El problema del anacronismo
El terrorismo y el genocidio son dos términos muy presentes en el vocabulario del siglo XXI. Ambas han dejado sociedades trastornadas, gente que vive marcada de por vida tras vivir en sus propias carnes una etapa de caos y desesperanza. Algunas de estas desdichadas personas intentan llevarlo como pueden mientras otras quedan rotas hasta que se apagan sin recuperar la chispa de felicidad que tuvieron antes de aquel suceso.
El terrorismo se basa en un golpe de efecto dramático donde un grupo de personas, unidas por el odio hacia un estilo de vida, etnia, religión o sistema político, son incapaces de hacer una respuesta bélica equilibrada para asaltar el poder por falta de medios, y por este obstáculo, deciden atacar basándose en el terror, ante los ciudadanos o personas que representan o pertenecen a dicho grupo político, étnico o religioso.
Es bastante problemático trasladar estos conceptos que han sacudido el mundo desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días e intentar ver similitudes históricas anteriores. El genocidio es según la ONU, aquella matanza o mutilación encaminada a destruir, total o parcialmente, un grupo de personas de origen nacional, étnico, racial o religioso.
Bruce Hitchner, especialista en estas cuestiones, no para de recordarnos a los historiadores lo difícil que es nuestro trabajo para analizar el pasado sin entrar en anacronismos, que en parte acabamos usando por la enorme complejidad y dificultad que supone ponerse en la piel de una cultura o pueblo que ha desaparecido hace miles de años, y contando solo con la experiencia de nuestro mundo vivo.
En cierto modo, estas acciones terroristas las han aplicado los propios estados imperialistas, como la propia Roma, cuando se aseguró de eliminar amenazas sus políticas fueron terroríficas e implacables. Otro ejemplo lo tenemos en la acción portuguesa en la India, donde el Almirante Alburquerque, que sentía un odio acérrimo a los musulmanes y llevaba la Conquista de la India como una continuación de la Reconquista de la Península, al ser consciente de que perdería la ciudad de Goa, ordenó a sus hombres ejecutar la mayor cantidad de musulmanes que había en la ciudad dejando vivos únicamente a los hindúes.
Los musulmanes recuperaron Goa, pero sus familias habían sido brutalmente asesinadas, mujeres con sus bebes, niños pequeños, ancianos… habían ganado, pero habían perdido todo aquello que les importaba. Alburquerque se hizo temer en toda la India por sus masacres de musulmanes, y en parte tuvo razón en que solo le respetaban por su crueldad, ya que pudo controlar parte de las ciudades de la costa.
En el caso de Asia Menor, el odio a los romanos era bastante común por causas justificadas. Todo oriental o griego sabía reconocer quien era romano por su atuendo, su forma de hablar, de caminar y de actuar. Fueron una etnia tan extraña en esas tierras que era bastante fácil diferenciarla del resto. Cuando Mitrídates chascó los dedos, aquellos vecinos que habían compartido ciudad con aquellos extranjeros romanos, que eran sus conciudadanos y vivían bajo el mismo techo, acabaron por masacrarlos a ellos y todas sus familias sin piedad, tanto como las persecuciones de judíos en el holocausto, donde se denunciaba al vecino a las autoridades por sospechas de semitismo.
El terrorismo es así la radicalización violenta de la política, el recurso de la guerra como solución a los problemas, tanto para el Estado como para los enemigos del Estado. El terrorismo hace política sobre las vidas humanas, quien vive y quien muere, víctimas humanas usadas como muda exhibición de un dialogo imposible entre dos partes enfrentadas, y por tanto un debilitamiento de las garantías de la supervivencia. La deriva identitaria del racismo que se sustenta sobre la radicalización de caracteres biológicos para hacer frente aquellas etnias que se mueven en un lado u otro del planeta para sobrevivir.
¿Qué llevo a estas gentes actuar con tanta crueldad en el 88 a.C.? ¿Cómo fue posible que un pueblo no romano realizase un genocidio planificado para exterminar a los romanos de Asia Menor? ¿Qué hicieron los romanos para generar ese odio tan vivaz en aquellos días? Lo que sabemos es que lo que ocurrió en el 88 a.C. fue un genocidio tal como lo entendemos: una persecución planificada cuidadosamente para asesinar a 10.000 romanos de toda Asia Menor, un plan que solo un hombre pudo efectuar para aterrorizar el mismo corazón de la poderosa Roma.
