Introducción
En la amplia tradición literaria romana, el espacio para las festividades cuyas raíces se hunden y mezclan con la leyenda era algo muy habitual. El intento por dar sentido al presente a través del pasado era incipiente en la narrativa de los autores que reconstruyeron la historia de la ciudad eterna. Así de esta forma surgían ceremonias justificadas por un relato “histórico” como la que traemos hoy: el supplicia canum.
¿Qué es el supplicia canum o “castigo de los perros”? Fue un sacrificio realizado cada año en la Antigua Roma en el que se colgaban perros vivos. No sabemos cuando sería la fecha exacta de la celebración de este ritual, pues no ha quedado constancia de ello en los calendarios romanos existentes. Una fuente tardía, el historiado bizantino Juan Lido en su obra De Mensibus (IV, 114) que recogía una lista con las diferentes festividades anuales da la fecha del 3 de Agosto. Sin embargo, quizás sería más aceptable sostener la fecha del 19 de Julio, el día que los galos intentaron el asalto al capitolio.
Los perros duermen, los gansos salvan el capitolio
En dicha procesión, unos gansos eran decorados con oro y púrpura siendo honrrados. Pero, ¿Por qué motivo se les distinguía con este trato? Debemos trasladarnos a finales del siglo IV a.C., y en concreto al año 390/387 a.C. cuando Roma fue asediada por los galos celtas del rey Breno. Según nos cuenta autores como Diodoro Sículo (XIV, 116, 6), Dionisio de Halicarnaso (XIV, 8), Claudio Eliano (De nat. Ani., XII, 33) Plutarco (Cam. XXVII, 2-3) y Tito Livio (V, 47, 4-5) tras la derrota romana en la batalla de Alia, los galos entraron a la ciudad de Roma y la saquearon, a la vez que incendiaban parte de ella. Sin embargo, cuando los saqueadores galos se propusieron asaltar el capitolio – en la tranquilidad de la noche – ascendiendo por una roca escarpada (Roca Tarpeya) cuando estaban casi en la cima y tras pasar desapercibidos para los centinelas[1] y los perros despertaron a los gansos[2] consagrados en el templo de Juno.
De las cinco fuentes que aluden al episodio, solo Claudio Eliano, Plutarco y Tito Livio mencionan a los perros.
Así, Plutarco[3] (Camilo, XXVII, 2-3) nos narra el episodio de la siguiente forma:
“Así pues, los primeros habían alcanzado la cima y estaban dispuestos como para de un momento a otro asaltar el muro y sorprender a los centinelas dormidos. Pues nadie se dio cuenta, ni hombre ni perro. Sin embargo, había unos gansos sagrados en el templo de Juno, que en otro tiempo se alimentaban muy bien, pero entonces, cuando ya con dificultades los víveres apenas les bastaban a ellos, estaban bastante descuidados y en una situación lamentable Este animal tiene un oído muy fino y es asustadizo. Y aquéllos, como además estaban despiertos y nerviosos por el hambre, sintieron enseguida el ataque de los galos y dirigiéndose hacia ellos a la carrera y con graznidos, los despertaron a todos”.
Por su parte, Tito Livio (V, 47, 4-5):
“… llegaron hasta la cima en tan profundo silencio que no sólo bularon a los centinelas, sino que ni siquiera despertaron a los perros, animales atentos a los ruidos nocturnos. No pasaron desapercibidos a los gansos, a los que no se tocaba, a pesar de la agudísima falta de alimentos, por que estaban consagrados a Juno. Esta circunstancia significó la salvación, pues sus gañidos y el sonoro batir de sus alas despertaron a Marco Manlio…”
Por último, Claudio Eliano (XII, 33) nos detalla de forma específica las virtudes de los gansos y los defectos de los perros para la vigilancia:
“Los perros son menos útiles que los gansos para ejercer la vigilancia, y esto lo descubrieron los romanos… Manlio y la ciudadela de Júpiter hubieran sido capturados de la manera más ignominiosa, de no haber sido por la presencia casual y el alboroto de unos gansos. Los perros, ante la comida que les echaron, se callaron, pero los gansos —es propio de ellos gritar y hacer algarabía cuando se íes echa algo para que coman—, con su clamor, hicieron levantar a Manlio y a la guardia que dormía con él..”
