Ismael Serrano inicia su canción más conocida por todos diciendo «papá, cuéntame otra vez esa historia tan bonita». Para muchos, la Historia no deja de ser como un cuento de hadas. Tiene sus protagonistas, sus antagonistas, la típica lucha del bien contra el mal que deja buen sabor de boca antes de marchar a dormir… Pero, ¿por qué piensan así?
Suelo encontrarme con bastantes estudiantes, personas jóvenes y que adolecen todavía en varias formas, que, cuando les preguntan por su interés hacia la asignatura de Geografía e Historia y la Historia misma, responden sin pensarlo mucho que les gusta cómo se la cuentan (o contaban) sus profesores de instituto. Aunque luego no lo recuerden ni comprendan muy bien.
La Historia, para todos los que nos dedicamos a la divulgación o la enseñanza, es nuestra pasión, pero también nuestro oficio del historiador. Debemos por tanto ser conscientes del proceso que nos ha llevado hasta el momento actual, sobre todo, por qué y cómo la enseñamos. A menudo muchos nos cuestionamos, y con bastante atino: ¿para qué sirve la Historia? Puede ser entretenida (y a otros les sirve para conseguir el queso amarillo del Trivial). De hecho, para un gran número de personas es así. No podría haber pasión sin un cierto componente de diversión y atrevimiento kantiano (en el sentido de atreverse a saber).
Para todos aquellos que hayáis comenzado a interesaros por el devenir que acaece sobre este artículo, no sintáis apuro. Mi mayor interés es acercaros algunas consideraciones que tener en cuenta sobre la disciplina histórica, sus características y su problemática. Porque ya os adelanto que a simple vista ese relato de lo pretérito, ese pasado construido por los historiadores y siempre pendiente de cualquier revisión, es más complicado de lo que aparenta. A través de reflexiones de algunos historiadores de la Antigüedad conoceremos el por qué.
Quien mucho abarca poco aprieta
El historiador alemán Eduard Meyer (1855-1930), considerado por algunos «el último gran historiador de la antigüedad», opinaba que el historiador tenía que abarcar la totalidad de su época en las distintas realidades existentes. Aunque esta opinión le acarrearía más de un bache en su carrera. Cuando intentó realizar su Historia de la Antigüedad tuvo que rendirse ante la realidad de abarcar la totalidad e hizo dos volúmenes (uno dedicado a Oriente y otro a Grecia). Debemos entender que Meyer vivirá su vida académica a caballo del siglo XIX y XX, por lo que se ceñirá bastante al positivismo histórico, y esta será la primera vicisitud en su camino hacia la comprensión de su propio oficio.
El segundo desvío lo encontrará al aceptar que es imposible abarcar todas las culturas de una misma época. Básicamente esto se debe a dos principales cuestiones: por un lado, la metodología positivista puede llevarte a acumular una gran cantidad de datos que solo hagan que dificultarte la elaboración de un relato histórico; por otro lado, la dificultad intrínseca que existe en la interpretación de fuentes sobre culturas tan diversas, a lo que se le suma el problema de recopilar y acceder a esas fuentes.
A día de hoy, un gran sector dentro de la historiografía especializada en la Edad Antigua tiende muchas veces por comodidad a centrarse en el ámbito del Mediterráneo. Esta cuestión podría llevarnos a debatir sobre los motivos que fundamentan este razonamiento. ¿Existe una resistencia en Europa a hablar sobre otras culturas que no sean o tengan relación con Grecia y Roma? ¿Se debe esto a un eurocentrismo consciente o inconsciente? Desde luego, no podemos negar que existe cierta dificultad para acceder a las fuentes primarias en según qué ámbitos, lo cual no facilita esta elección.
Sobre la metodología del historiador
Dicho esto, podemos hablar sobre cómo se crea una rama historiográfica. Hay quien piensa que una metodología concreta es la que construye una historiografía, pero no es así. Primero existe un problema (entiéndase como problemática o incógnita) a resolver, muchas veces dependiendo esta de los intereses de la época en la que se vive. Y es, a partir de esa problemática, cuando se busca la metodología adecuada para llegar a conclusiones. Es decir, toda historiografía crea su propia metodología (o adapta alguna ya existente para sus necesidades).
Por lo tanto, todo trabajo histórico debe de tomar como referencia toda una serie de considerandos sin veredictos a priori (o lo que es lo mismo, sin juicios que nublen tus conclusiones). Muchas veces es necesario recordar que se debe ser historiador por el final del camino, no la salida, ya que quizás escoges un tema y este te puede llevar a plantear teorías sobre otro. Igual este asunto no era tu principal interés, pero consigue que realices un buen trabajo histórico.