Mitrídates de Ponto, el terrorista más buscado de Roma
Fascinante sería la palabra para referirse a alguien como Mitrídates, un personaje único en la historia y que durante mil años su nombre a resonado en los cuentos romanos, y medievales desplazando a Aníbal, hasta quedar en el olvido hasta hace relativamente poco. Mitrídates de Ponto fue una leyenda en vida, un dios en su tierra, pues a pesar de que sufrió numerosas derrotas ante Roma y no ganó ninguna guerra contra ella, el mismo se recomponía con ejércitos ilimitados y con sus recursos volvía aparecer una vez más como una amenaza para el mundo romano, como si de un señor oscuro del Señor de los Anillos fuese, puesto que jamás logró ser capturado y en vida participó en todos los males acaecidos en Roma: ataques terroristas, levantamientos civiles, invasiones extranjera y hasta los mismos piratas que secuestraron a Julio César y de quienes protagonizaron uno de nuestros artículos.
Mitrídates fue como Aníbal siglos antes, un personaje histórico que supo captar el odio hacia Roma. El rey de Ponto era un cruce entre culturas: la helénica y la persa. herencia que los romanos entendían como una mezcla de civilización (Grecia) y de barbarie (Persia). El rey de Ponto (situado al norte de Asia Menor en la actual Turquía hasta Crimea) compartía las costumbres y conocimientos de la Hélade, pero que respetaba las creencias y tradiciones de la Antigua Persia. Probablemente supo que el camino de Roma a ocupar su puesto de potencia mundial con un mundo helénico que estaba en pleno retroceso, era algo inevitable. Pero el se mantuvo hasta el último instante de su vida en retrasar aquello.
Mítridates conquistó los corazones de muchos intelectuales después de su muerte, y de tradiciones históricas euroasiáticas como Rusia, solo para quedar en el olvido frente a la figura de Aníbal como enemigo de Roma. Los enemigos de Roma, probablemente han acabado siendo más famosos que los romanos que los conquistaron: Aníbal nos suena más que Escipión, mientras que apostaría que el lector probablemente no sabría decirme sin consultar ninguna fuente ninguno de los cuatro legados, siendo Pompeyo el más famoso, que lucharon en las Guerras Mitrídicas. Rutilio Rufo, Lucio Cornelio Sisenna, Leneo o Metrodoro, nombres que no nos suenan de nada, pero que, en cambio, el rey de los Venenos los ha sobrevivido a todos en los libros de historia.
Mitrídates a diferencia de Aníbal, no es conocido por haber librado grandes victorias, sino de convertirse en una constante amenaza para Roma y cuyas acciones provocaron la propia caída de la República acelerando sus acontecimientos. Mitrídates organizó una alianza antirromana, donde sobresalió su gran amigo, el rey Tigranes de Armenia, formando gigantescos ejércitos que penetraron las provincias romanas. A pesar de no haber ganado ninguna guerra, Mitrídates resurgía cuan fénix de sus cenizas, para atacar una vez y otra, sin ser nunca capturado por las autoridades romanas.
El caso esta que, para destruir su reino, Roma tuvo que gastar enormes recursos vitales para el mantenimiento de la República, perdiendo cuantiosas vidas y dando poder a personajes como Pompeyo para derrotarle, desestabilizando la política interior. A pesar de que su reino fue destruido y su imperio una sombra de lo que fue, Mitrídates jamás fue capturado, huyendo a la península de Crimea donde siguió conspirando contra Roma hasta su muerte.
El germen del antirromanismo
El asesinato en Grecia y Roma, siempre se ha tratado como un tema tabú, a pesar de ser una realidad bastante vigente en sus sociedades. Había leyes que por norma y religiosidad impedían en ciertos casos, asesinar a sangre fría a semejantes, e incluso extranjeros, siendo las zonas públicas como las Ágoras, los Foros y los templos lugares libres en iure de todo tipo de violencia, aunque en la realidad no se cumplía.
