El Cine en sí forma ya parte de nuestra Historia. En este caso hablamos más de una Historia sociocultural, pero también desde la Historia del Arte, desde la cual se han dado análisis muy interesantes sobre este producto cultural.
En el pasado, la Historia y el cine se han mirado con bastante recelo (Martínez Gil, 2013). Sin embargo es probable que en las pasadas dos décadas dicha relación se haya traducido en un acercamiento en las formas y el rigor en términos socioculturales, pero también en una manera de entender, hasta incluso, el siglo XX.
Esto se debe a que muchas películas producidas en el siglo XX esconden problemáticas que han sido plasmadas con fines propagandísticos, pero también han servido en algunos casos para reconciliar a la gente con su pasado traumático, como puede ser el caso de los documentales «Mein Kampf» (Erwin Leiser, 1962) y «Le chagrin et la pitié» (Marcel Ophüls, 1973). En palabras de Shlomo Sand:
“si en 1900 la educación nacional era el principal alimento de la memoria colectiva, no sería descabellado afirmar que, en 2000, la comunicación audiovisual se ha convertido en la matriz principal del «recuerdo»”.
Sand, 2005: 501
Repasemos ahora cómo ha sido esa tortuosa a la par que recelosa relación que han marcado a la Historia y al Cine como si de un recurso audiovisual sociocultural estuvieramos hablando.
Caminos que se cruzan: Historia y Cine
«Desde hace más de un siglo, pues, el cine y la historia van de la mano y difícilmente pueden ignorarse. El cine cobra sentido si considera su propia evolución histórica y se sitúa en un contexto más amplio; y cada vez parece más evidente que la comprensión del siglo XX quedaría muy limitada y aún defectuosa si no se tuviera en cuenta al cinematógrafo».
Martinez Gil, 2013: 3
La relación que mantienen el Cine y la Historia ha sido siempre bastante compleja. Desde un punto más académico, se puede llegar a abordar esta relación de varias maneras; pongamos algunos ejemplos: la historia fílmica del cine, el cine en la historia, el cine en la pedagogía de la historia y la teoría de la historiografía cinematográfica entre otras (Díez Puertas, 2003: 11-12).
Puede parecer a ojos inexpertos o a la gente con poca afición por el medio cinematográfico y la Historia, que ambas disciplinas son totalmente incompatibles. Y durante mucho tiempo así fue, ya que al cine, si se le quería otorgar una consideración académica debía pasar inexorablemente por la Historia del Arte (sin desmerecerla en ningún momento, que no se me entienda mal).
Fue Ricciotto Canudo quien le otorgó al cine la consideración de «séptimo arte» a principios del siglo XX. Desde este momento, nacería la historia del cine, aunque si que es cierto que esta se centraba más en aspectos puramente estéticos, en la cual primaba prácticamente un enfoque positivista: grandes nombres de grandes autores y obras fílmicas que encumbraban a unos y hundían a otros a través de la crítica, pero siempre trazando una trayectoria evolutiva, casi en línea recta, de los cánones de la modernidad. Pero claro, dicho así no creo que suene tan mal, supongo, pero hay que tener en cuenta que los criterios que utilizaban muchas veces no trascendían las modas, opiniones personales y de opiniones predominantes de la empresa del «séptimo arte», así como de las tendencias y los gustos del cine de su momento.
Por su parte, la Historia, o deberíamos hablar de la tendencia historiográfica predominante, era positivista, aunque con ciertos matices historicistas a lo largo del siglo XX. Nos referimos a la Historia escolar, a la que se ha enseñado a muchas generaciones de jóvenes, sobre los cuales aun a día de hoy sigue pesando ese posicionamiento.
Con estas afirmaciones tampoco queremos expresar que fueran las únicas, ya que el siglo XX, aunque ya desde finales del XIX, nos ha dado planteamientos y metodologías históricas muy interesante a nivel académico, que ya han tenido una menor plasmación a nivel escolar. A pesar de que hayan podido tener cierto espacio, no desplazaron por completo al positivismo y al historicismo, y lo hemos podido ver recientemente con ese nuevo «revival» a nivel político.
Para el positivismo, las imágenes y los recursos visuales no eran más que complementos para las evidencias extraídas de los textos. Negaban por completo su fiabilidad y rigurosidad para ser consideradas como una fuente histórica más; se negaba su valor documental.