Al respecto del eterno duelo entre divulgadores e historiadores, creo que es necesario tender puentes que nos comuniquen en lugar de acordonarnos. Evitemos las descalificaciones en base al campo académico del que se proviene, ya que es algo que observo bastante común. ¿Quiere eso decir que nada es verdad y todo está permitido? Desde luego que no. Un historiador especializado en un tema tiene mucho que decir y se le tiene que tener en cuenta dado que ya parte con ciertos conocimientos y procedimientos metodológicos, los cuales es probable que un divulgador novato no tenga. No obstante, muchas de las obras con teorías revolucionarias en su momento para la Historia provienen de otros campos del saber que no son precisamente la Historia.
Esto nos lleva al engorroso asunto de las llamadas «ciencias auxiliares». ¿Qué son? ¿Te van a morder? Desde luego que no, clionauta. Pero existe un cierto elitismo académico y divulgativo que parece supeditarte de acuerdo a cual es tu campo académico. Según la teoría, una ciencia auxiliar es todo aquel ámbito académico que sirve de soporte para que otra ciencia, o conocimiento, logre sus objetivos y metas.
Y ¿esto que quiere decir? Básicamente, es un término paraguas que puede hacer cambiar la «relevancia» de tu ámbito de conocimiento. O no tiene por qué. La Historia se alimenta de otras ciencias y humanidades que la dotan de su complejidad. Muchas veces llegando al extremo de que hay quien, con cierta sorna y bravuconería, se mofa, desde la Historia, de disciplinas como la Geografía, la Historia del Arte o la Arqueología por considerarlas «ciencias auxiliares», empequeñeciendo así su innegable importancia.
Esto me lleva a insistir en que el día de hoy puedo necesitar hacer uso de la literatura, la arqueología, la religión, el arte, etc., para entender el contexto histórico de una época, pero el día de mañana puede suceder lo contrario. Todos somos compañeros con un único objetivo: alcanzar el conocimiento. Como poco, nos merecemos guardarnos el debido respeto.
¿Cómo debe proceder un buen historiador?
Por otro lado, el historiador italiano Arnaldo Momigliano, conocido por su labor en la historia antigua y la historiografía, decía que: en primer lugar, un buen historiador es aquel que conoce todo sobre su propio problema; en segundo lugar, un historiador se encarga de estudiar problemas y sobre ese problema resulta conveniente y necesario conocer cuanto sea necesario y se pueda independientemente de la época; por último, que la exhaustividad es un desiderátum. Esto nos lleva a pensar que tenemos que pretender el rigor y conocer el problema que tratamos, pero que no somos perfectos.
Las cuestiones históricas, por más o menos interesantes a nuestro juicio, deben de tratarse con todo el rigor y la objetividad con la que pueda ser posible. Aun así, entendemos que la objetividad no existe, ya que nuestros relatos históricos se fundamentan en nuestro propio interés y los silencios dicen a veces más que lo que comunicamos.
Así pues, a lo que más debemos tender es a la honestidad en nuestra labor. Sobre todo, aceptar que todos los relatos históricos guardan algún tipo de sesgo o vinculación política, y que comprender o entender un tema histórico no tiene por qué significar que lo aceptas acríticamente, sino que entiendes su complejidad y relevancia histórica.
En no pocas ocasiones, ocurre que la percepción que existe con respecto a según qué temas históricos no tiene nada que ver con la propia dirección que ha tomado el campo académico, pero, sin embargo, esta postura generalizada ha forjado una imagen falseada de la Historia con mucha fuerza que debemos combatir con más y mejor divulgación.
No se trata muchas veces de las fuentes en sí, sino de las interpretaciones basadas en apriorismos que volcamos sobre ellas, que se fundamentan en los propios prejuicios o los intereses particulares. Hay que respetar a las fuentes e interpretarlas cómo es debido, sino podemos acabar llegando a conclusiones tan trasnochadas como que Cristóbal Colón es gallego o que Miguel de Cervantes se llamaba en realidad Joan Miquel Servent y era catalán. Seriedad, por favor.
