¿Quiénes fueron los galos?
Los pueblos galos provienen originalmente de la actual Alemania, expandiéndose por toda Europa y llegando hasta suelo turco. En el siglo V a.C., estos pueblos ya ocupaban casi toda Europa Occidental: España, Francia, Austria, Suiza, Bélgica, Luxemburgo y Gran Bretaña.
En esta etapa, los galos atravesaron los Alpes hasta asentarse en la Italia septentrional, en la que la tribu de los ínsubres fueron los primeros en asentarse en la zona de Lombardía, fundando el asentamiento de Medhan (Milán). Mientras tanto, las belicosas tribus de boyos, lingones, cenómanos, etc., atravesaron el Po, y los senones al mando de Breno, saquearon la ciudad de Roma.
Desde aquella catástrofe, donde Breno replicó con “Vae Victis” (ay de los vencidos), los romanos se grabaron a hierro y sangre un nombre para identificar aquellos pueblos que habían invadido su patria: galli.
En el siglo I a.C., la edad de los galos había pasado. La mayoría de ellos estaban concentrados en lo que se conocía como la Galia, uno de los territorios más poblados de Europa. Estos pueblos compartían un lenguaje y una cultura común, sin embargo, estaban divididas en tribus que no hacían más que enfrentarse entre sí.
Las guerras internas eran un pequeño aperitivo comparado con las invasiones germanas del norte del Rin, teniendo los galos que aliarse con los romanos para evitar perder su territorio.
Con la llegada de los romanos y la pacificación de la frontera, permitió a los romanos aprovecharse de las disputas de los caudillos galos. Cuando uno de estos quería eliminar a una tribu, este no tenía escrúpulos de aliarse con los romanos para lograr sus ambiciones políticas. Tenemos como ejemplo a la tribu de los eduos, que se benefició de las continuas intervenciones romanas y que los elevó económicamente por encima de otras tribus galas.
Pero el número de tribus perjudicadas por los romanos estaba creciendo, y pronto surgió en el año 52 a.C. un descontento anti-romano que se extendió por toda la Galia. Si bien, fuera del relato “romántico” del nacionalismo francés, el sentimiento provenía de las élites galas más que de las clases bajas, y tan sólo respondía a intereses políticos de los caudillos galos, que, ante esta división, buscaban una victoria sobre Roma para someter al resto de tribus a sus intereses particulares.
El ejército galo de la Guerra de las Galias
Los galos contaban con una imperante casta guerrera de la que conformaban miembros de la clase alta y media, los que podían permitirse equiparse para ir a la guerra. Los individuos más pobres se limitaban a ejercer de escuderos de estos guerreros. El guerrero galo se basa en un modo de vida muy estricto, basado en el honor y la gloria, como un héroe homérico.
Este código era más importante que la vida misma, y había toda una cultura de la improvisación, la desorganización, el desprecio al rival y tácticas muy irracionales que provocaba que estos guerreros cometiesen temeridades que permitían su derrota contra ejércitos mejor organizados.
Diodoro nos describe a estos ejércitos basándose en el transcurso de la Guerra de las Galias. Confirma que los galos habían evolucionado en cuanto a sus tácticas y equipamiento desde el siglo III a.C. hasta el siglo I a.C. El guerrero celta estaba armado con una espada larga que pendía del costado. Venía provisto de jabalinas o una lanza larga para empalar al contrincante.
Muchos guerreros galos luchaban desnudos, un guerrero desnudo dejaba entrever que gozaba la protección del dios Camulos, el dios que luchaba desnudo. A nuestros ojos, podríamos considerarlo un sin sentido, pero tenía sus razones prácticas: Los romanos intentaban explicar esto como que los ropajes galos comúnmente eran sucios, por lo que podían provocar infecciones fatales en las heridas abiertas del cuerpo.
También pensaban que los guerreros celtas desprovistos de todo ropaje podían moverse más rápido que las unidades pesadas. Esto se puede ver en los combatientes de la tribu de los gesates, quienes luchaban desnudos y tenían fama de ser los más rápidos de la Galia. Luego tenemos al guerrero vestido, equipado con una cota de malla y un casco de bronce decorado con representaciones votivas, plumas o cuernos de hierro.
Entre los autores romanos es común encontrarse la misma opinión hacia las tácticas de los galos: indisciplinadas y sin ningún tipo de estrategia que no estuviera regida en las emociones.
Peter Connolly sugiere que, en el Arco de Orange, tenemos pruebas para corroborar que los ejércitos galos eran más organizados de lo que pensamos. Julio César describe que los legionarios tenían que lanzar sus pilas para romper las formaciones galas, dejándonos una prueba de que los galos de Vercingétorix luchaban en formación de falange.
