Algunos datos introductorios al periodo de Amarna
Si existe un episodio único en los 3.000 años de civilización egipcia, ese es el que conocemos como “periodo de Amarna”. A pesar de su singularidad, dentro del panorama egipcio, fue una etapa muy corta y que solo sobrevivió al reinado del faraón que la impulsó, Akenatón.
Su reinado comenzó en torno al año 1.352 a.C. y culminó más o menos en el 1.336 a.C., de los cuales Amarna abarcó los años 1.347-1.336 a.C. Más allá de la corta duración de esta época, cabe considerarla como uno de los mayores quebraderos de cabeza para los egiptólogos y una de la que más dudas suscita: ¿Nos encontramos ante uno de los ejemplos de monoteísmo más antiguos?; ¿Akenatón fue un mal gobernante?; ¿hasta dónde influyo la cultura amarniense en el resto de Egipto?
Uno de los elementos principales de esta etapa es la ciudad que Akenatón mandó erigir para convertirla en su capital, “Aketaton” en la actual región de Amarna (de ahí el nombre). A diferencia de otras capitales egipcias, fue fundada en un terreno vacío, sin seguir el esquema ortogonal que los egipcios acostumbraban al crear ciudades de nueva planta y, sobre todo, la rapidez con la que se construyó.
A continuación, vamos a adentrarnos en los bastidores de uno de los periodos más interesantes de la historia egipcia. Vamos a conocer la sociedad, el arte, la política y las intrigas que envolvieron a la obra de un faraón que realizó un gran cambio en la cultura que lo envolvía, Akenatón.
Antes de Amarna. Los antecedentes religiosos causantes de la reforma de Akenatón.
Aunque muchos puedan pensar que el proyecto amarniense era un oasis en el mundo egipcio, algo que surgió de la nada, la realidad es que durante décadas se fue creando un caldo de cultivo que terminó por dar lugar a la idea que acabó ejecutando Akenatón. Ni este faraón inventó la figura de Atón, la deidad del periodo, ni fue flor de un día el pensamiento de acometer una reforma aparentemente tan radical.
Durante los reinados de sus antecesores, Tutmosis IV y Amenhotep III (1400-1352 a.C., sumando ambos reinados), la religión egipcia estaba sufriendo un proceso de “solarización”. El culto al sol era cada vez más importante y comenzaba a mostrarse por encima del resto de dioses. Si Ra, el dios solar, era el creador de todo, las demás deidades emanaban de él y, por tanto, no dejaban de ser representaciones del mismo.
Amenhotep III, inicialmente trató de mantener un cierto equilibrio en el ámbito religioso, fomentando de forma muy activa el culto de numerosos dioses del panteón egipcio. No obstante, en sus últimos años de reinado, el dios sol se había separado del resto; se había convertido en el dios supremo. Además, parece ser que el propio faraón se había identificado con la deidad solar.
A esta situación hay que sumarle la entrada a escena de Atón, que en un principio solo representaba al disco solar y los rayos que emanan de él. Paulatinamente se fue divinizando hasta convertirse en la fuerza divina que provenía del propio sol. Akenaton pudo haber sido influenciado por todas estas medidas que su padre estaba implementando; una especie de preámbulo para la reforma que se avecinaba.
Hay que recordar que se piensa que el propio Akenatón gobernó en corregencia junto a su padre, Amenhotep III, durante 12 años. Sin embargo, algunos solo lo reducen a 2 y otros niegan que existiera dicha corregencia. La documentación aporta indicios pero ninguna lo menciona claramente. Si esto se demostrara, Akenaton habría formado parte del gobierno cuando el dios sol fue adquiriendo su supremacía frente al resto.
Los primeros 5 años. Del continuismo inicial a la reforma amarniense.