En todo caso, el tema de la violencia contra lo romano ha sido un debate interesante dentro de los historiadores clásicos. El racismo tal como lo concebimos, es un producto del presente y de la Edad Contemporánea, surgida de las ideas ilustradas del siglo XVIII. En el mundo antiguo, no se puede hablar del racismo tal como lo entendemos desde nuestro punto de vista, pero esto no es excusa para negar que las sociedades antiguas tenían sus propios estereotipos para generalizar a un grupo de personas, que, a pesar de no pertenecer a la misma etnia, se englobaban a un grupo determinado. En este caso, en Oriente y Grecia, todo habitante heleno o persa sabía identificar a un romano.
La forma de hablar, la lengua en la que se comunica, su forma de vestir y de pensar, todo ello conduce a una construcción identitaria para identificar lo que ellos pensaban que era romano. Aquello que odiaban, extraños venidos de fuera que no dejaban de ser unos recién venidos, y que, para postre, dominaban parte del mundo conocido. La fobia al romano se convirtió no solo en un pilar de resistencia de los antiguos estados helenos, sino una categorización de identificación hacia nuevas moralidades y formas de percibir el mundo. En este caso había una muy corriente dentro del mundo romano, y que se había ganado el odio de los pueblos griegos y persas: la esclavitud.
En Grecia la esclavitud era legal, pero nunca fue concebida social y económicamente de la misma forma que la romana, además que nunca la practicaron a gran escala, cuasi industrial podría decirse. El imperialismo romano en todas sus facetas se encontró con el problema de la falta de mano de obra en sus territorios (dominar el mundo, no es una empresa fácil). Entre los historiadores clásicos, suele encontrarse similares puntos de vista que ven a los romanos nada más como integradores de las culturas que dominaban.
Esto es una verdad a medias, pues en muchos casos los nativos acabarían mamando de la romanización, pero esto se enfocaba mucho más a las élites nativas que a las clases bajas, que desarrollarían sus propios dialectos y mezclas identitarias más que impregnarse del latín que se hablaba en la propia Roma y que eran esclavizadas en ciertas ocasiones, a veces entregados por las élites nativas a los romanos, y esta práctica integradora en la República fue mucho menor que en época Imperial (véase cuando Augusto concede la ciudadanía romana a las ciudades hispanas).
Posiblemente en las tierras occidentales de Europa, los romanos tuvieron que hacer pactos con las élites locales, pero en Grecia y Oriente Próximo, se encontraron con diferentes problemas, y aplicaron diferentes soluciones. La rápida expansión por Grecia y Asia Menor, donde los romanos más que por ambición de anexionar les pilló por sorpresa este rápido resultado por guerras defensivas y donaciones como las de Pérgamo, a modo que les pilló por sorpresa su propia expansión. El territorio debía explotarse económicamente, y había demasiados ciudadanos no romanos y poca esclavitud.
Las leyes de los persas aqueménidas prohibieron la esclavitud en Oriente Medio y Asia Menor, y ese pasado persa fue determinante para que las ciudades helenas de la zona adquirieran una percepción antiesclavista. La falta de esclavos hizo que Roma pusiera medidas extremas, haciendo guerras de castigo únicamente por conseguir esclavos, prisioneros de guerra y controlar estos tráficos de personas. Los romanos, sobre todo, prefirieron esclavizar a orientales antes que a paisanos, o itálicos.
El odio hacia Roma viene en parte instigado por esta imposición de la esclavitud, junto a un modelo de explotación económica tan radical que nunca antes se había visto . La isla de Delos, antaño lugar sagrado para los griegos fue mancillado por los romanos convirtiéndola en un centro esclavista. Las deudas de los ciudadanos griegos, cuya situación económica decayó con la caída de los Reinos Sucesores, fue aprovechada por el mercado esclavista romano para absorberlos, y despojarlos de toda ciudadanía y derechos que gozaron sus antepasados
El drama de la esclavitud por deudas no solo afectaba a las clases bajas, sino a los ciudadanos más ricos y prósperos, pues dentro del mundo antiguo, se ganaba dinero rápido como perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos. Antiguas familias vendieron a sus hijos a Roma como esclavos, vecinos con los que se habían hablado, criado y tenido relaciones, fueron desposeídos de toda ciudadanía para convertirse en esclavo de un romano, la desposesión plena del homo en sí, de su civitas y ciudadanía, un mero objeto sin vida percibida, cuya vida y muerte no son de la incumbencia del Estado Romano, ni había leyes que lo amparasen.
