La necesidad de traspasar los muros de las ciudades desde el Bronce
Desde la Edad de Bronce, las técnicas de asedio se han ido perfeccionando durante todo el periodo de la antigüedad. El antecedente más claro lo tenemos en el periodo micénico, donde las ciudadelas como la de Micenas presentaban murallas con tan solo un grosor medio de 5 m compuestas por bloques ciclópeos que pesaban hasta diez toneladas. La formación arquitectónica estaba construida adrede para buscar mayor ventaja de las fuerzas sitiadas contra los sitiadores.
Por poner un ejemplo, en Micenas, se construyó una muralla en ángulo recto para que los soldados pudieran arrojar proyectiles desde ella antes de que estos llegaran a la puerta. En el lado más alejado de la puerta, había un baluarte que servía para atacar el expuesto flanco de los atacantes. Este sistema perduró hasta 600 años, debido a la falta de innovación en las técnicas de asedio, que cambiarían en el periodo clásico con la guerra contra los persas, las conquistas de Alejandro Magno, y la maquinaria bélica romana durante las Guerras Púnicas como destructores de ciudades.
Dionisio I, el padre de las máquinas de asedio.
Durante las guerras médicas, los cartagineses aprovecharon que la Hélade estaba distraída contra los ejércitos persas para atacar la isla de Sicilia. Los atenienses enviaron ayuda a Siracusa, pero fueron totalmente destruidos por los cartagineses, que contra Siracusa entablaron varios sitios que perfeccionarían las tácticas antiguas. Los cartagineses diseñaron torres móviles que sobrepasaban en altura la de las murallas griegas, que servían a su vez de almenas móviles con proyectiles para atosigar a las fuerzas defensoras desde la altura.
Las torres de asedio tenían múltiples funciones: guardar una fuerza que aprovechando la altura se trasladaría a la muralla enemiga; a su vez contaba con una fuerza de proyectiles desde la altura de la torre para atacar a los defensores; y por último, daba cobertura a los arietes que debían llegar a las puertas.
Los siracusanos aprendieron por las malas las nuevas tácticas de asedio púnicas. Dionisio I, tirano de Siracusa, fue uno de los mayores pioneros de las tácticas de asedio griegas. El Tirano financió todo tipo de talleres artesanales que permitieron investigar nuevos usos para futuros asedios, que se impulsó gracias a los premios públicos a aquellos artesanos e investigadores que presentaran un invento revolucionario.
El éxito de esta política se pudo ver en el Sitio de Motia en el 387 a.C. donde se probarían los inventos de los talleres de Siracusa. La isla pequeña de Motia, ubicada a un kilómetro de la costa siciliana, era una fortaleza inexpugnable que contaba con un pequeño ismo artificial construido por Cartago que fue destruido durante el asedio por los mismos.
Dionisio reconstruyó el istmo con el intento de aprovecharlo para transportar las nuevas torres de asedio griegas, que medían hasta seis pisos de altura encima de unas ruedas que las movilizaban por el camino. Si bien, los cartagineses ya usaban este tipo de torres, aunque más pequeñas, ubicando en lo más alto de la torre unidades de proyectiles. La innovación de Dionisio, fue incorporar en la torre los nuevos inventos siracusanos, catapultas y lanzavirotes, que gracias al nuevo diseño de la torre, permitía que estuvieran en la cima, podían ser usadas desde la altura para causar auténticos estragos.
Sobre el origen de la catapulta no hay muchos registros. Aunque hay pruebas de que los asirios en oriente ya las usaban contra las ciudades, y los cartagineses fueron las que la exportaron al resto del Mediterráneo, especializando y mejorando su diseño. En aquellos momentos se trataba de un arco de gran tamaño compuesto de madera reforzada con tendones y un cuerno, que permitía mayor potencia de disparo.
Sin embargo, no existía fuerza humana para tensar aquel arco compuesto y lograr su mayor eficacia, por lo que se diseñó una culata que apoyándose en el estómago del arco, empleaba todo el peso disponible hacia atrás para impulsarse con dicho peso. El alcance máximo registrado se tornaba entre 150 m y 200 m. Pero el historiador Mardsen (Greek and Roman Artillery, Marsden), aseguró que podía llegar a tener 250 m de alcance.
En el sitio, los siracusanos ampliaron el camino hacia la ciudad para colocar en el terreno las torres de asedio. Éstas mantuvieron un fuego casi constante contra las murallas, lo que provocaba que un gran porcentaje de los esfuerzos de los motios se centrasen en destruirlas. El ariete consiguió abrir una brecha en el muro gracias al apoyo de las torres, por lo que las tropas siracusanas pudieron aprovechar la brecha para introducir sus tropas y tomar la ciudad.