En un principio, Akenatón mantuvo las costumbres de sus predecesores y fue coronado faraón en Tebas ante la “presencia” del dios Amón. Para estos 5 años de reinado lo conocemos como Amenhotep IV (aunque los faraones tenían 5 nombres). Nada parecía que iba a cambiar, pero es muy probable que para estas fechas el faraón ya tuviera pensado acometer su reforma religiosa.
A su lado tenía a su madre, la reina Tiy, quien había desempeñado labores administrativas durante el reinado de su marido. Toda esa experiencia fue de gran ayuda para el nuevo rey que, además, se apoyó en su mujer, la bella Nefertiti, para las tareas de gobierno.
Inicialmente se dedicó a hacer lo que los gobernantes anteriores solían realizar, construir nuevas edificaciones en el templo de Amón en Karnak, en la ciudad de Tebas. Sin embargo, Amenofis IV no dedicó las suyas a esta deidad tebana sino a Atón, algo que tuvo que cabrear a los poderosos sacerdotes de Amón, seguramente porque se les retiró parte de la renta dedicada a este dios para utilizarla en el culto atoniano.
De hecho, hay historiadores que consideran un movimiento político la reforma amarniense (sin excluir la idea religiosa) como un contrapeso para reducir el poder que tenían los sacerdotes de Amón. Estos clérigos se habían convertido en poderosos terratenientes con mucho poder adquisitivo y con una influencia política cada vez más notable.
Es muy probable que la oposición al programa que estaba ejecutando el faraón se manifestara en otros lugares de Egipto, y no solo en Tebas. Esta presión ejercida contra las medidas de Amenhotep IV desembocó, seguramente, en la decisión final de trasladar a otro lugar la capital egipcia. Comenzó la andadura de Aketatón (el horizonte de Atón).
Aketatón. La capital amarniense.
La ciudad de Aketaton, conocida en egipcio como “El horizonte de Atón”, se convirtió en la nueva capital de Egipto y se convirtió en el centro neurálgico de las reformas de Amenhotep IV. A partir de este momento, el faraón pasó a llamarse tal y como lo conocemos en la actualidad, Akenatón, que significa “aquel que actúa efectivamente en bien de Atón”.
Como hemos comentado anteriormente, la fundación de esta ciudad es muy diferente a otras que se habían realizado en el mundo egipcio. Su estructura no es tan rígida como la de otras fundaciones de nueva planta, seguramente porque se construyó con prisas. Toda la urbe estaba comunicada a través del camino real, una vía paralela al Nilo que recorría de norte a sur de la población.
Además, este camino tenía un significado ceremonial, debido a que, todos los días, Akenatón y Nefertiti lo recorrían desde su palacio hasta el templo para simbolizar el recorrido diario del sol por el firmamento. Las calles principales eran muy anchas pero no se entrecruzaban con formas regulares, de hecho, ni tan siquiera eran rectilíneas.
Su estructura se delimitaba en una especie de grupos de poblaciones en las que nos podemos encontrar una gran mansión de un alto funcionario de la corte rodeada de casas menores, en Aketatón esto era frecuente. Por otra parte, la cercanía al Nilo permitía excavar pozos para abastecerse más fácilmente de agua. Finalmente, la ciudad quedaba delimitada por las 15 estelas de frontera que la envolvían.
No se sabe exactamente cuando Akenatón se trasladó definitivamente a su nueva capital, aunque se suele situar en torno al septimo año de su reinado (segundo tras la reforma amarniense). El hecho de que en el octavo año del gobierno de este soberano se detuviera toda la actividad constructiva en el templo de Karnak (Tebas), sería un indicio de que el faraón ya se había trasladado definitivamente.
La religión en época de Amarna
Dentro del mundo religioso amarniense hay que distinguir dos escenarios diferentes: la religión atoniana, impulsada por el faraón, y la situación en la que se encontraban los diferentes cultos. Hemos de recordar que los egipcios eran politeistas y que dependiendo de la región había un dios más importante u otro. Por ejemplo, el dios creador en Menfis era Ptah, mientras que en Sais era Neith.
