A finales del siglo XI, un grupo de guerreros procedentes de Europa lograrían tomar la ciudad santa de Jerusalén, tras un largo viaje donde de forma casi milagrosa lograron atravesar todo el territorio sirio hasta llegar al Santo Sepulcro.
El término “cruzada” hace referencia a las hazañas de los guerreros europeos que emprendieron una larga aventura por tierras musulmanas con el fin de recuperar los sacros lugares. Basaban su nombre en la cruz que, o bien en la piel o bien en la ropa, solían llevar encima los vicarios de Dios. Al igual que los musulmanes entendían la guerra como un método necesario para conseguir la paz (yihad), los cristianos utilizaron la religión como justificación de sus luchas con Oriente.
La cruzada, por tanto, podía ser definida como aquella lucha con una base teórica cristiana que, impulsada por el Papa, permitía a sus guerreros expiar sus pecados y ganarse un hueco en la Jerusalén celestial. La mentalidad apocalíptica del siglo XI hacía que se diera el momento perfecto para buscar la salvación divina antes del fin de los tiempos.
Casus belli de la Primera Cruzada
La Primera Cruzada se sitúa en el año 1096, en la época de mayor esplendor del feudalismo, un sistema socioeconómico y jurisdiccional que elevó a los nobles a un poder que en ocasiones podía llegar a superar al del rey. Eso hizo que la sociedad estuviera completamente jerarquizada, también entre los propios nobles, lo que motivaba a los principales líderes de la cruzada a buscar en la guerra santa la vía para el ascenso social. La Iglesia también formaba parte de la pirámide feudal, lo que hizo que el Papado se situara como un auténtico ente político que durante el siglo XI se enfrentó a musulmanes, normandos y alemanes, consiguiendo el poder suficiente como para situarse en el liderato de la cruzada.
En el plano geopolítico, Francia sería la capital de la cruzada, pese a que el rey Felipe I no participara. Inglaterra, azotada por sus propias disputas, y la Península Ibérica, campo de batalla de otra guerra con tintes religiosos, no tendrían apenas representación. El Sacro Imperio Romano Germánico, enemistado con el Papado, tendría un plano secundario, mientras del sur de la Península Itálica saldrían numerosos guerreros normandos. El mundo musulmán, por otro lado, estaba dividido en tres grupos fuertemente divididos: los almorávides en la Península Ibérica; los fatimíes en Egipto; y los abasíes, títeres de los turcos seldyúcidas.
Por último, el Imperio Bizantino significaba no sólo el sucesor medieval del mundo grecolatino, sino que era el punto de encuentro entre el mundo católico y el islámico, de ahí su gran importancia en la cruzada. En 1054 se había separado de la Iglesia Romana, pero eso no evitó que, tras la derrota en la Batalla de Manzikert contra los turcos (1071), el emperador Alejo decidiera pedir refuerzos a la Europa Occidental.
El Papa Urbano II (1088-1099) utilizaría esta llamada de auxilio para llevar a la práctica la idea de guerra santa, aunque su llamamiento bélico no tenía como objetivo principal ayudar a Constantinopla, sino conquistar la ciudad musulmana de Jerusalén.
Esta idea de guerra santa tenía su origen cuando Constantino, el primer emperador romano cristiano, vinculó la guerra con las imágenes sagradas de la Iglesia Católica. Desde ese momento, el bando cristiano llenó de ilustraciones religiosas sus batallas, pero sería en el siglo XI cuando los Papas justificarían la guerra contra el infiel en su papel de defensor de Dios. Gregorio VII, quien había vivido una larga guerra contra el emperador alemán, ya había ideado los primeros compases de la cruzada, pero sería con Urbano II cuando estos planes serían llevados a cabo.
Para los cristianos, la guerra santa era la mejor manera de poder liberarse de los pecados y, con ello, llegar a la Jerusalén celestial. Además, suponía una oportunidad perfecta para que los diferentes príncipes pudieran consagrarse como grandes nobles, o para que aquellos que no tenían hueco en Europa pudieran encontrar uno en Oriente.
En definitiva, y como afirma el historiador Jean Flori, la cruzada fue una guerra santa que tenía el objetivo de recuperar Jerusalén de manos infieles. La demonización de los sarracenos, el largo viaje de peregrinación, la posibilidad de matar sin que fuera pecado o los símbolos eclesiásticos que rodearon a la cruzada, hicieron de ésta la guerra santa más importante hasta la fecha.