En las diferentes versiones, el aviso de alerta de los gansos – ya fuera por tener el sueño ligero o por ser alimentados por los galos – despertó al ex-cónsul Marco Manlio Capitolino que un acto de heroico y con la ayuda de sus camaradas logró hacer retroceder la ofensiva gala despeñando a los enemigos por la roca escarpada por la que estaban subiendo al Capitolio.
Ritual de castigo: la procesión ignominiosa
Por los testimonios de las fuentes, sabemos que esta festividad tendría un recorrido definido.La procesión cuyo trazado conocemos por Plinio el Viejo (XXIX, 57) se iniciaría en el templo de la Juventud, cuya posible explicación residiria en que Marco Manlio, el héroe en la defensa del capitolio habría estado al mando de la iuventus; es decir todos los jóvenes en edad de combatir que habían sido trasladados a la ciudadela junto a lo senadores más vigorosos y las mujeres. Posteriormente continuaría su trayecto hasta el de Sumano[4], ubicado en las inmediaciones del Circo Máximo.
Esta procesión tenía dos claros protagonistas: los gansos y los perros. Los gansos consagrados a Juno y salvadores del Capitolio como premio iban adornados de oro y púrpura desfilando entre la multitud transportados en una litera lujosa. Ahora bien, ¿Cómo desfilaban los perros? ¿Cuántos era en número?, y por último, ¿Cuál era el instrumento empleado en su castigo?
Plinio el Viejo (XXIX, 57) nos dice que los perros eran colgados vivos en una furca u horca de saúco. Pero, ¿Qué es una furca? Como bien cita E. Cantarella (1996: 186) la furca de amplio uso en época republicana e imperial, se trataría de un instrumento de castigo realizado en madera con forma de Y o V –ya fuera esta la forma natural o clavando dos maderos al suelo adoptando la forma–. Según E. Cantarella (1996: 190) este castigo no estaba diseñado para dar muerte al culpable, sino que era utilizado para darle “ el paseo ignominioso” o si la culpa era muy grave podría derivar en el suplicium more maiorum, reservado al parecer para los traidores siendo fustigado hasta la muerte.
Por ejemplo, Marco Manlio Capitolino que pasó de héroe a traidor en una de las versiones de su muerte transmitida por Aulo Gelio (XVII, 2, 14) es condenado a este castigo. O bien, podría ser fustigado hasta el lugar donde recibiera la pena capital de acuerdo a la ley. Habitualmente estos maderos procedían del denominado “arbor infelix”, una especie que no da frutos y está asociado a la mala fortuna y las deidades infernales. En este sentido Plinio el viejo especifica que era “una horca de saúco”.
Claudio Eliano (XII,33) simplemente nos cuenta que los perros son anualmente castigados en memoria por su doble traición: no alertar a los centinelas y, según este autor y también Plutarco (Sob. Fort. Rom., XII) por ser la causa de su traición recibir la comida que los galos les habían echado. Del pasaje que dedica Eliano tenemos otra versión de la procesión. Según Eliano, por su traición cada año sufren la pena de muerte los perros, mientras “un ganso es honrado llevándolo con gran pompa en una litera”.
El gramático del siglo IV d.C. Servio en su comentario a la Eneida de Virgilio, In Vergilii Aeneidos (VIII, 652) nos ofrece una pequeña variación de la historia. Este autor nos dice que el castigo reservado a los perros no fue la furca que nos cita Plinio el viejo, sino que en su lugar fueron crucificados. Por su parte, en lo referente a los gansos, especifica que eran varios los que adornados de oro y púrpura eran transportados en literas. Por último, Plutarco en Sobre la fortuna de los romanos (XII) nos dice que en la procesión unicamente se lleva un perro empalado en una estaca “stauros”, y un ganso ganso sentado con toda solemnidad en una lujosa litera portátil.
De esta manera, podríamos suponer que a partir del episodio del Capitolio, estaría prohibido que los perros habitasen en el junto a los gansos sagrados. Sin embargo, un autor cristiano llamado Arnobio en su obra Adversus nationes (VI,20) hace referencia a la permanencia de gansos y perros en el Capitolio, pero sin referencia alguna a ninguna celebración o festividad. Por último, otro historiador cristiano llamado Ambrosio en su obra Hexameron (V, 13, 44) indican que los gansos permanecían todavía en el siglo IV d.C. recibiendo sacrificios, pero tampoco menciona ninguna ceremonia relacionada con el supplica canum.