Akenatón impulso la figura de Atón como creador del mundo y, también, como su gobernante. A su vez, se instituyó como un dios-rey, rompiendo así la figura del faraón como un intermediario con los dioses. Ahora, el propio gobernante era, a su vez, una deidad. De esta forma, solamente se podía acceder al dios a través de la figura del rey, siendo ese el motivo por el que en muchas casas de Aketatón habían esculturas de Akenatón y Nefertiti.
Pero, la idea que, quizás, fue más rupturista con la religión egipcia clásica era la accesibilidad del propio Atón. Mientras que los demás dioses permanecían dentro de una sala en el interior de los templos, en este caso todos podían verlo y sentir su presencia a diario. De hecho, los lugares dedicados a su culto se encontraban abiertos y la luz solar los iluminaba sin un techo que lo tapara.
Pero, ¿qué sucedía con los demás cultos? Aquí es donde nos encontramos un mayor debate, todavía por cerrar, para esclarecer los sucesos religiosos más allá de Amarna durante el reinado de Akenatón. Se considera que se trató de expandir el culto de Atón a otros lugares como Menfis, donde parece que existió un templo dedicado a este dios, pero es difícil esclarecer hasta que punto se prohibieron, o no, el resto de dioses.
Hoy por hoy se cuestiona que realmente hubiera un monoteísmo en este periodo, sino un henoteísmo. La religión del estado y de las clases altas del momento era el atonismo, mientras que los egipcios no dejaron en ningún momento de adorar a sus dioses. Tampoco se han hallado pruebas concluyentes de que Akenatón prohibiera taxativamente los demás cultos, aunque parece que si persiguió y dañó obras dedicadas a Amón.
Un henoteísmo es una religión en la que se adora a un único dios pero sin negar la existencia de otros, o la existencia de varios dioses pero con la preponderancia de uno sobre el resto. En Aketatón se han encontrado objetos que representaban a deidades como Bes o Taweret, entre otras, pero sobre estos se encontraba Atón, al que se debía de adorar por encima de los demás.
Aun así, aun suponiendo que los demás dioses no fueron prohibidos, no tuvo que sentar bien a las élites religiosas de Tebas y otros lugares que se destinaran recursos, que antes ellos disponían, al culto atoniano. Este desvío de fondos tuvo que granjear una gran impopularidad al faraón y la creación de una oposición que, a la muerte del rey, se impuso y forzó el regreso de la corte a Tebas, además de promover el borrado de Akenaton de la historia, una damnatio memoriae en toda regla.
El arte amarniense
Ante grandes cambios, tampoco podía faltar una revolución en el ámbito artístico y muy fácilmente reconocible gracias a la relativa rigidez que ha tenido el arte egipcio a lo largo de su historia. Respecto a las representaciones del faraón podemos ver un aspecto andrógino (con características masculinas y femeninas), que algunos expertos han querido mostrarlas como una posible enfermedad degenerativa.
No obstante, otros han considerado que se trata más bien de combinar rasgos masculinos y femeninos en la figura del faraón, que en esta época también es un dios. Estas formas, cuello alargado, rostro delgado, piernas flacas y largas, etc, también se extrapolaron al resto de la familia real y al principio tenían una forma muy exagerada, aunque, según avanza el periodo amarniense, se van a ir equilibrando.
Las representaciones de la familia real son inéditas para el arte egipcio. En ellas podemos ver a sus miembros en escenas cotidianas, en las que podemos apreciar miradas y gestos cariñosos, cosa que no se había mostrado anteriormente. En numerosas estelas y bajorrelieves, es habitual observar al disco solar (Atón) emanando rayos solares que terminan con una mano que entrega el símbolo de la vida (anj).
En la parte arquitectónica destacan los talatat; unos pequeños bloques de piedra arenisca que se emplearon en masa para la construcción de monumentos y la creación de la propia Aketatón. Fue una innovación tecnológica importante, debido a su facilidad de producir en masa que permitía construir más deprisa. Esta velocidad explicaría la rapidez en la que Aketatón fue construida.