Los terratenientes, los artesanos, los comerciantes romanos, todos ellos se beneficiaron de un flujo constante de esclavos. Y los colonos o mercaderes que poblaban ciudades asiáticas, tenían bajo su techo, a personas conocidas entre la comunidad utilizadas como esclavos. El odio hacia lo romano, se vinculó en gran medida hacia la esclavitud. Según los datos disponibles, solamente en Italia habría hasta 1,5 millones de esclavos, siendo en Asia Menor, un número triplicado al de Italia a lo largo de la conquista romana, formando un tercio de la población total.
Los romanos llegaban a ser muy crueles con sus esclavos. Era fácil identificarlos, pues iban tatuados con palabras latinas, que ni los nativos sabían hablarla. Los esclavos de la sal y las minas, siguiendo la tradición Aristotélica, eran considerados meros despojos sin alma alguna. Los esclavos importados solían tener impresa en su piel, la frase “impuesto satisfecho”.
El choque de mentalidad fue continuo hasta en tiempos del Bajo Imperio Romano. Las fugas de esclavos fueron constantes, y los romanos castigaban a ciudades, como Éfeso, por ocultar a un esclavo fugado que fue acogido por los sacerdotes de la diosa Artemisa. El oficial romano al cargo de la recuperación del esclavo, se quejaba de que los efesios le impidieron la entrada al templo para recuperar “una mercancía robada”.
Es frecuente que los templos sean lugares de refugio para esclavos fugados en Grecia y Asia Menor. Pues los sacerdotes, usaban técnicas que consideraban sagradas para borrar los tatuajes de los esclavos, y así poder borrarlos de cualquier registro y pasado. Hasta seis mil esclavos fugados, engrosaron los ejércitos de Mitrídates, instigados por el odio a Roma.
En parte, Persia fue uno de los reinos que más esclavos acogieron, pues los persas repudiaban la esclavitud, y aprovecharon el flujo constante de refugiados para engrosar sus ejércitos con personas que supieran latín y la forma de pensar de los romanos, traduciendo hasta textos a la lengua materna, siendo un puente de conocimiento importante.
La masacre del 88 a.C. ¿Un genocidio?
Probablemente para los estándares de la época, la masacre de aquel fatídico año fuese de las más grandes e impactantes que se hayan dado en el mundo antiguo, olvidada en parte por la historia. No se trataba de la típica matanza de legionarios romanos, o de altos dignatarios patricios. Sino de una planificación detallada, llevada a cabo con sangre fría, para matar a todos los romanos que habitaban en Asia Menor, algo que podría considerarse como un genocidio en sí.
Si comparamos con los estándares de hoy en día, podría hasta calificarse de una ataque terrorista como bien dice Adrianne Mayor en su libro de “Mitridates El Grande. Enemigo implacable de Roma”. La diferencia con la Revuelta de Boudica, donde los britanos mataron hasta 70.000 ciudadanos romanos, es que ésta se hizo de forma generalizada, no planeada, como represalia bélica. No obstante, en el 88 a.C. se había planeado tiempo atrás por parte de Mitrídates que los ciudadanos no romanos matasen a todo romano que hubiera en sus ciudades y poblados.
Cuando llegó el día, en la ciudad de Cauno, comenzaron a asesinar no solo a los romanos, sino a los itálicos del asentamiento. Romanos e itálicos vieron con incomprensión, que sus antiguos vecinos asesinaban sin cuartel a hombres, mujeres y niños. Un grupo extenso de romanos intentaron pedir ayuda a la diosa Venus, concentrándose en torno a su estatua, diosa protectora de las familias romanas. Pero la diosa no impidió que los caunios les arrebataran a sus hijos, y los matasen delante de ellos, para luego matarles también. Se dice que los últimos cuerpos sin vida de los romanos, quedaron amontonados en torno a la estatua.