Todos los caminos llevan a Jerusalén
Los primeros pasos se dieron en el año 1095, cuando Urbano II convocó dos concilios, uno en Piacenza y otro en Clermont. En el primero, además de condenar la herejía de Berengario de Tours, se acercó a una Bizancio que, tras la muerte del líder turco Malik Sha, comenzaba la contraofensiva. En Clermont, se acabaría proclamando la Primera Cruzada, concediéndose el perdón de los pecados a aquellos que se unieran a la peregrinación. El Papa no sólo proclamó los beneficios de acudir a su llamada, sino que, en un lenguaje bíblico, exclamó la necesidad de reconquistar Jerusalén, a lo que el público respondió con el “¡Dios lo quiere!”. Según la leyenda, mientras las costureras impregnaban la cruz en la ropa de los cruzados, Raimundo de Tolosa, el primer gran príncipe cruzado, juró lealtad a Urbano II.
Tras el concilio, los diferentes clérigos llevaron las palabras de Clermont por Italia, Alemania y, sobre todo, Francia. El Papado se negaría a aceptar la ayuda de los príncipes de la Península Ibérica, pues ellos ya se hallaban en su propia lucha contra los musulmanes.
Las palabras eclesiásticas harían que grandes príncipes se decidieran a tomar la cruz, dividiéndose en cinco grupos principales: el de Raimundo de Tolosa, el primer cruzado; el de Bohemundo de Tarento y Tancredo de Hauteville, procedentes del reino normando italiano; el de Godofredo de Bouillón y Balduino de Boulogne; el de Roberto Curthose de Normandía, Roberto II de Flandes y Esteban de Blois; y el de Hugo el Grande, hermano del rey francés. Ademar de le Puy sería la mano derecha de Urbano durante la cruzada, encargado de representar al vicario de Dios en tierras orientales.
La Cruzada de los Pobres (abril-octubre de 1906)
Por otro lado, en el norte de Francia las ideas llegaron de una manera más radical a los miembros del bajo clero, como Pedro de Amiens el Ermitaño, quienes formaron grandes grupos cruzados formados en su mayoría por gente pobre. Las ideas que llegaron a esta cruzada popular eran mucho más bíblicas y apocalípticas, donde el fin del mundo estaba siempre al comienzo de los discursos.
Esta expedición popular salió en abril de 1096, liderada por Pedro de Amiens. En su viaje hacia Constantinopla, atacarían a comunidades judías alemanas y húngaras, hasta que fueron frenados por el rey húngaro Colomán. Los judíos fueron víctimas importantes en estos pogromos por ser considerados los asesinos de Cristo y por la necesidad que tenían las tropas cruzadas de saquear las tierras que cruzaban. Pasaron con dificultades por las tierras de húngaros y búlgaros, quienes, muy descontentos con los cruzados, no pudieron frenar la expedición.
En agosto, llegaron finalmente a Constantinopla. Una vez allí, el emperador los situó en las riberas de Asia Menor, donde fueron masacrados por los turcos del Sultanato de Rum, el cual lideraba Kilij Arslan. El Ermitaño sobrevivió por encontrarse en Constantinopla en aquel momento, pero el resto de la expedición no corrió la misma suerte. Otros tres grupos, liderados por el monje Folkmar, el sacerdote Gottschalck y Emico de Flonheim, no llegaron al final del camino, pues los húngaros de Colomán los masacraron.
Y llegaron los otros cruzados a Constantinopla
Por otro lado, los príncipes, tras dejar arreglados sus asuntos en Europa, partieron hacia la capital bizantina por el Danubio, por la costa adriática o a través del sur de Italia. En mayo de 1097, todos habían llegado al primer objetivo, la capital bizantina.
Una vez llegaron a Constantinopla, el emperador bizantino, Alejo, tomó una actitud ofensiva, pues el arma que Europa había arrojado hacia Oriente para ayudarle podía volverse en su contra, más aún cuando los cruzados tornaban la cifra de doscientos mil individuos. Haría acuerdos individuales con cada príncipe, con el fin de intentarlos someter a un vasallaje que permitiera al Emperador dominar los territorios que los cruzados conquistaran, siempre que Alejo los ayudara en su empresa. Esta ayuda se basaba en suministros, armas de asedio, y un pequeño ejército liderado por el bizantino Tatikios. Los tres líderes principales –Bohemundo, Godofredo y Raimundo– aceptaron el trato y, junto al resto de cruzados, entre los que se incluían Ademar de le Puy, Tatikios, Pedro el Ermitaño y los clérigos y capellanes, cruzaron el Bósforo.