¿Qué podría significar el sacrificio de perros?
En primer lugar, no debemos confundirnos y pensar que los romanos odiaban a los perros, y por tanto caer en un error. El supplicia canum según lo transmitido por las fuentes sería una advertencia para todos los perros que ejercian la guardia; algo así como no te quedes dormido perrito, hazme el favor. Que los romanos sentían especial aprecio por los perros lo demuestra la dedicación de tumbas. Así lo demuestra una inscripción procedente de Roma (CIL VI, 19190) fechada entre los siglos I-II d.C.
Otros ejemplos de la buena estima que tenían los romanos sobre los perros, y en concreto como guardianes nos los ofrece Claudio Eliano (XI, 20) que nos cita un episodio de unos perros guardianes de un templo, cumpliendo bien sus tareas, y además tienen la virtud de distinguir entre ladrones y visitantes:
“En Sicilia está la ciudad de Ádrano como dice Ninfodoro, y en ella el templo de Ádrano, divinidad local. Dicen que este dios se hace verdaderamente presente. Y todo lo demás que sobre él dice, y la manera de hacerse presente y cuán benigno y propicio es para con los que le invocan, lo sabremos en otra ocasión. Más ahora diremos lo siguiente.
Hay unos perros sagrados, y que son servidores y ministros del dios, los cuales superan en hermosura y en tamaño a los perros Molosos, y hay por lo menos mil. Estos animales durante el día saludan y acarician a los que penetran en el templo, sean extranjeros o nativos; pero, durante la noche, conducen, a manera de guías y conductores, con mucha amabilidad, a los que ya están borrachos y van dando tumbos por el camino llevando a cada uno hasta su propia casa, mientras que infligen su correspondiente castigo a los borrachos que se extralimitan, porque saltan sobre ellos y les desgarran los vestidos, escarmentándolos hasta tal punto; pero a aquellos que intentan robar los despedazan con toda ferocidad”.
Otro pasaje de Claudio Eliano (XI,3) sigue la misma línea que el anterior:
“En Etna de Sicilia se venera el templo de Hefesto, y hay un recinto, árboles sagrados y fuego inextinguible e insomne. Hay también perros sagrados en torno al templo y al bosquecillo, los cuales saludan y hacen fiestas a todos los que van al templo y al bosquecillo con honesta intención y en la debida forma, corno si los animales sintieran simpatía por los visitantes y los reconocieran. Pero al que tiene sus manos impurificadas por el crimen, le muerden y despedazan, mientras que se limitan a echar fuera a los que vienen del cubil de la deshonestidad”.
Queda claro, por tanto, que para los romanos los perros no eran animales desleales y despreciables. Estos pasajes suponen la exposición de las virtudes serviles y amables con las personas e introduce a la vez la dualidad del perro como animal de compañía y protector y su carácter agresivo (Kobayashi, 2011: 24). Un claro ejemplo lo tenemos en los mosaicos con temática perruna, siendo muy reconocido uno de Pompeya hallado en Casa del Poeta Trágico en la Regio VI, Insula 8, nº 5 con la expresión caue canem “cuidado con el perro”.
Sin duda, el asedio del capitolio dejaría una huella negativa para la historia de Roma como intentaron reconstruir todas las fuentes que hablan de él. No debemos olvidar, en este sentido, que todas las fuentes escritas que describen el ataque galo son bastante posteriores a los hechos que narran, y por tanto, hay una buena dosis etiológica en la construcción de la leyenda.
Ahora bien, ¿Tenemos más noticias de ceremonías con los perros como protagonista o parte de ellas? La respuesta es afirmativa, y muestra de ello es el gran peso que ejerció este animal en la superstición en la literatura latina (Burriss 1935: 32:42). En primer lugar, Plutarco (Rom. XXI, 8) nos cuenta que en la festividad de las Lupercalia dedicada en honor de Fauno cada 15 de Febrero, los lupercos sacrificaban un perro. No tiene muy claro, por otra parte, cual es el motivo, aunque señala como posible la expiación.