La ciudad de Trales, dudó al principio de acatar el llamamiento de Mitrídates. Sin embargo, la asamblea acordó contratar a mercenarios al mando de Teófilo de Paflagonia, que armados con cimitarras, matasen a los romanos por ellos. A caballo, y con la cimitarra en la mano, arma que se usaba para cercenar miembros, empujaron a los romanos hacia el Templo de la Concordia, lugar sagrado donde estaba expresadamente prohibido derramar sangre dentro de él. Pero una vez más, los dioses no ayudaron a los romanos, y los mercenarios entraron en el templo, donde se dice que los romanos desesperadamente se agarraban a las estatuas de los dioses, y que los hombres de Teófilo, tuvieron que cortarles las manos, que quedaron todavía agarradas a las esculturas.
Estos son dos ejemplos de las muchas ciudades de Asia Menor donde se acallaron para siempre miles de voces romanas. En palabras de Apiano: “Hombres, mujeres, y niños, sus libertos y esclavos de origen itálico. Tal fue el horrible destino que sufrieron los romanos e itálicos de Asia.” O del propio San Agustín en el 426 d.C., donde todavía se recordaba la tragedia:
“Día funesto, en el que Mitrídates, rey de Asia, ordenó que todos los ciudadanos romanos residentes dispersos por aquella tierra, a la que un buen número de ellos habían acogido por negocios, fueran ejecutados. Imaginad el miserable espectáculo. Debemos sentir piedad de los ejecutores, pues mientras estos laceraban los cuerpos de sus víctimas, su propio espíritu estaba siendo malherido”.
Agustín de Hipona (426 d.C.): La ciudad de Dios.
Miles de voces se apagaron para siempre. No sabemos con certeza si sobrevivieron algunos romanos o itálicos, pero sí que la mayoría de ciudades de Asia, habían masacrado a todos sus residentes procedentes de Italia. El plan de Mitrídates fue un éxito, y lograba así subir la moral de la resistencia contra Roma, dejando que cientos de ciudades se aliaran con el Reino de Ponto, aparte de Armenia y otros Estados. La masacre del 88 a.C. fue un shock para el mundo romano.
El Senado nunca se esperó esta reacción, que consideraban “bárbara” y “cobarde”. El terror se expandió por toda Grecia, donde temerosos de repercusiones romanas, parte de los auxiliares orientales desertaron en masa, para escapar de posibles castigos o para unirse a la causa de Mitrídates. Para que nos hagamos una idea, haciendo una comparación anacrónica, posiblemente Roma tuviera el mismo sabor de boca que Estados Unidos con el atentado de las Torres Gemelas. En parte, sirvió como excusa para hacer la guerra contra el Ponto, y castigar a las ciudades que participaron en la masacre.
Roma enviaría a sus mejores generales a dar caza al Rey Veneno, desde Sila hasta Pompeyo, pero ninguno logró capturarlo, y el miedo a las acciones de Mitrídates, invadió el corazón de todos los mercaderes y ciudadanos romanos de Oriente, pues nunca se sabría cuándo podría renacer ni que otros planes macabros contra ellos, les esperaría. El odio a Roma en Oriente era un hecho, y Mitrídates fue un dolor de muelas constante para Roma en el siglo I a.C. donde la República dejaría importantes recursos militares y humanos en pacificar y conquistar la región de Asia Menor.
Bibliografía:
- Agustín de Hipona (426 d.C.): La ciudad de Dios.
- Apiano (s. II d.C.): «Historia Romana, XII: Guerras Mitridáticas».
- Aggrawal, A. (1977): «The Poison of Kings», Science Reporter.
- Anderson (1960): «The Golden Slave», New York.
- Brunt, P. A. (1971): «Social Conflicts in the Roman Republic»
- Dión Casio: Historia Romana. Traducción del 2011.
- Hind, J. (1994): «Mitrídates». CAH, IX, 129-164, Cambrigde.
- Hojte, J. (1994): «Mitrídates VI y el Reino de Ponto».
- Magie, D. (1950): «Roman rule in Asia Minor to the End of the Third Century after Christ,» Vol 2.
- Mayor, Adrianne (2016): «Mitrídates El Grande. Enemigo Implacable de Roma», Desperta Ferro Ediciones.
- Pausanias (s. II a.C.): «Descripción de Grecia».