No obstante, parece que la Historia ha superado, en gran parte, los planteamientos positivistas que entendían la disciplina como el estudio de «dinámicas de las sociedades humanas» (Vilar, 1980: 43). Se ha ampliado el concepto de fuente a cualquier vestigio que proporcione información sobre el pasado: un paisaje, un objeto artesanal, una obra de arte, una fotografía, una novela de época, etc. De hecho, no se si lo sabéis pero fue Peter Burke el que quiso sustituir el concepto de «fuente documental» por el de «vestigio» allá por el 2001.
También fue Peter Burke (2001) quien sintetizó los motivos para acercarse al «uso de la imagen como documento histórico» y los problemas que conlleva la saturación de las imágenes en el mundo actual: en primer lugar, la democratización de la imagen con los avances en la imagen fotográfica y la impresa llevó a una crisis sobre cómo los historiadores procesábamos las fuentes, ya que no solo lo escrito era útil, sino las distintas imágenes que dejaban un vestigio testimonial.
Por otro lado, el uso de la imagen como fuente histórica trajo sus retos, ya que los historiadores debían desarrollar y entrenar una serie de procedimientos propios de la comprensión teórica y la hermenéutica de las representaciones visuales. «Una imagen vale más que mil palabras» es un refrán que se escucha mucho, pero no tiene por qué ser veraz, ya que no debemos confundir una imagen con la realidad. Por eso, debemos de ser capaces de diferenciar los artificios y las intencionalidades que esconden las imágenes.
El cine histórico
«El cine ni reemplaza a la Historia como disciplina ni la complementa. El cine es colindante con la Historia, al igual que otras formas de relacionarnos con el pasado como la memoria y la tradición oral»
Rosenstone, R. (1995). Revisioning History. Film and Construction of a New Past. Princeton University Press. New Jersey.
Este apartado comienza con una cita de Robert Rosenstone porque pienso que describe bastante bien el papel que el cine desempeña en relación con la Historia. Esta y no otra debe de ser la base para abordar el cine histórico.
Creo que no hace falta definir lo que es el cine histórico, pero para aquellos que necesiten una breve explicación antes de comenzar que sepan que pienso dárosla. El cine histórico es, por definición, una producción fílmica en la que se documenta un momento histórico reflejando distintos aspectos que ayudan a introducir al espectador en el film. Estos aspectos serían: la moda, el vestuario, situaciones específicas (muchas veces hitos históricos del imaginario colectivo), el pensamiento o, entre otras cosas, los sentimientos hacia una causa que mueve a los protagonistas de la película.
En ocasiones se logra adaptar con mayor acierto uno o varios de estos aspectos, pero de por si, aunque no sean totalmente rigurosos con el momento histórico, intentan reflejar un mensaje del director a los espectadores. Sobre esto, Marc Ferro (2008) opina lo siguiente:
«Los cineastas muestran a los que lo ignoran, con gran talento, que la Historia ha tenido momentos memorables. La representación del pasado, del presente, es decir, del futuro, depende de la época y del contexto de la realización de la obra. El pasado evocado debe leerse como una transcripción de los problemas del presente»
El cine histórico, a pesar de la visión que tenemos la mayoría de historiadores e historiadores de que los cineastas lo hacen mal adrede para molestarnos y que nos sangren los ojos, lo cierto es que no deja de ser un producto de ocio. No debe nunca de ser entendido como una representación fidedigna del pasado, sino como una interpretación del pasado para hablarnos del presente que tiene un cineasta en concreto. Que esa espada sea de un siglo más tarde o que ese broche en el vestido sea anacrónico debería de ser el menor de los problemas cuando vemos cine histórico, porque lo más importante es la finalidad que persigue el director y los guionistas con esa ficción histórica.
300 de Zack Snyder y la Guerra de Irak
Un ojo inexperto va a mirar una película «histórica» basada en un comic como es el caso de 300 y se va a quedar con lo épicos y ultra-masculinos que son los espartanos frente a lo «afeminado» que es el Rey Jerjes, cuya estética es prácticamente la de una drag queen. Partiendo de aquí, la película ha sentado ya la base de una dicotomía básica, los buenos y los malos, los masculinos y bellos frente a los feos y afeminados, los justos y los injustos. No es más que un modo velado y fácil de consumir para el público de la «otredad» que caracteriza cualquier discurso identitario, nosotros frente a los otros, que justamente siempre representan todo aquello que nosotros odiamos.
Pero, esto no es todo, un análisis más profundo de la película de 300 te dejará ver detalles que te transportan desde las Guerras Médicas (la batalla de las Termópilas) hasta la Guerra de Irak. En un momento puedes pasar a dar un salto de casi 2 milenios y medio sin despegarte del sillón. ¿Por qué? Refresquemos un poco la memoria:
Zack Snyder es el director de esta película, y en el momento de su promoción en Estados Unidos tuvo que esquivar múltiples acusaciones de presentismo de las cuales se zafó con un simple «la actualidad es lo último que me importa».