Plinio (XXIX, 58) nos cuenta que en Roma, los perros eran usados como víctimas en los sacrificios de expiación. Las víctimas como los perros que eran sacrificadas no se consumían, al igual que sucedía por ejemplo con el caballo de Octubre que se ofrecía a Marte Una segunda ofrecida por Plutarco (Rom. XXI, 10) versión alude al posible sacrificio en agradecimiento a la loba que salvo y crío a Rómulo, pues considera a los perros enemigos de los lobos. Otras celebraciones, en este caso relacionadas con la agricultura también tenían como protagonistas a los perros[5].
Así sucedía en la celebración de las Robigalia[6] dedicadas al dios Robigo[7] para proteger del tizón a los cereales (Aulo Gelio, V, 12, 14; Varrón, Lat. VI, 16; Rust. I, 1, 6). Tertuliano (Spect. V, 8) atribuye su origen al rey Numa Pompilio. Se trata de un festival realizado el 25 de Abril (Grimal, 2008: 388). Esta festividad la aparece inscrita en los Fasti Praenestini (AE 2007, 312) donde se nos cuenta que una procesión desfila a 5 millas de la Vía Claudia, en cuya celebración se incluyen sacrificios y juegos para jóvenes.
Por su parte, Ovidio en sus Fastos (IV, 905) nos cuenta que en este festividad se ofrece a Robigo en sacrificio las entrañas de un perro y las de una oveja para asegurar la prosperidad de las cosechas y alejar las enfermedades de los cultivos. Una procesión de personas vestidas de blanco reccoría la Vía Claudia. hasta llegar al bosque sagrado del dios, donde el Flamen de Quirino, que presidía la procesión, pronunciaba una plegaria, pidiendo a Robigo que el añublo que amenazaba los cereales pasase a las armas, llenándolas de herrumbre, y así reinaría la paz (Contreras et alii 1992: 176). A continuación quemaba incienso en el altar y como sacrificio ofrecía las entrañas de una oveja y un perro. Ovidio (Fast. 941-942) nos describe el sacrificio de esta manera:
“Esto dijo; en la mano derecha tenía un mantel desflecado y una tinaja de vino …y las entrañas repulsivas (que yo vi) de una perra inmunda echó en los fuegos. Luego me dijo: preguntas por qué se ofrec:e una víctima desacosturnbrada en esta ceremonia?» (yo ,se lo había preguntado). «Escucha la razón -dijo el flamen-. Hay un perro, que Ilaman Icario, y cuando esta constelación se levanta, la tierra se abrasa y se seca, y la mies madura más pronto. En lugar del perro estelar, ponemos en el altar este perro, y nada excepto el nombre es la razón de su muerte”
Otra festividad relacionada con el sacrificio de perros y la agricultura es citada por Plinio (XVIII, 14) denominada como “augurium canarium” o augurio del perro. Dicha ceremonia de origen oscuro implicaba el sacrificio de perros rojos como nos transmite Festo (858 L) recogiendo lo citado por Cayo Ateyo Capiton[8] que lo denomina “canarium sacrificium”.
La funcionalidad de esta ceremonía como nos transmite Servio (Ad. Georg. IV, 424) y Ovidio (Fastos IV, 936-942) es aplacar la fuerza de la constelación del perro (Sirio) justo en el momento en que las cosechas han alcanzando su madurez. El sacrificio era realizado por un flamen cerca de la Porta Catularia en una fecha situada a finales de verano cuando los cultivos estaban amarilleando (Contreras et alii 1992: 17). Esta ceremonía, al parecer tendría un doble componente como se desprende de sus dos denominaciones: augurio y sacrificio. Por este motivo como señala Plinio (XVIII, 3, 5) los días para el sacrificio debían ser fijados: “Para sacar presagios por el sacrificio de un perro, tomar antes de que el maíz salga de la vaina”.