Evidentemente, esta no era la formación gala por regla, ya que Vercingétorix debió diseñar todo un apartado organizativo a su ejército que sentó las bases de un ejército galo como tal, capaz de cambiar tácticas cerradas y abiertas durante la batalla cuando la situación lo requería.
Diodoro, admirando a los galos en este aspecto, nos comenta que, cuando quedaban atrapados, formaban dos posiciones donde los guerreros formaban espalda contra espalda, cerrándose en una fuerte línea donde luchaban hasta el final.
Si había algo que los romanos temían, era encontrar atisbos de organización en los ejércitos galos. Si para ellos ya era terrorífico una horda innumerable que cargaba contra ellos, donde los galos gritaban por doquier para aterrorizar las líneas romanas, un ejército capaz de formar y cambiar de táctica durante el transcurso de la batalla era una amenaza mucho peor.
Los galos se organizaban en torno a un carnyx, una trompa empleada como instrumento, cuya boca representaba la cabeza de un animal en ángulo recto al tubo. Los primeros restos de estas trompas aparecieron en el Caldero de Gundestrup.
Los celtas utilizaban también una especie de estandartes que sirvieron como precedente para los vexilla romanos, adornados con cabezas de animales como emblemas, poniendo de manifiesto que los estandartes romanos están basados en los galos.
La caída en desgracia de los avernos, y su recelo hacia Roma
Los avernos más que un pueblo, eran una especie de confederación de pequeñas tribus gobernadas por jefes tribales. Dentro de la sociedad averna, los druidas eran árbitros de las disputas territoriales entre las luchas por el poder. El odio de los avernos hacia Roma venía de casi 100 años antes de la Gran Rebelión, concretamente en el siglo II a.C. cuando los avernos alcanzaron su zenit de poder.
Sin embargo, la irrupción de Roma en el 121 a.C. acabaría con la hegemonía de los avernos sobre la Galia. Los romanos entraron en guerra con los habitantes de la Galia Meridional o Gallia bracata, luchando contra los galos “con patalones”.
Estos territorios del sur estaban controlados por los poderosos avernos, que entraron en guerra contra Roma, tuvieron que ceder la mayoría de sus territorios, que se convirtieron en la Galia Narbonense, la primera provincia romana de la actual Francia.
A pesar de que conservaban la independencia política, los avernos ya no gozaban el poder que tenían antes. Sin embargo, su recelo aumentó cuando descubrieron que sus vecinos, los eduos, fueron los primeros en aliarse con los romanos, con los cuantiosos beneficios políticos y económicos que aquello conllevó.
Pero, en el siglo I a.C., apareció una oportunidad para los avernos, cuando en el 63 a.C. los eduos fueron derrotados en la Batalla de Admagetobriga, provocando un vacío de poder en toda la Galia.
Vercingétorix, enemigo de Roma
Lejos de reflejar la leyenda nacionalista de parte de la historiografía francesa, Vercingétorix fue uno de muchos nobles galos que buscaban ostentar el poder. A veces se olvida intencionadamente que tuvo que combatir, primero, contra su propio pueblo hasta lograr reunir seguidores suficientes entre la nobleza averna para ser proclamado rey.
Este caudillo, fue un hábil político y estratega militar, que no iba a dejar pasar una oportunidad de oro de devolver a los avernos a ocupar la cúspide de poder dentro de las Galias.
Las ambiciones de Vercingétorix se extendieron a zonas de la Galia central y aquitana, doblegando a multitud de caudillos que reconocieron su autoridad. Las luchas y disputas entre galos era el pan de cada día en la Galia; guerreros reclutados por su señor organizados en levas que se disolvían cuando la disputa territorial terminaba.
Sin embargo, los ejércitos de Vercingétorix estaban organizados, sus guerreros disciplinados y presentaban un nivel de logística que nunca se había visto en un pueblo celta.
Vercingétorix se preocupó de la logística mucho más que sus antecesores, creando patrullas especializadas para la recolección de alimentos, mientras sus guerreros se organizaban en formaciones, y su ejército lejos de disolverse, creaba guarniciones en los territorios que conquistaba.
Una vez asentado su poder entre las tribus de la Galia occidental y central, el rey de los avernos supo que el enfrentamiento contra Roma era cuestión de tiempo, por lo que en el 52 a.C. dispuso a reunir a sus caudillos, para planear una estrategia que pudiera provocar la caída de las legiones, explotando su mayor desventaja: el invierno
La campaña de invierno
Los galos comenzaron a matar a todos los comerciantes romanos en tierras de los carnutos, con finalidad de provocar a los romanos asentados en el sur. Esto tuvo lugar a comienzos del año, cuando el frío y la nieve habían envuelto el paisaje galo. Julio César tenía repartidas sus legiones en los cuarteles de invierno, sin posibilidad de moverse y donde las comunicaciones entre ellas eran escasas por culpa del invierno.
