En el 69 a.C. fue enviado Quinto Cecilio Metelo, un comandante mejor capaz que Antonio, al cual se le había concedido un imperium similar. Metelo no quería pasar por los mismos errores, y analizó que el poder de los piratas se basaba en unas bien planificadas fortalezas costeras alrededor de la isla de Creta. El general romano sabía que debía eliminarlas para evitar un enfrentamiento directo con la flota pirata, por lo que de una en una las puso en sitio.
Sin embargo, los asedios implicaban meses y meses de estancamiento, y el progreso era lento, por lo que los piratas aprovechaban la inactividad de Metelo para atacar ciertos puntos estratégicos de la costa italiana, logrando secuestrar a los propios pretores de Roma, incluso a personajes importantes de la política romana como Julio César y saquear el mismísimo puerto de Ostia.
A partir del 67 a.C., Roma pasaba hambre por la escasez de grano en consecuencia a las actividades de los piratas. La hambruna fue tan grave, que el tribuno Aulo Gabinio propuso crear una provincia única con un cargo de poderes extraordinarios para dar un poder casi infinito a un hombre que sea capaz de reunir los recursos de la República para terminar con esta pesadilla.
Cicerón descubrió que la intención de Gabinio era de proponer a Pompeyo para dicho mando, a pesar de no haberlo mencionado, pero se sabía que ambos estaban aliados en el Senado. Cicerón creía que Pompeyo había comprado al tribuno, porque este tenía grandes deudas, por lo que se salió con la suya, y se aprobó la Lex Gabinia que concedía a Pompeyo un imperium proconsular con cincuenta millas de tierra y el control de todo el Mediterráneo.
Este imperium contaba a su vez con un mando completo de 120.000 tropas de infantería y 5.000 jinetes, Pompeyo contaba bajo mando directo a 24 legados, a los que impuso haber estado al mando de una campaña en el pasado. Estas fuerzas se repartieron entre 500 navíos, una fuerza naval que superó casi al número de flotas romanas de la Primera Guerra Púnica. Este mando proconsular, probablemente fuera uno de los más extravagantes que se vieron hasta ese momento, superando en autoridad a cualquier otro mando proconsular del momento. Pompeyo contaba bajo su mando un poder ilimitado que no había gozado ningún otro general en el pasado, como si fuera la encarnación del mismísimo Neptuno.
Pompeyo en campaña
La estrategia de Pompeyo combina parte de su genio táctico y estratégico propio del general. Se trata de uno de los estrategas más organizativos y tácticos que se halla visto en Roma, comparable a la figura de Julio César. Pensemos que, con todos esos hombres a su mando, Pompeyo debió diseñar todo un aparato logístico impresionante que sólo un genio organizador como fue él podría ponerlo en práctica.
Pompeyo estudió con suma paciencia el Mediterráneo, reuniendo a geógrafos que conocían cada palmo de aquellas aguas, y veteranos marineros, para que nombrasen cada una de las bases piratas repartidas por el Mediterráneo con los marcos de actuación de cada uno de los grupos.
Pompeyo, como si de Neptuno se tratase, dividió su reino marítimo en 13 distritos militares: seis en el Mediterráneo occidental y siete de la parte oriental. Conocemos que los mandos de los seis distritos occidentales se repartieron entre los siguientes legados: Tiberio Claudio Nerón, Aulo Manlio Torcuato, Marco Pomponio, Publio Atilio, Lucio Gelio y Aulo Plotio.
Mientras que en los siete distritos orientales estaban repartidos entre los siguientes: Cneo Léntulo Marcelino, Cneo Cornelio Léntulo Clodiano, Marco Terrencio Varrón (hijo del fallecido Craso), Quinto Cecilio Metelo Nepos, Marco Pupio Pisón, Lucio Lolio y Lucio Sisenna. Estos legados tenían bajo su mando uno de los 13 distritos militares, con órdenes estrictas de mantenerse en cada uno de ellos sin salirse de sus limitaciones.
Pompeyo asumía el liderazgo de una flota de persecución compuesta por setenta navíos de guerra, y era el único que no estaba sujeto a ningún distrito y que podía traspasar cada uno de ellos para perseguir a la flota pirata.
Los legados debían procurar administrar dichos distritos para cuidar la logística de la flota de Pompeyo: mantenimiento, reparaciones, construcción de puertos adecuados, alimentación, etc., contaban a su vez con escuadras móviles que recorrían el distrito en caso de que los piratas fueran interceptados en su territorio.
Las escuadras móviles perseguían a los piratas en sus territorios, mientras que Pompeyo llevaría la flota de persecución de un distrito a otro persiguiendo a los piratas para forzar un combate naval junto con la escuadra móvil o simplemente asustarlos para que se fueran.
Curiosamente, fue esto último lo que ocurrió, y apenas hubo combates destacables, ya que Pompeyo estaba dispuesto a ganar una guerra con los menos costes humanos y materiales posibles. La Batalla de Coracesio del 67 a.C. fue la más importante batalla naval mencionada, que mediante un golpe de fuerza de Pompeyo, logró destruir la flota pirata y empujarlos a la costa para negociar la rendición.