El Asedio de Tiro por Alejandro Magno
A pesar de las exitosas armas de asedio siracusanas, no llegaron a extenderse por el mundo griego. Algunas teorías remarcaban que los siracusanos protegieron sus diseños de posibles filtraciones, lo que provocó que la expansión de la nueva tecnología fuera demasiado lenta.
Por otro lado, una teoría más práctica lo resume al simple hecho de que los asedios podían ganarse de formas menos complejas y más rudimentarias. Estamos hablando de que un alto porcentaje de las victorias de asedios en la antigüedad se ganaban con traiciones internas.
Es el caso de que bajo el reinado de Filipo II, en el cual se dio un impulso a la innovación, donde las torres medían hasta 80 codos de alto, el arma predilecta de los macedonios pasaba por sobornos a traidores internos para abrir las puertas de la ciudad. Esta táctica primitiva, cumplía la función de un asedio, permitiendo acortar el sitio que podía durar en el peor de los casos hasta años, y evitar bajas que obligaran a echar mano de la reserva. Es el caso de Olinto, ciudad inexpugnable que con un simple soborno sucumbió ante el ataque de los macedonios que fueron introducidos dentro de ella.
Sin embargo, el avance más destacable vino de la artillería, concretamente en la zona de Bizancio. Fue allí donde la catapulta dejó de ser un simple arco tensado, sino que mediante una torsión de haces de tendones permitía disparar rocas u objetos pesados, y su tamaño era muy superior al de los arcos compuestos siracusanos.
Las catapultas de piedras tuvieron su apogeo en el campo de batalla durante las conquistas de Alejandro Magno, empleadas de forma masiva en el 334 a.C. en el Asedio de Halicarnaso. Su principal función era mantener a los defensores lejos de las murallas. Alejandro Magno se puso a prueba a sí mismo en el asedio de Tiro cuando esta ciudad situada en un islote tenía fama de que ningún otro imperio había podido traspasar sus murallas.
La ciudad de Tiro había logrado resistir duros asedios en el pasado contra asirios y persas, y estaban convencidos de que los macedonios no lograrían vencer donde hombres mejores habían fracasado. Pero Alejandro solucionó este problema ordenando la construcción de un enorme espigón para transportarlo a las murallas. Se trataba de un monstruo de dos torres dotadas de catapultas anteriormente mencionadas, que mantenían un bombardeo constante contra las murallas de Tiro.
Esta táctica no era nada original, ya que Dionisio antes que Alejandro hizo lo mismo en Motia, pero, por primera vez, Alejandro incorporaría los nuevos diseños de su época junto a las ideas de Dionisio para acabar con una ciudad que se consideraba inexpugnable. Las murallas quebraron ante el impacto de las rocas lanzadas de las catapultas. Los tirios no se quedaron de brazos cruzados, por lo que contrarrestaron esta medida empleando ruedas gigantescas de varios radios por toda la muralla para desviar los proyectiles de las catapultas. A su vez, lograron hostigar con proyectiles a los trabajadores de las torres dejándolas inmóviles.
Alejandro no se dio por vencido y contestó enviando a sus hombres a construir grandes empalizadas en la parte exterior de la muralla. Los tirios por su parte estaban ganando tiempo para construir una nave de transporte a la que añadieron dos mástiles de proa los cuales contaban con un doble juego de vergas que estaban cargados de calderos con aceite y brea. Al aumentar la altura de los costados, que habían sido llenados de ramas secas, lastraron la popa de la nave para alzar la proa.
Cuando los tirios supieron que el viento estaba soplando con fuerza hacia las posiciones macedónicas, remolcaron la nave, encallándola contra el espigón. La tripulación del interior prendió fuego a la nave, y escapó rápidamente hacia la costa. Los calderos avivaron el fuego que con ayuda del viento prendió fuego aquel monstruo de madera. El incendio se extendió hacia las posiciones macedónicas y cundió el pánico, siendo la señal que esperaban los tirios para bombardear de artillería a las expuestas tropas enemigas.
La situación fue insostenible, y el frustrado Alejandro Magno tuvo que levantar el sitio de la ciudad mientras dejaba todas sus construcciones como pasto de las llamas. La ciudad de Tiro había logrado una vez más en su historia sobrevivir a un ejército invasor que se consideraba invencible. No obstante, la suerte no estuvo de su lado a continuación.