En toda campaña romana, las legiones invernaban en castrum especializados para pasar el invierno, que llegaba a durar meses, mientras el gobernador, en este caso Julio César, lo pasaba atendiendo a actividades jurídicas y administrativas en la capital provincial. El caso es que Julio César, se alejó considerablemente de sus tropas para poder atender de cerca las cuestiones políticas de Roma.
Vercingétorix sabía de esto, por lo que quería explotar esta situación a su favor. En cuanto César se enteró de la matanza de los comerciantes romanos instigados por los seguidores de Vercingétorix, se dirigió rápidamente a la Galia Transalpina.
En estos momentos, la Galia estaba sumida en el caos, ya que los ejércitos de César estaban atrapados y los principales pasos estaban bloqueados por la nieve. Sin embargo, ante todo lo imprevisible, César lideró una pequeña fuerza de choque en Cevennes, el único paso viable hacia la tierra de los avernos.
Habría que imaginarse la cara de Vercingétorix al enterarse que César había conseguido abrirse paso entre el mal tiempo. Los avernos pidieron auxilio a su líder, puesto que los romanos estaban saqueando el territorio a placer. César quería provocar el pánico en la zona para atraer a su enemigo y que cesaran los constantes asedios de los que no podía hacerse cargo.
El galo mordió el anzuelo, llevando el ejército principal al lugar, pero César ya se había marchado y dejado a Décimo Bruto con promesas de volver con refuerzos -algo que no cumplió-.
César había partido a por la fuerza de caballería germana para encabezarla hasta la tierra de los eduos y de los lingones, donde pudo contactar con dos de sus legiones. Esto permitió crear un punto de reunión para que se concentrara el resto del ejército romano, disponiendo mensajeros por toda la Galia para indicarles donde estaba la base principal.
Una guerra de desgaste
En el comienzo de una rebelión, el bando rebelde presentaba una etapa difícil que podía ser aprovechada por su enemigo, y eran las dudas de los jefes y caudillos del territorio sobre si prestar apoyo o no al bando sublevado. Es corriente que algunas tribus y caudillos se limitaran a observar si las posibilidades de éxito eran favorables o el movimiento estaba condenado a fracasar.
Cualquier error de Vercingétorix o César podía provocar el triunfo del contrario. Vercingétorix había perdido su oportunidad de destruir las legiones romanas durante el invierno. César fue muy astuto, pero éste seguía preocupado por la escasez de víveres, por lo que el rey de los galos prefirió evitar cualquier enfrentamiento directo y quemar todo aquello que pudiera ser empleado por los romanos.
Los romanos eran conscientes que estaban al límite, su ejército no tenía provisiones para sostener una larga guerra. Esto se sumaba a que cualquier rechazo de ayuda a las ciudades galas asediadas por los rebeldes, podría ser considerado a ojos de las tribus neutrales como un signo de debilidad.
Por lo tanto, César pensó que la única solución era arrebatar a los galos la iniciativa y pasar a una guerra ofensiva el tiempo que les fuera posible. Mientras César atacaba consecutivamente, los eduos intentaban reunir todo el grano posible antes de la primavera. Esto provocó que tuviera que dejar atrás hasta dos legiones para proteger el tren de bagaje del suministro de grano.
Con cada ciudad que tomaban los romanos, se encontraban una resistencia feroz, sumado todo ello a que las despensas de grano habían sido destruidas o trasladadas. La caballería de Vercingétorix acosaba los trenes de bagaje de la retaguardia romana, por lo que César no podría contar con que los eduos pudieran reunir grano a tiempo, además que la situación había empeorado hasta tal punto en que los galos quemaban sus propias aldeas para no dejar nada a César. Tales eran las circunstancias que se decidió por un arriesgado movimiento, asediar la ciudad de Avaricum, una de las más prosperas de toda la Galia.
El Asedio de Avaricum
El sitio de la ciudad supuso el punto de inflexión, cuyo resultado daría la victoria a uno de los dos bandos. Las tribus aliadas a César pronto dejaron sus dudas sobre la capacidad del general para hacer frente la rebelión.
Los romanos necesitaban un golpe decisivo que permitiese a su vez reponer sus almacenes de víveres, antes de que el tiempo se agotara. Con tal fin, diseñaron una rampa de veinticinco metros de altura para asaltar la parte alta de la ciudad.
A pesar del frío, y de la falta de comida, los legionarios cumplieron con su cometido en apenas veinticinco días. Durante el asedio, los defensores también corrían el riesgo de quedarse sin provisiones. Si bien, el grado de organización militar que impuso Vercingétorix era impresionante, no pudo hacer lo mismo con su cadena de mando. Las decisiones de la nobleza tenían mucho peso, y contradecían las propias órdenes del líder hasta el punto de comprometer la campaña entera.
