La Vieja Esparta debe morir. ¡Larga vida a la Nueva Esparta!
Conocemos la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.) como una de las guerras más devastadora que haya vivido la Hélade en su historia, un enfrentamiento entre dos titanes: Atenas y Esparta, haciendo mención a la olvidada Corinto también, que también tomó bando entre atenienses y espartanos.
Sin embargo, respecto al pulso de intereses entre la Liga del Peloponeso y la Liga de Delos, hubo un tercer actor estuvo detrás de la guerra, siendo su principal benefactor. El “Rey de Reyes” Darío II realizó una compleja estrategia para acabar con una posible unidad griega contra el Imperio Persa.
Su hijo, el maquiavélico Ciro el Joven, empleó los fondos persas para armar a la poderosa Esparta, que destruyó al Imperio Ateniense, y triunfando allí donde sus predecesores, Darío I y Jerjes, habían fracasado. De este conflicto, surgió una nueva Esparta que estaba dispuesta a mostrar su lado más imperialista, anti-democrática y pro-autocrática de la mano de Pausanias.
Pausanias mantuvo su antagonismo contra los restos de la democracia en Atenas. Cuando los Diez sustituyeron a los Treinta Tiranos, Pausanias los persiguió para luchar contra ellos y los demócratas de Trasíbulo en la Batalla de Muniquia (403 a.C.). El rey Pausanias era apoyado por los éforos, que durante el final de la Guerra del Peloponeso, se habían hecho con el poder en Esparta.
En Esparta, imperaba una sociedad “colectivista” que mucha gente confunde como “igualitaria”. Este sistema estaba sustentado por los homoioi, la oligarquía espartana, en la que todos ellos eran iguales. Pero Esparta había cambiado, e incluso durante las Guerras Médicas con personajes como Brásidas o Pausanias, algunos de estos homoioi habían mostrado tendencias personalistas, acercándose al Eforado para ganar poder.
Lisandro se hizo un nombre entre las ciudades griegas, prometiendo asistencia allí donde las democracias imperaban y sustituyéndolas por regímenes oligárquicos. Los espartanos enviaban jefes militares, los harmostas, donde con una guarnición mantenían el orden en aquellas ciudades y se organizaba un gobierno de diez miembros similar al impuesto en Atenas en el fin de la guerra.
Tras la Batalla de Arginusas (406 a.C.), los espartanos habían vuelto a colocar como navarco a Lisandro, que sube al poder de forma ilegal, y promete esta vez, acabar con la democracia e instaurar un modelo oligárquico en toda Grecia.
Lisandro mantenía grandes lazos con Ciro el Joven. Hay que entender, que esta relación de clientelismo persa, favorecía este auge de personalismos en la sociedad espartana y que indirectamente, Esparta caía bajo la influencia del Imperio Persa porque necesitaba sus fondos para que estas personalidades se mantuvieran en el poder.
El Fin de la Guerra del Peloponeso
Lisandro, como títere de los persas, inicia una campaña exitosa que fulmina a los aliados de Atenas. En esta etapa final de la guerra, los espartanos eran vistos por el resto de griegos como “colaboradores de los persas”, cuando tradicionalmente, los espartanos se enorgullecían de ser los “liberadores de los griegos” contra los persas en el pasado.
Lisandro sale victorioso en Egospótamos, ejecutando a los atenienses, y bloqueando el suministro de trigo a Atenas, deseando matarlos de hambre. La ciudad así dice adiós a su etapa más grande de su historia, firmando una paz con los espartanos, destruyendo sus muros, entregando su flota, y poniéndose como estado subyugado de Esparta para evitar un regreso a la democracia.