Resultado de la campaña de los piratas
En apenas cuarenta días, Pompeyo había acabado con cada uno de los líderes piratas sin apenas derramamiento de sangre. Las flotas piratas al ver la presencia militar de los distritos navales optaban por retirarse de un combate que podría ser fatal para ellos. Pompeyo puso su flota en dirección hacia el este para cortar de raíz la piratería. Los piratas que antaño se unieron para derrotar a Antonio y que habían dado problemas a Cecilio, ahora combatían de forma desorganizada.
Pompeyo intimidó a los piratas con su flota, con apenas enfrentamientos directos contra la flota pirata, los romanos fueron testigos de cómo la mayoría se rendía ante sus ojos. La rendición de un barco se hacía a través de dos gestos, uno práctico y otro simbólico. El práctico respondía a tirar las armas al mar o en uno de los lados de la nave, mientras que el gesto simbólico se hacía mediante un aplauso de toda la tripulación al barco enemigo que efectuaba la rendición total de la nave.
Algunos capitanes piratas se pusieron al mando de Pompeyo, dándole toda la información de las fortalezas piratas en las islas griegas y nombres de cabecillas importantes. Los romanos solían tener una forma muy delicada de hacer justicia, que pasaba por brutales ejecuciones de hombres, mujeres y niños, pero Pompeyo no era un romano cualquiera, y supo ver más allá dándole todo un sentido racional.
Sabía que el problema de la piratería venía dado de un componente económico y social que condicionaba a marineros y pescadores a un ciclo de saqueos por el mediterráneo. Pompeyo sabía que siempre habría nuevos piratas, por lo que una vez más, este genio daría una lección de estrategia que cortaría de raíz la masificación de la piratería que ha durado durante siglos.
Tras tomar todas las fortificaciones piratas del mediterráneo oriental (que capitulaban tan pronto como llegaba Pompeyo), miles de piratas y sus familias se rindieron a la marina romana. Pompeyo respetó a los piratas y sus familias, y los empleó como colonos para fundar asentamientos por el mediterráneo oriental, siendo muchos de ellos los que fundarían el asentamiento de Pompeyópolis en Cilicia, que en un futuro sería uno de los asentamientos comerciales más prósperos del mediterráneo.
El traslado de los piratas a las colonias para que evitasen un modo de vida de saqueo funcionó. Las fortalezas fueron destruidas, y aunque no se erradicó la piratería, jamás volvió a suponer una amenaza para la estabilidad de Roma. Pero el final de la guerra trajo una realidad bastante negativa para el sostenimiento de la República: las disputas por el poder.
Las rencillas políticas de la República Tardía
Metelo, el general que se obsesionó con rendido hasta la última fortaleza pirata de Creta aún estaba enfrentándose a la última fortaleza en el año 67 a.C. y estaba furioso de ver la intromisión de Pompeyo en lo que era su campaña.
Los piratas de la fortaleza cretense escucharon rumores de la exitosa estrategia pompeyana de la rendición y la colonización, por lo que los cretenses se reunieron con los hombres de Metelo para rendirse bajo los términos de Pompeyo. Esto último debió enfurecer al general romano, que veía como Pompeyo había logrado una rápida victoria que había incluso conquistado el corazón de sus enemigos.
Metelo se negó aceptar aquella rendición, y se saldó con una carnicería que ensució la exitosa campaña de rendición pacífica que se había dado. Esto indignó a Pompeyo, y le acusó de anteponer su gloria personal a los intereses de Estado. Lo cierto es que esta situación, reflejaba la lucha de intereses de la élite senatorial, donde ambos generales buscaban el reconocimiento del senado en cuanto a sus éxitos militares, y sobre todo, la prepotencia de Magno a reconocer las hazañas de generales que no fuesen el mismo.
Esto resume los conflictos entre políticos y generales durante todo el siglo I a.C. El Senado se aseguró de no darle a Pompeyo el triunfo de la campaña, por lo que Metelo se salió con la suya, aunque lo aplacaron dándole el mando de Cilica, donde había concentrado a los piratas como nuevos colonos del Imperio hasta el 66 a.C.
En ese mismo año, una nueva amenaza surgía en oriente encabezada por el rey Mitrídates de Ponto, que había resurgido de sus cenizas para plantar cara a Roma una vez más. Si bien es cierto, que las relaciones entre Pompeyo y el Senado estaban deterioradas, sabían perfectamente que no había otro general capaz como Pompeyo para solucionar las continuas amenazas de la República.
Esto no quita que Metelo como otros generales del momento no sean buenos militares. El propio Lúculo que invadió el Ponto y que muchos consideran que allanó el terreno para una futura victoria de Pompeyo, era uno gran táctico militar cuyo reconocimiento fue ensombrecido por la campaña oriental de Pompeyo. Sin embargo, hay que ser claros, tanto Metelo como Lúculo, no tenían el nivel estratégico que Pompeyo presentaba en sus campañas.
Lejos de quitarles méritos a ninguno de los dos, como bien dijo Adrian Goldsworthy, Pompeyo reunía los cuatro principales atributos del gran general romano: “conocimiento militar, coraje, autoridad y buena suerte”, algo que Metelo ni Lúculo tenían.
Pompeyo fue único, un brillante general que dejó escuela y que prácticamente organizó todo el territorio conquistado en Oriente, y del mediterráneo, organización e instituciones que se mantendrían hasta siglos. Por lo que habría que ser consecuente de referirse a Pompeyo junto a Julio César, como una de las mentes maestras que forjaron el futuro Imperio Romano.
Bibliografía
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- Plutarco, «Pompeius» 4.
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