El primer paso en el camino hacia Jerusalén fue Nicea, capital del Sultanato seldyúcida de Rum. Tras un difícil asedio, la ayuda bizantina permitió terminar de conquistar la ciudad, de manera que Alejo pudo reclamar para sí la plaza conquistada.
Eso no gustó a unos cruzados que empezaron a tener enemistad con los griegos. En julio de 1097, poco después de haber conquistado Nicea, sufrieron una emboscada en Dorilea por parte del ejército del turco Kilij Arslan, aunque los cruzados volverían a vencer.
El asedio de Antioquía (1097-1098)
Tras pasar por el Reino Armenio de Cilicia, donde establecieron alianzas con los cristianos armenios, se dirigieron hacia Antioquía. La mayor parte llegó por el noreste de los montes Tauro. Sin embargo, dos líderes –Balduino y Tancredo– atravesarían las tierras sirias, conquistando y disputándose las ciudades de Tarso y Mamistra, en medio de un entramado político donde ambos se integraron en el mundo oriental.
Eso haría que Balduino, una vez reencontrado con los cruzados en Marash, se dirigiera a Edesa. Allí se convirtió en un importante conde sirio, al servicio del gobernador Thoros. Tras una rebelión, Balduino se convirtió en el conde de Edesa, formando el primer principado latino en Oriente.
En octubre de 1097 empezó el asedio a Antioquía, gobernada por el seldyúcida Yaghi Siyan, pero era una ciudad con las murallas demasiado altas, a lo que se sumaba la posibilidad de un inminente ataque de alguna ciudad aliada. Raimundo vencería a los turcos en una pequeña batalla, mientras Bohemundo conquistaba el castillo del Harim.
En invierno, pese a la ayuda genovesa, la falta de víveres hizo cada vez más complicado el asedio, lo que hizo que miembros de la cruzada como Tatikios la abandonaran. En el lado musulmán, llegaron refuerzos procedentes de Damasco, aunque fueron vencidos por Bohemundo, al igual que el procedente de Alepo.
En la primavera, la llegada de suministros ingleses y distintas señales divinas reavivaron la lucha, lo que obligó a Yaghi Siyan a pedir refuerzos de Mosul. Los cruzados aligeraron el asedio, y un traidor turco o armenio permitió a los cristianos entrar en Antioquía. Bohemundo lideró la conquista a la que siguió el saqueo y la masacre. El hijo del emir, Shams ad-Dawla, se defendería en la ciudadela, aunque ésta sería tomada por Kerbogha de Mosul tras la llegada de los refuerzos islámicos.
De esa manera, los cruzados pasaron de sitiadores a sitiados. Fue una lucha dura que acabó el 28 de junio de 1098 con la victoria decisiva de los cruzados frente a unos musulmanes que no lograban superar sus diferencias políticas. La ciudad fue liderada por Bohemundo, líder del asalto, pues los bizantinos no habían participado en la lucha debido a un malentendido. Raimundo, quien con la ayuda del monje Pedro Bartolomé había encontrado la Lanza Sagrada, combatió por el liderazgo de la ciudad, aunque sin éxito. La muerte de Ademar de le Puy acabaría por desintegrar las fuerzas de la cruzada, pese a que habían conseguido conquistar una de las plazas sirias más importantes.
La brutalidad de los cruzados en Jerusalén
Mientras las tropas se preparaban para partir hacia Jerusalén, los distintos príncipes dedicaron sus esfuerzos a diferentes empresas, con Hugo el Grande abandonado la lucha y Bohemundo y Raimundo siguiendo disputándose el control de Antioquía. Los cruzados seguirían conquistando distintas ciudades, como la de Albara o la del Crac de los Caballeros, destacando la toma de Maarat. El hambre y la ira contra los musulmanes estuvieron presentes en aquella lucha, lo que hizo que, según distintas crónicas cristianas y musulmanas, hubiera distintos casos de canibalismo por parte de los cristianos.
El 11 de diciembre de 1098 la población de Maarat fue masacrada, siendo liderada por Raimundo. En Rugia, los dos príncipes intentaron reconciliarse sin éxito, lo que propició la furia de los cruzados más pobres que, liderados por Pedro Bartolomé, tan sólo querían rezar ante el Santo Sepulcro de Jerusalén. Raimundo aceptaría la tregua con Bohemundo, cediendo ante Pedro y dirigiéndose finalmente hacia la Ciudad Santa.