Aunque Vercingétorix ordenó a sus generales no atacar directamente a los romanos, se hizo intentos de romper el cerco. Esto obligó al rey de los avernos a acercar su ejército a escasos metros de las fuerzas de César, a modo de provocar un enfrentamiento directo. César rehusó hacerlo, detectando que, por primera vez, su enemigo tenía miedo.
Los habitantes de Avárico intentaron de formas diferentes sabotear los planes de los sitiadores romanos. Éstos habían construidos torres muy elevadas que permitían bombardear la ciudad constantemente.
Gracias a los túneles de las minas de hierro, permitieron que los guerreros galos consiguieran salir de la ciudad para poder destruir las torres, algunos arrojaban antorchas durante la noche mientras otros desde la muralla disparaban flechas.
A pesar de que funcionó, los romanos no caerían en el mismo error, y las patrullas nocturnas se mantuvieron en alerta máxima. Sin embargo, los romanos experimentaron la tenacidad de los galos en mantener sus posiciones. Las torres romanas estaban muy por encima de las murallas, provocando que patrullar por las mismas fuera una locura. César vio en primera persona, como uno de los centinelas lanzaba brea a una torre que intentaba quemar, y era abatido con facilidad por un proyectil de escorpión.
Pero otro galo ocupaba su lugar para intentarlo de nuevo, siendo también abatido, y así continuamente. Los galos se sacrificaban como reses; estaban dispuestos a morir en sus puestos. Sin embargo, únicamente dejaron de intentarlo cuando al prender una de las torres los romanos conseguían apagar el fuego con facilidad. Se dieron cuenta que todo estaba perdido.
Conclusión
Los romanos consiguieron asaltar las murallas, totalmente despobladas, y los combates se produjeron en las calles de la ciudad, donde mujeres y niños tomaban parte de la defensa. Todos acabaron siendo asesinados a manos de los romanos, quienes pudieron desahogarse después de una larga espera. Julio César encontró suministros de grano en la ciudad que los habitantes de Avárico se habían negado a destruir, por lo que conseguía así suficientes víveres para continuar la campaña.
Probablemente Avárico supuso un punto de inflexión a favor de los romanos. Vercingétorix aconsejó quemar el grano y la ciudad, puesto que consideraba que defenderla no serviría para nada (el tiempo le dio la razón). Los mercaderes y nobles de la ciudad, se negaron rotundamente a quemar su preciado grano, y prefirieron intentar defender la ciudad.
El ejército galo del rey averno había logrado un nivel de organización nunca visto en los galos, pero si hay un posible defecto, fue en su cadena de mando. Muchos caudillos eran recelosos de ceder su autoridad, y Vercingétorix no podía obligarles a cumplir sus designios, lo que creó toda una serie de contradicciones en la planificación de la campaña. Mientras Vercingétorix apostó por una guerra de desgaste donde los romanos tenían la de perder, sus caudillos eran partidarios de la guerra tradicional. Es cierto que la pérdida de la ciudad fortaleció el liderazgo del rey de los galos, al mostrarse como un líder cuya opinión debía tenerse en cuenta, pero era demasiado tarde. Con legiones bien alimentadas, César podría perseguirle sin preocuparse de su logística, y con la primavera a la vuelta de la esquina, sería más fácil disponer de alimentos para su ejército. Por lo que técnicamente, resultó ser la derrota virtual de la Rebelión de Vercingétorix.
Bibliografía
- Connolly, P. (2019); “La Guerra en Grecia y Roma”, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.
- García Jiménez, G. (2012); “El armamento de influencia la Tène en la Península Ibérica (siglos V-I a.C.), Monographies Instrumentum, 43. Montagnac: Editios, Monique Mergoil.
- Goldsworthy, A. (2003); “En el nombre de Roma. Los hombres que forjaron el Imperio”, booket
- K. Welch y A. Powell (1998); «Julio César como un Reputado Reportero: Los Comentarios como instrumento político».
- Pernet, L. (2010); “Armement et axuliaries gaulois (Ile et Iersiecles avant notre ère), Protohistoire européene, 12.”, Montagnac Editions.
- Suetonio, Julio César, 60.
Señor Murillo R., debo decirle que su artículo sobre la conquista de la Galia a manos de Julio César y su formidable ejército es una pieza de literatura que merece un premio que ningún otro artículo histórico merece. Quizá esté exagerando pero la prosa que su artículo exhibe me parece simple pero cautivadora, como uno de esos chistes que cuentas para iniciar una conversación. Volveré a visitar su maravilloso blog de Historia.