Llegados a este punto, veamos qué entienden por la labor del historiador algunos de los mayores historiadores de la antigüedad. En primer lugar, Mikhail Ivanovich Rostovtzeff es el conocido autor de dos obras que forman un hito: “la historia social y económica del Imperio Romano” y “la historia social y económica del mundo helenístico». Este fue quizás uno de los primeros autores en analizar la Antigüedad en términos de capitalismo y revolución, lo cual a día de hoy pueda parecernos hasta anacrónico. Pero se le ha de reconocer como el fundador de la corriente socio-económica de la Historia. Así como por rescatar del olvido mucha documentación papirológica indispensable para comprender la antigüedad grecolatina.
Sir Ronald Syme por su parte planteó una reflexión interesante, y es que dijo: “hago lo que puedo con lo que tengo”. Lo que no hace más que remitirnos a la limitación del historiador a las fuentes que tiene a su alcance. Pero debemos recordar la humildad que no debe olvidar ningún historiador que se precie. Como diría Lobeck en su famoso Aglaophamus: “existe cierto arte o ciencia en el no saber […] pues si es vergonzoso no saber aquello que se debe saber, no menos vergonzoso es creer saber aquello que en realidad no se sabe”.
Esa brillante reflexión me sirve para recordar una práctica desleal y totalmente deshonesta. Últimamente veo demasiado en las redes sociales como divulgadores autoproclamados como tal sin tener prácticamente ningún tipo de formación salvo leer la Wikipedia o National Geographic recurren a la tarea del plagio como metodología proactiva. No, para nada es lícito. Ni tampoco debemos permitirlo. Por eso es tan necesario exigir fuentes en un trabajo divulgativo, ya que, salvando las distancias, son nuestro «prospecto» para poder obtener una divulgación sensata, honesta y rigurosa.
Hay esperanza en la deriva
Para finalizar, me gustaría hacer uso de una anécdota que nos dejó Rostovtzeff. Se cuenta que tomó a una aprendiz belga bajo su ala que se dedicaba a reconstruir las ordenanzas reales del Egipto ptolemaico. Pues bien, su aprendiz le preguntó en una ocasión cual era el objetivo del historiador, a lo cual Rostovtzeff le respondió: «miremos a los hombres y tratemos de entender cómo vivieron». Igual, a nivel personal, preferiría hablar del ser humano en lugar de «hombres» por la carga que contiene, pero debe servirnos para tener una mínima orientación sobre cual es el fin que debe de buscar el historiador.
Además, hay que insistir en el carácter dinámico que tiene la Historia. Es decir, siempre partimos desde el presente al pasado, proyectamos nuestras inquietudes del presente sobre el pasado. Por lo tanto, «toda la Historia es historia contemporánea» como diría José Saramago citando a Benedetto Croce. Pero no debemos nunca perder el rumbo de nuestra pluma y que nos lleve a plantear anacronismos por muy atrevidos e innovadores que puedan parecer.
En resumidas cuentas, todo historiador o divulgador de Historia puede aportar con su faena (por muy pequeña e insignificante que pueda parecer a veces), aunque, como es sensato, se le pueda criticar razonablemente y sin caer en juicios de valor, por su método o las limitaciones de sus fuentes. Además, queda claro que nadie puede abarcar todo el conocimiento del pasado, pero también que nuestra propia visión y nuestro relato histórico va a quedar marcado por nuestra metodología y nuestro saber hacer a la hora de armar una visión mas o menos completa del pasado.
Bibliografía
- Bloch, M. (1952): Introducción a la Historia. Breviarios del Fondo de Cultura Económica de España, S.L.; Cuarta edición (30 de junio del 2014).
- Furet, F. (1982): L’Atelier de l’histoire. Ed. Flammarion.
- Fuster, F. (2012): ¿Qué es la historia? Reflexiones sobre el oficio de historiador. Fórcola Ediciones.
- Fuster, F. (2020): Introducción a la Historia. Ediciones Cátedra.
- Meyer, E. (1982): El historiador y la Historia Antigua. Fondo de Cultura Económica de España, S.L.
- Momigliano, A. (1997): Ensayos de historiografía antigua y moderna. Fondo de Cultura Económica de España, S.L.
- Moradiellos, E. (1994): El Oficio del Historiador. Estudiar, enseñar, investigar. Siglo XXI de España Ediciones, S.A.
Muy buen artículo y como siempre vamos aprendiendo cosas de el. Enhorabuena.
Muchas gracias por tu comentario. He intentado esbozar algunas cuestiones que pienso que son importantes. Aunque siempre aquí seguiremos para ir ampliando más estas reflexiones.