Sin embargo, la cruzada cada vez estaba más desintegrada, con Roberto de Normandía, Tancredo y Raimundo por un lado, y Bohemundo, Godofredo y Roberto de Flandes por otro. Hacia el camino de Jerusalén, se volvieron a parar, en esta ocasión en la ciudad de Arqa. Previamente, Bohemundo, tras conquistar la plaza de Jabala, decidió no seguir hacia Jerusalén, más interesado en controlar Antioquía. Los cruzados comenzaron a sitiar sin éxito la ciudad de Arqa, hasta que la llegada de una embajada bizantina les hizo tener que abandonarla para llegar a Jerusalén antes que los griegos.
Además, los fatimíes habían arrebatado la ciudad de Jerusalén a los seldyúcidas, dejando claro a los cruzados que no establecerían alianza alguna con los cristianos. Egipcios y griegos habían decidido aliarse en contra de unos cruzados que amenazaban sus posesiones de Siria y Palestina. Pedro Bartolomé acabaría muriendo en un juicio de fuego, pero su liderazgo espiritual sería sustituido por Pedro Desiderio, el cual daría el impulso religioso necesario para que los cruzados abandonaran el asedio de Arqa y, ayudados por el emir de Trípoli, se dirigieran definitivamente hacia la toma de Jerusalén.
Las tropas cristianos cruzaron ciudades del litoral palestino como Beirut, Sidón, Acre y Ramla hasta, al fin, llegar a la codiciada ciudad de Jerusalén. El emir fatimí Iftijar-ad-Daula observaría las distintas procesiones que llevarían a cabo los cruzados, antes de comenzar la batalla que decidiría que religión dominaría la Ciudad Santa.
Con la ayuda de la madera genovesa, los cruzados atacaron Jerusalén por dos zonas, consiguiendo entrar y masacrar a su población. Desde Bagdad, poco podía hacer el títere califa al-Mustazhir, mientras los líderes seldyúcidas se hallaban inmersos en una guerra civil. Aquello acabó por permitir a los cristianos dominar la Ciudad Sagrada, con tan sólo la amenaza próxima de los fatimíes. Godofredo logró hacerse con el control de la ciudad, aunque con el título de “Protector del Santo Sepulcro”. A su muerte en el año siguiente, Balduino de Edesa se haría con el título de rey. Pero la cruzada aún no había terminado. Los exploradores habían confirmado la presencia de tropas egipcias viniendo de Occidente, dispuestas a reconquistar Jerusalén.
El final de la Primera Cruzada
Con miedo a repetir la experiencia de Antioquía, los cruzados se dirigieron a Ascalón donde, pillando desprevenidos a los islámicos, vencieron en la última batalla. La amenaza islámica había terminado temporalmente, y los cruzados por fin podían rezar ante el Santo Sepulcro y formar los principados latinos de Oriente. Bohemundo se había asentado en Antioquía, mientras Balduino había dejado Edesa para gobernar Jerusalén.
Por otro lado, Raimundo decidió conquistar la ciudad de Trípoli para formar el cuarto principado, aunque moriría un año antes de que se consiguiera. Respecto al resto de príncipes cruzados, Roberto de Normandía sería derrotado por Enrique, el nuevo rey de Inglaterra, quien fue ayudado por Roberto de Flandes. Hugo el Grande y Esteban de Blois, los cuales habían abandonado la empresa, se unieron a una cruzada de apoyo, en la cual el primero murió, mientras el segundo lo haría meses después en la batalla de Ramla.
La Primera Cruzada había llegado a su fin. Pese a que menos de un quinto de los soldados que habían salido de Europa sobrevivieron a la lucha, la empresa que Urbano II proclamó en Clermont habían acabado con éxito y Jerusalén, tras más de cuatro siglos en manos musulmanas, había vuelto a ser cristiana. La cruzada no sólo supuso la recuperación de la ciudad donde murió Cristo, sino que los príncipes franceses e italianos conseguirían crear auténticos principados feudales en Oriente, los cuales llegarían a sobrevivir hasta dos siglos después. Las puertas del Templo de Salomón habían sido testigo de la mayor hazaña cristiana hasta la fecha, pues los cruzados habían podido demostrar que cualquier guerrero que se amparase en la Salvación Divina era capaz de vencer en todas las batallas. Sin embargo, el futuro acabaría demostrando que Oriente Próximo no era tan fácil de dominar.
Bibliografía
- Asbridge, Thomas (2019). Las cruzadas: una nueva historia de las guerras por Tierra Santa. Barcelona: Ático de los Libros.
- Maalouf, Amin (2012). Las cruzadas vistas por los árabes. Madrid: Alianza Editorial.
- Rubenstein, Jay (2012). Los ejércitos del cielo: la Primera Cruzada y la búsqueda del Apocalipsis. Barcelona: Ediciones de Pasado y Presente.
Comments (2)