Pero lo cierto es que hay algunas cuestiones que hacen sospechar lo contrario. En primer lugar, la afirmación ejemplar de la esposa de Leónidas «la libertad no es gratis» parece estar sacado de los discursos de la Casa Blanca. Aunque algo más básico, si lo unimos a la representación que dan de los persas, como depravados de piel oscura, sin remordimientos, tramposos y empeñados en aterrorizar a Occidente, y lo ubicamos en medio de un momento tenso que hubo entre la teocracia de Teherán y las administraciones de Tony Blair y George Bush, encontraremos más dudas que alimenten nuestras sospechas.
Todos sabemos que los espartanos han sido un mito del imaginario guerrero desde hace siglos. Sin ir más lejos, Tigerstedt (1965) daba una panorámica general:
“Humanistas italianos, jesuitas españoles, calvinistas franceses, puritanos ingleses, revolucionarios franceses, romanticistas alemanes, estetas ingleses, nacionalistas franceses, nazis alemanes se han apropiado de la imagen de la antigua Esparta y aducido su ejemplo en soporte de sus teorías”
E.N. Tigerstedt, The Legend of Sparta in Classical Antiquity, Stockholm, I, 1965; II, 1974; III, 1978.
Prácticamente nadie pensaría que los espartanos no se encuentran en cualquier lista o top 10 de mayores guerreros de la antigüedad. Y el ejército estadounidense no iba a ser menos. Como dijo Pedro Rodriguez en su artículo para el ABC de 2007: «(…) en la lista de lecturas recomendadas por el alto mando de la Infantería de Marina de Estados Unidos figura «Puertas de fuego», la versión novelada de Steven Pressfield sobre la batalla de las Termópilas». Nada más que añadir (por favor, no pongáis 300 en casa/clase y penséis que pretende contarte la batalla de las Termópilas, porque se inventan más cosas que hechos esconde. Disfrútalo con responsabilidad).
Formas de leer el cine histórico
Voy a partir una lanza a favor del cine histórico. Tiene ciertas cualidades que podríamos considerar positivas a nivel didáctico. Bien escogido el cine histórico puede acercarnos a rasgos principales de las ideologías dominantes de tiempos pretéritos, sus consecuencias y sucesos adyacentes, por lo que puede ser un gran instrumento para la ciencia histórica (Caparrós, 2007).
No obstante, el cine histórico esconde trampas para el público general. Muchas veces desde el título de la película ya te indican que tienen relación con determinados personajes históricos o acontecimientos individuales o colectivos de gran relevancia histórica. Esta trampa es puramente made in Hollywood, ya que la mayoría de las películas de temática histórica que producen parecen dar una imagen idealizada del pasado, de la cual debemos separar obviamente los intereses económicos o políticos de los educativos.
Sin ir más lejos, aunque «El nombre de la rosa» y «Braveheart» son dos películas ambientadas en la Edad Media, no podemos entenderlas del mismo modo. Mientras que en la primera destacan el realismo escénico, las locaciones y el vestuario, en la otra nos interesa el rigor histórico. Puede parecer obvio, y tenéis razón: la primera está basada en una novela histórica de Umberto Eco (aunque tuvo asesoramiento histórico del medievalista Jacques Le Goff), pero «Braveheart», aunque sea dramática y adulterada por fines artísticos, se supone que pretende mostrarnos acontecimientos históricos.
Otro ejemplo de producciones fílmicas con una extensión popular bastante grande son las del género peplum (conocida popularmente como «de romanos»). Y nuevamente se puede poner en tela de juicio el rigor histórico de estas películas, aunque espero que nadie se tome muy en serio films como «La última legión», la cuestión es que hay gente que prefiere consumir estos productos culturales antes que leer un buen libro de Historia.
El caso se vuelve todavía más peliagudo al comparar las pelis y series de romanos con las de vikingos, ya que el margen cronológico y espaciales están bien delimitados, pero cuando hablamos sobre vikingos no tenemos la misma suerte. Prácticamente todo aquel que se ha lanzado a representar a estos pueblos escandinavos han pasado por fuentes que deberían ser puestas como mínimo en duda, ya que fueron dejadas por otros pueblos coetáneos que habían sufrido sus incursiones y que, por lo tanto, escondían condicionantes políticos y religiosos. Sin embargo, creo que podríamos dudar más que se haya utilizado fuentes arqueológicas y literarias para hablar de vikingos. Pero deberíamos pedir mayor rigor en esos casos.