La ambición de Lisandro no termina aquí, pues recupera parte del todavía caliente cadáver del Imperio Ateniense, imponiendo decarquías y harmostas con guarniciones espartanas para mantener ocupadas la mayor parte de las ciudades de la Liga de Delos. Lisandro había iniciado así el imperialismo espartano, la manifestación de poder militar y político, que se vio cuando en Atenas, la antigua potencia hegemónica de Grecia, se convirtió en un estado títere de los espartanos con el nuevo gobierno de los 30 Tiranos.
El cambio radical de la sociedad espartana y la lucha de clases
El auge de poder de Lisandro, había alterado indirectamente la sociedad de Esparta tradicional, de tal modo que la Esparta de Leónidas II poco tenía que ver con la Esparta de Lisandro. Las fuentes nos cuentan que, aparte de Lisandro, había grupos de personajes ávidos de poder que emprendieron expediciones por el mundo para buscar su gloria personal, como el caso de Gilipo para participar en las guerras de Sicilia.
Otras fuentes suelen caer en que la culpa de este fuerte personalismo de la élite viene de la avaricia que conllevaba el oro persa de Ciro el Joven en el desarrollo del Imperio Espartano, algo totalmente desacertado; aunque merece la pena citarle, porque en cierto modo, el oro persa provocó una crisis monetaria en Esparta. Se buscó una solución que consistía en la posesión de la moneda pública y se prohibió cualquier otra moneda bajo pena de muerte.
La aparente igualdad espartana se rompió a favor de la aparición del grupo de los homoio, que desde comienzos de la Guerra del Peloponeso ya estaba protagonizando la nueva realidad social de Esparta. Estos hombres promocionan la nueva política monetaria que perjudica al resto de espartiatas y ciudadanos más pobres, provocando que la mayoría sucumban a las deudas y se conviertan en inferiores, destruyendo el pilar más antiguo de la sociedad espartana desde tiempos de Licurgo.
Estos espartiatas degradados pronto protagonizaran una lucha de clases contra los homoio, como Cinadón en el 397 a.C. que llegó a colaborar con los ilotas y los periecos para protagonizar una revuelta contra Esparta, hasta el punto de aliarse con los tebanos para invadir Laconia. Este episodio se conoce como “la Conspiración de Cinadón”.
Según Plutarco, los espartanos del reinado de Agesilao con propiedades de tierra se redujeron a un centenar, un número reducido al de los 9.000 del siglo VII a.C. Las mujeres espartanas aún conservaban sus propiedades, ya que a diferencia del resto de Grecia, podían heredar y repartir la herencia entre sus hijos en lo que se conoce como “sistema de herencia universal femenino”.
Esparta pasó así estar gobernada como una oligarquía de carácter económico, descrita por las fuentes griegas como una contaminación de la corrupción y decadencia del mundo oriental. Sin embargo, este problema viene principalmente por las desigualdades de la propiedad, la nueva política monetaria y la agudización de contrastes económicos tras la subida al poder de los homoio durante la Guerra del Peloponeso.
El ejército espartano del siglo IV a.C.
Lamentablemente, solo podemos enfocarnos a la visión de Heródoto y Jenofonte sobre los aspectos militares espartanos durante este periodo, ya que no sabemos nada de la organización anterior. Sin embargo, es útil para situarnos en este contexto, donde suceden cambios en todo el sistema militar. El ejército espartano se organizaba en cinco lochoi, subdivididos en otros lochoi más.
Connoly plantea que los lochoi formen grandes unidades en torno a las levas de los cinco distritos que conforman Esparta. Cada una de estas unidades la mandaba un lochagos, cuyo rango variaba dependiendo de la época, aunque en el siglo IV a.C. se daba a entender que era un mando bastante importante en la organización, que por poner un ejemplo, tenemos a Amonfareto, un lochagoi que desafío a Pausanias al estar disgustado de no formar parte de su Estado Mayor.
En la II Guerra Médica, cada lochagoi lideraba una unidad miliaria, es decir, 1000 hombres. Sin embargo, la subdivisión que contamos anteriormente es más tardía, concretamente después de la Guerra del Peloponeso. Estos volúmenes fueron reduciéndose desde el siglo VII-IV a.C.