La flota persa, que antaño apoyaba a los fenicios desde el mar, no solo se rindió a Alejandro, sino que se cambió a su bando junto a los chipriotas. Con la supremacía marítima de su parte, Alejandro persistió en sitiar la ciudad construyendo otro espigón más con más torres y más catapultas, repitiendo todo el proceso anterior. Los tirios construyeron torres con las que intentaron incendiar el espigón, pero fueron hostigados por la antigua flota persa que estaba ahora ayudando a los macedonios.
Este bombardeo por tierra y mar, provocó que los tirios abandonasen las murallas y permitieran que el espigón abriese camino. Pero los tirios enviaron buceadores a cortar las amarras de las naves de Alejandro que estaban retirando las rocas del lecho marino que habían arrojado los tirios para perjudicar el proceso. Sin embargo, los macedonios lograron incorporar cadenas a sus barcos y esta vez sí lograron arrastrar el espigón y despejar el camino para las torres de asedio.
Las naves con los arietes y torres encima de ellas, derribaron el muro de la ciudad de Tiro. Estas naves se retiraron para dejar paso a dos nuevas naves que portaban puentes levadizos, por donde las tropas de Alejandro pasaban para dirigirse a masacrar a los tirios. Arriano confesó que los macedónicos se ensañaron con la población matando a gran parte de los defensores, y vendiendo como esclavos hasta 30.000 supervivientes. El Asedio de Tiro es un claro ejemplo de como las innovaciones tecnológicas sumada al ingenio militar de un general, puede llegar a tomar una ciudad fortificada ubicada en un islote inexpugnable para la época.
Los colosos del periodo helenístico
La fragmentación del Imperio de Alejandro derivó en la formación de reinos helenísticos como Macedonia, Pérgamo, el Imperio Seleúcida, Bactria, Egipto, etc. Este periodo es bien conocido por ser una época donde la cultura griega consiguió su máxima extensión por el mundo, al mismo tiempo que se caracteriza por numerosas guerras entre los sucesores de Alejandro.
Las guerras provocaron un incremento de la investigación militar, y por ello, el impulso de la construcción de máquinas de asedio. Por entonces las torres de asedio medían hasta 40 metros, y destaca en su uso el general Demetrio Poliocretes “El Asediador”, quien rindió la ciudad de Salamina en Chipre. Estas torres pesadas se movían mediante cuatro ruedas sólidas de 3,5 metros de altura.
Estaba fuertemente armada por catapultas en cada uno de los pisos, incluidos los inferiores, donde los ingenieros griegos desarrollaron un sistema que permitía lanzar proyectiles de hasta 80 kg. La composición se hacía de la siguiente manera: en los laterales se colocaban catapultas ligeras que lanzaban virotes, mientras que en la parte central, estaban las catapultas pesadas que lanzaban rocas de hasta 80 kg.
En los pisos superiores se necesitaban hasta 200 hombres para poder calibrar estas armas de asedio. En estos momentos, las antiguas murallas del mundo antiguo no podían resistir la potencia de fuego de los Reinos de los Sucesores. El asedio más destacable de periodo es el sitio de Rodas.
Demetrio El Asediador, se encaminó a tomar la inexpugnable ciudad de Rodas, que contaba con una increíble cobertura que le producía la geografía isleña. Preparó dos coberturas móviles: en una colocó las nuevas catapultas que diseñó para tomar Salamina, y en otra los tradicionales lanzavirotes. En ambas coberturas se instaló una nave de carga conectados de lado a lado.
A su vez, instaló cuatro torres de asedio de hasta cuatro pisos, cada uno con su catapulta correspondiente. El primer asalto no tuvo éxito, y las máquinas de asedio fueron destruidas por el fuego enemigo. En el segundo asalto, Demetrio empleó máquinas de asedio flotantes, que también fueron destruidas tras un ataque desesperado de los rodios, y que provocó que Demetrio tuviera que abandonar sus intentos de tomar el puerto de la ciudad. Los rodios llegaron a capturar una de las baterías flotantes de Demetrio, para estudiarla.
El Destructor de Ciudades.
Demetrio, a la desesperada, insistió en asaltar la ciudad de la forma tradicional, empelando sus reservas, que serían apoyadas por un auténtico monstruo terrestre. La Helépolis fue una gigantesca torre de asedio cubierta de acero que tenía más de 40 metros de altura y una base de 22 de ancho, compuesta por cinco niveles con catapultas. El tamaño de las catapultas varía en torno a los pisos, siendo la más grande la situada en la parte inferior, y a medida que se suben los pisos, la catapultas es más pequeña que la anterior, hasta llegar en la cima donde se dispone un simple lanzavirotes.