Los templos se construían de forma que se tratara de eliminar el mayor número de espacios con sombra posibles. Como hemos dicho antes, la idea religiosa de Atón era la de un dios accesible y que todos podían sentir. De ahí a la necesidad de que sus centros de culto se convirtieran en espacios lo más abiertos posibles para poder recibir los rayos solares.
El papel del ejército y la política exterior
Quizás, este sea uno de los hechos menos divulgados y menos atractivos de esta etapa de la historia egipcia. Se suele atribuir a Akenatón como un faraón “pacifista” y que descuidó completamente los asuntos exteriores de Egipto. Si bien es cierto que su actividad en lo militar fue muy reducida, comparada con otros gobernantes, esto no significa que dejara este aspecto completamente de lado.
Es muy probable que el ejército tuviera una proyección hacia dentro del estado egipcio, comandado por uno de los hombres de confianza de Akenatón, Horemheb (quien a posteriori será faraón). Efectuar una revolución religiosa, con mucha oposición, no sería posible sin el apoyo del ejército, que pudo haber sido utilizado como elemento disuasorio ante conspiraciones o posibles intentos de golpe de estado.
Por otra parte, también fue empleado de cara al exterior, con la finalidad de suprimir una revuelta en Nubia e intervenir en Siria, donde Mitanni había sido derrotada por los Hititas y estos se estaban convirtiendo en la potencia de la región. La labor diplomática de Akenatón mantuvo la estabilidad en los principados bajo la órbita egipcia, quienes llegaron a rendirle tributo en el año 12 de su reinado.
Ante esa figura del faraón pacifista y dejado de los asuntos militares y diplomáticos, emerge una figura completamente distinta; la de un gobernante que tuvo una actividad muy intensa en el campo diplomático y que estaba dispuesto a usar la fuerza si era necesario. Contó con el apoyo de su esposa Nefertiti, quien tuvo una gran relevancia en todos los aspectos del reinado amarniense.
Conclusiones
El periodo de Amarna es uno de los más interesantes de la historia egipcia, debido a su singularidad dentro de la misma. No obstante, no podemos considerarlo como un elemento extraño o apartado del contexto general del Antiguo Egipto. No podríamos entender la reforma religiosa sin los antecedentes en este campo efectuados por otros faraones ni, tampoco, su legado desaparece a la muerte de su artífice, Akenatón.
Si bien es cierto que tras la muerte del rey se retornó a los cánones artísticos previos y se restablecieron los cultos tal y como estaban anteriormente, una reminiscencia amarniense sobrevivió a ella. De hecho, una de las grandes obras literarias de Amarna, el himno de Atón, pudo haber inspirado algunos pasajes del salmo 104 de la biblia.
Sin embargo, también son muchos los enigmas que terminar de resolver, como el debate respecto a la prohibición de las demás deidades o su sujeción, o asimilación, al culto atoniano. Todos estos hechos convierten a este periodo en uno de los más interesantes del Antiguo Egipto, pero, también, en uno de los más controvertidos.
Bibliografía
- Kemp, B. J. (1992). Egipto. Anatomía de una civilización.
- Quesada, J. J. U. (2012). Egipto faraónico: política, economía y sociedad (Vol. 4). Universidad de Salamanca.
- Ruiz-Domènecq, J. E. (2013). El imperio egipcio.
- Schulz, R., & Seidel, M. (Eds.). (1997). Egipto: El mundo de los faraones. Könemann Verlagsgesellschaft.
- Shaw, I. (Ed.). (2010). Historia del antiguo Egipto. La Esfera de los Libros.
- Wilkinson, R. H. (2003). The complete gods and goddesses of ancient Egypt (pp. 103-11). New York: Thames & Hudson.
Genial artículo!