En parte por el tema social mencionado en el anterior apartado, pasando de 9000 guerreros espartanos, en el siglo VII, a 4000 después de las Guerras Médicas. Finalmente, el número fue reduciéndose un siglo más tarde, por lo que tuvo que echar mano las autoridades espartanas de soldados periecos o incluso ilotas, que se explica en este declive poblacional que sufrió el estado espartano durante su fundación hasta su época de esplendor.
Agesilao II, el león de Esparta
El rey de Esparta provenía de la familia de los Euripóntidas, reinando desde el 398 a.C. hasta el 371 a.C., y se convirtió no solo en uno de los reyes más sobresalientes de la historia de Esparta, sino que, probablemente, fue el militar más importante de su historia. Su facilidad para ascender a las grandes esferas proviene de la gran agitación social que vivía Esparta a principios del siglo IV.
Lisandro envió a Agesilao a una campaña en Asia para luchar contra sus antiguos aliados, los persas, que estaban construyendo una armada que podría usarse para invadir Grecia una tercera vez. Esto coincidió con la derrota de Ciro el Joven, aliado de Esparta, en la Batalla de Cunaxa (401 a.C.) con los diez mil mercenarios griegos proporcionados por un magistrado espartano.
Esta campaña es diferente a cualquier otra protagonizada por Esparta. Tan solo 30 espartiatas, lejos de los 300 de Leonidas, y de los miles de Platea, únicamente 30 espartanos propietarios de tierra se unieron a Agesialo junto a 6.000 hoplitas y 2.000 deodamodes.
Por primera vez en su historia, un rey espartano dirigía un ejército compuesto en su mayoría por mercenarios y soldados de otras polis, que explica como la vida militar espartana pasaba por el pago de dinero y el grado de lealtad hacia la persona dirigente.
Agesilao establece su cuartel general en Éfeso, donde se produce la ruptura con Lisandro, que marcha hacia el Helesponto. Con todo el poder a su mando, Agesilao provoca un enfrentamiento contra la ciudad de Lidia, donde fue capturado el sátrapa Tisafernes, antiguo rival de Ciro, y que fue ejecutado por orden de la reina madre Parisatis, en venganza por la muerte de su hijo Ciro.
Tras esta derrota militar, el rey persa Artajerjes II no es capaz de reaccionar. Su propia madre había asesinado a su esposa y a su mayor apoyo, Tisafernes, mientras los espartanos habían destruido su ejército. Persia no volvería a levantarse como lo hizo con Artajerjes I. La victoria de Sardes (395 a.C.) se ensombreció con una derrota naval de la flota persa y de Rodas, que en coalición destruyen a la flota del navarco Faracte.
Atenas que se había liberado de los 30 Tiranos y había restaurado la democracia con ayuda del rey espartano Pausanias, también estaba dando problemas en el interior de Grecia, todo parecía venirse abajo.
Agesialo condujo su ejército a invadir el Imperio Persa en el este como haría Alejandro 100 años después, pero un mensaje de Esparta detuvo su sueño cuando Corintio había declarado la guerra a Esparta. Esta situación caótica había hecho perder la iniciativa a Esparta en Asia, y la posibilidad de destruir a los persas 100 años antes que Alejandro, se había perdido.
La Guerra de Corinto
Como toda guerra, existen dos versiones de las causas: una está recogida por Jenofonte en la Helénicas, donde Timócrates de Rodas con dinero persa intenta convencer a tebanos, argivos, atenienses y corintios a favor del Rey de Reyes. Oxirrinco en sus Helénicas, en cambio, expone que Timócrates no apoyaba a los persas, sino que con financiación de oro persa, buscaba formar una coalición griega contra el imperialismo espartano.