Los dos niveles inferiores tenían cuerpos de bomberos y recipientes de agua para apagar los posibles incendios durante el ataque, aunque su gran armadura de acero era una buena prevención de incendios. Esta torre se ganó el apodo de “Destructora de ciudades” tras la victoria de Salamina, y Demetrio, pretendía construir a su hermana, que sería más grande que la original, con 22 metros de lado. La estructura estaba compuesta de vigas cuadradas con uniones de hierro, y dejaba espacios en el interior para ser tripulada por soldados.
La Segunda Helépolis estaba formada a su vez por cuatro vigas verticales de casi 45 metros de largo, cada esquina inclinada hacia la parte superior, de modo que se estrechaba hasta los 9 metros en la parte más alta. Contaba con hasta nueve pisos de altura, acorazada completamente para que ningún proyectil pudiera perforar el blindaje.
El peso de la torre se desconoce, pero se necesitaban hasta 3.400 hombres, repartidos en el interior y en la parte de detrás del exterior, para empujarla hasta la muralla. Había poco más de 30 hombres por fila.
El fin de una era
Las máquinas de asedio de Demetrio se contaban como las más grandes y más efectivas del periodo antiguo. A parte de las torres de asedio, cabe mencionar a Hagetor de Bizancio en el desarrollo de los arietes “tortuga”, que se desplazaba por rodillos y cubierto de cuero animal relleno de algas. Entre otras piezas que describió Vitrubio se encontraban los Trépanos, que empleaban agujas de hierro de hasta 25 m de largo para abrir agujeros en la muralla.
Al final, Demetrio no pudo tomar Rodas, que quedó atascada en el fango y los rodios acabaron por romper el asedio. Los rodios vendieron todas las máquinas de asedio que quedaron abandonadas tras la batalla, e hicieron tanta fortuna que construyeron una de las maravillas del mundo antiguo, un coloso de más de 30 m de altura que se alzaba en la entrada del puerto donde había tenido lugar la parte más cruda de la batalla contra Demetrio.
El asedio de Rodas marcó el final de los grandes inventos griegos, y no volverían a utilizarse máquinas de asedio tan complejas, gigantes y numerosas durante todo el periodo. Filipo V y los romanos, decidieron que la mejor manera de ganar asedios era mediante la táctica tradicional del sigilo y la traición, donde puede verse en el asedio de Tebas de Ftiótide (217 a.C.), o en la Primera Guerra Púnica.
No hay que ver esto como una interrupción de los avances militares en los asedios, ni mucho menos. Lo que si es cierto es que los generales contemporáneos no estaban dispuestos a gastar inmensos recursos en crear gigantescas máquinas de asedio mientras había otras alternativas primitivas pero más prácticas. Esto puede verse cuando los romanos hacían túneles subterráneos para traspasar el nivel de las murallas, o introducir carbones vegetales o cerdos vivos que al prenderlos provocaba el colapso de la muralla.
Evidentemente estas estrategias podían fracasar igualmente, ya que no estábamos hablando de métodos 100% fiables, donde la suerte podía influir en el éxito o fracaso del desempeño de los asaltantes. Los romanos en Ambracia fueron detectados por los defensores al escuchar el sonido de los zapadores, y fueron expulsados cuando intentaron quemarlos vivos. Filipo V pagó a traidores para abrir las puertas de Melitea, pero iniciaron el ataque sorpresa demasiado pronto pues la mayoría de la población seguía despierta en sus casas y acabó en un estrepitoso fracaso.
Después de Filipo V, los romanos continuaron el legado de los griegos sumándose a su propia experiencia de asedios como el de Verres, donde cercaron la ciudad con murallas de madera, siguiendo del sitio de Numancia donde Escipión Emiliano perfecciono el sistema de fortines, a su vez, Julio César copió la estrategia de Emiliano para efectuarlo sobre Alesia. Pero los avances romanos dan para un nuevo artículo que seguirá como continuación de este mismo, por lo que si os ha gustado, espero que la segunda parte os satisfaga igualmente.
Bibliografía:
- Anderson, J.K. (1970) “Military Theory and Practice in the Age of Xenophon”, University of California Press, Berkeley.
- Baatz, D. (1978), “Recent finds of ancient artillery”. Society for the Promotion of Roman Studies.
- Marsden, E. W. (1969) “Greek and Roman Artillery: Historical Development”, Clarendon Press, Oxford.
- Sekunda, N. V. (2013); “The Antigonid Army. Gdansk: Akanthina”. Foundation for the Development of University of Gdańsk, for the Department of Mediterranean Archaeology, University of Gdańsk.