Ahora bien, si dejamos todos estos films históricos a parte, hay un género de cine histórico sobre el que deberíamos centrar nuestro interés, ya que sus intenciones son las de reconstruir un periodo histórico con pautas mínimas de veracidad y bajo una perspectiva crítica, son las que llamaremos «de reconstrucción histórica». Igual son menos lúdicas y hay quien piensa (como Ferro, 2008) que son más propias de los documentales que de los libros de ficción, pero al menos ofrecen una visión más próxima y veraz de las mentalidades y las gentes de su tiempo, a pesar de tener ciertas licencias o gazapos (que no debemos olvidar que introducen ya los escritores de estas obras de ficción).
Por lo tanto, debemos comprender que el cine histórico es un complemento para el libro de texto pero nunca un sustitutivo ni deben tomarle el relevo. Ya sea cine histórico con pretensiones de «reconstrucción histórica» o de interpretaciones personales de personajes y sucesos históricos, recordaremos esta afirmación de Lagny (1997):
«La situación de los documentos ha cambiado, incluso para los investigadores de los tribunales históricos. Ya no se trata de desconfiar de ellos, de saber si mienten o no, sino de interrogarlos en función de lo que puedan decir. Se les pregunta entonces cosas totalmente inesperadas, sobre las cuales no están preparados para mentir, como hace Ferro con ciertos filmes (…) esto permite el establecimiento de un nuevo cuestionario cuyas preguntas no parezcan obvias, es decir, surgir espontáneamente del documento. Es preciso salir de la óptica propuesta por la fuente.»
¿A qué conclusiones llegamos?
El cine ya no se circunscribe únicamente al ámbito de la Historia del Arte para que su estudio pueda tener validez académica. Desde hace ya algún tiempo, desde ámbitos somo la Historia social y cultural, también podemos encontrar análisis sobre el cine bastante interesantes. De hecho, el cine se ha convertido en una fuente para el conocimiento del pasado bastante importante. En palabras de George Duby (1994):
«Los filmes se han convertido en nuevas fuentes, al igual que las fuentes orales, las cuales pueden ser ahora audiovisuales, con la práctica de la grabación sonora, fílmica o videográfica de testimonios directos. Estas nuevas fuentes implican el desarrollo de nuevos métodos críticos que autorizan su formación en documento.»
Por eso, no debemos desestimar el cine histórico como una fuente histórica y didáctica, pero siempre presentarlo desde una perspectiva crítica con el contenido cinematográfico, siempre contextualizando y problematizando lo que Hollywood quiere decirnos. Ya sea cine «de reconstrucción histórica», del género peplum o de cualquier otro, ten en cuenta la intención de su director. Ningún contenido sociocultural es neutro y objetivo. No lo olvides.
Bibliografía
- Caparrós Lera, J. M. (2007). Enseñar la Historia Contemporánea a través del cine de ficción. Quaderns de cine. Universidad de Barcelona.
- Díez Puertas, E. (2003). Historia social del cine en España. Madrid: Fundamentos.
- Duby, G. (1994). Diálogo sobre la Historia. Madrid: Alianza Editorial.
- Ferro, M. (2008). El cine, una visión de la Historia. Madrid: Akal.
- García Marsilla, J.V.; Ortiz Villeta, A. (2017). Del castillo al plató. 50 miradas de cine sobre la Edad Media. Editorial UOC.
- Lagny, M. (1997). Cine e Historia. Problemas y métodos de la investigación cinematográfica. Barcelona: Editorial Bosch.
- Martínez Gil, F. (2013). La historia y el cine: ¿unas amistades peligrosas? En Vínculos de Historia, núm. 2 (2013). Universidad de Castilla-La Mancha. pp. 351-372.
- Martínez Quiroga, J.A. (2015). El cine como recurso para la didáctica de la Historia. TFM Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.
- Rodriguez, P. (2007). Irán, Irak y los <<300>>. ABC Internacional (https://www.abc.es/internacional/abci-iran-irak-y-200704030300-1632345538584_noticia.html?ref=https:%2F%2Fwww.google.com%2F)
- Rosenstone, R. (1995). Revisioning History. Film and Construction of a New Past. New Jersey: Princeton University Press.
- Sand, Shlomo (2005). El siglo XX en pantalla. Barcelona: Crítica
- Tigerstedt, E.N. (1965-1978), The Legend of Sparta in Classical Antiquity, Stockholm.