Gracias a las fuentes, conocemos que la guerra comienza con la invasión focidia en Lócride. Los ficidios pidieron ayuda a los éforos, y éstos movilizan los contingentes espartanos. Sin embargo, estos descuidaron que no estaban listos para una guerra de ese calibre, puesto que Pausanias fue ejecutado por los partidarios de Lisandro, y éste también acaba perdiendo influencia en la política espartana. Por lo tanto, Agesilao concentra todo el poder en su persona y presentándose al pueblo como la encarnación de las antiguas tradiciones espartanas, se embarca a liderar la Esparta de forma personalista.
Los corintios y argivos se unieron a la coalición antiespartana, cuando Tebas derrotó en Haliarto a Lisandro, muriendo en la batalla. Esto marcó el inicio de una guerra a gran escala desde el fin de la Guerra del Peloponeso. La propaganda fue vital para intentar hacer ver al mundo griego la “influencia oriental” del bando espartano, que era totalmente estereotípica y que tenía una funcionalidad deslegitimadora contra Agesilao.
Agesilao toma la revancha en Coronea (394 a.C.), y cuyo triunfo fue utilizado para su engrandecimiento personal en los juegos píticos en Delfos, donde acaba consagrándose al Dios Apolo una parte del botín obtenido. Los aliados de Esparta odiaban a ésta, pero viendo estas victorias acabaron posicionándose a favor de Agesilao.
La Paz Común, y el nuevo orden mundial
En mar la cosa no mejoró, debido a que la flota espartana sufre una derrota importante en Cnido, en el año 394, por parte de la coalición greco-fenicia de Conón. La supremacía de la coalición produce que los espartanos no puedan abastecer las guarniciones de su Imperio, y acaban siendo expulsados de todo el Egeo Oriental salvo en Ábido y Sestos. La expulsión de Esparta del mar, añade otro actor importante, Atenas, que buscaba restaurar sus dominios a comienzos de la Guerra del Peloponeso.
Los persas fueron árbitros en los tratados de ambas partes, por lo que cabe mencionarlos en esta guerra. La llamada “Paz del Rey” de 386 a.C. donde el navarco Antálcidas llega a Atenas con 80 naves para forzar una koiné eirene, “paz común” aplicada a todos los estados combatientes. Este tratado dibuja el nuevo mapa geopolítico del mundo griego, donde Artajerjes cede la soberanía de Asia Menor, incluyéndose Chipre a los griegos.
Los espartanos se manifiestan como prostatai, los misioneros de la paz y recuperan el tradicional papel de mantener a los pueblos griegos como libres y autónomos. Esparta ejercería una mano dura contra los estados griegos, formando oligarquías basadas en el modelo laconio, las harmostas y tributos se mantienen en las ciudades ocupadas, y se fijó una alianza para cerrar a Corintio en caso de que ésta volviera a políticas agresivas. Esparta ya era considerada como una primera potencia en el Mediterráneo Oriental, y Persia va cerrándose en el territorio asiático.
Esta hegemonía espartana no se mantendría por mucho tiempo, ya que Tebas acabaría consolidándose en Beocia y Grecia central. En parte, los espartanos no lograron perfeccionar su sistema marítimo como lo hizo el Imperio Ateniense en el pasado, por lo que tendría problemas de efectuar su dominio, y volvería en el 373 a disputar el mar con Atenas, la cual no dejaba de renacer y suponer una amenaza para los intereses espartanos.
Bibliografía
- Anderson, J.K. (1970); «Theory and Practice in the Age of Xenophon» University of California.
- Connolly, P. (2019); “La Guerra en Grecia y Roma”, Desperta Ferro Ediciones, Madrid.
- Cartlegde, Paul (2009); «Los Espartanos, una historia épica» Ariel.
- Pritchett, W. (1974); «The Greek State at War», University of California Press, Los Angeles.
- Snodgrass, A.M. (1967); «Arms and armour of the Greeks», Thames and Hudson, London.