Por tanto, la fecha señalada sería la primavera. Así, los augures habrían fijado la fecha de la ceremonía, mientras el flamen realizaría el sacrificio el día fijado. Por lo expuesto, observamos similitudes entre las robigalia y el augurium canarium, pues de ambas ceremonias mágicas se desprende un carácter apotropaico para prevenir desastres, en este caso las relacionadas con las cosechas, y en especial con el trigo. De hecho, algunos autores han planteado la posibilidad de que se trate de la misma festividad, denominándola como fiesta mobil dentro del calendario romano (Delatte, 1937: 93-102).
Conclusiones
En conclusión, el uso del perro como víctima en las ceremonias romanas para ahuyentar malos presagios es un hecho contrastado. No obstante, los romanos no consideraban a este animal como un ser despreciable, sino que formaba parte del complejísimo aparato de ritos mágicos y supersticiosos en los que la sociedad romana cimentaba parte de su tradición. El caso del supplicia canum no dejaría de ser un ritual donde los romanos recordaban de forma anual un acontecimiento histórico trágico para ciudad según el relato de las fuentes.
Bibliografía
- E. Cantarella (1996), Los suplicios capitales en Grecia y Roma. Orígenes y funciones de la pena de muerte en la antigüedad clásica. Madrid: Ediciones Akal.
- E. Edward Burriss, “The Place of the Dog in Superstition as Revealed in Latin Literature”, Classical Philology, Vol 30/1 (1935), pp. 32-42.
- J. Contreras Valverde; G. Ramos Acebes e I. Rico Rico (1992), Diccionario de la Religión Romana. Madrid: Ediciones clásicas.
- M.A. Kobayashi (2011), “Representaciones e imaginarios perrunos: desde Grecia hasta la conquista de América”, Universum, 26/2, pp. 11-48
- P. Grimal (2008), The Concise Dictionary of Classical Mythology. Oxford: Basil Blackwell.
- L. Delatte (1937), “Recherches sur quelques fêtes mobiles du Calendrier romain”, L´antiquité classique, 6/1, pp. 93-117. DOI : https://doi.org/10.3406/antiq.1937.3042
Fuentes
- Arnobio, Adversus Nationes. En pugna con los gentiles. Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid, 2003.
- Ambrosio, Hexamerón. Consultado en: https://www.wdl.org/es/item/13459/
- Aulo Gelio, Noches Áticas. Libros XI-XX. Volumen II. Introducción, traducción, notas e índices de Manuel-Antonio Marcos Casquero y Avelino Domínguez García. Universidad de León, 2006
- Claudio Eliano, Historia de los animales. Libros XII. Traducción y notas de Jose María Díaz-Regañón López. Editorial Gredos. Madrid, 1984.
- Ovidio, Fastos. Introducción, traducción y notas de Bartolomé Segura Ramos. Editorial Gredos. Madrid, 1988.
- Plinio el viejo, Historia Natural. Libro XXIX. Consultado en: http://www.historia-del-arte-erotico.com/Plinio_el_viejo/libro29.htm
- Plutarco, Vidas paralelas I-II. Introducción general, traducción y notas de Aurelio Pérez Jiménez. Editorial Gredos. Madrid, España. 2008.
- Plutarco, Sobre la fortuna de los romanos. Consultado en: https://penelope-uchicago-edu.translate.goog/Thayer/E/Roman/Texts/Plutarch/Moralia/Fortuna_Romanorum*.html?_x_tr_sl=en&_x_tr_tl=es&_x_tr_hl=es&_x_tr_pto=ajax,sc#12
- Servio, In Vergilii carmina comentarii. Servii Grammatici qui feruntur in Vergilii carmina commentarii; recensuerunt Georgius Thilo et Hermannus Hagen. Georgius Thilo. Leipzig. B. G. Teubner. 1881. Consultado en: http://www.perseus.tufts.edu/hopper/text?doc=Perseus%3Atext%3A1999.02.0053%3Abook%3D8%3Acommline%3D652
- Tertuliano, De Spectaculis. Consultado en: ULPGC. Biblioteca Universitaria. 2006
- Varrón, La Lengua latina. Libro V Introducción, traducción y notas de Luis Alfonso Hernández Miguel. Editorial Gredos. Madrid. 1998.
- Varrón, Rerum Rusticarum Libri III. Traducción y comentarios de José Ignacio Cubero Salmerón. Junta de Andalucía. Consejería de Agricultura y Pesca. Sevilla. 2010.
[1] En unas versiones se menciona que por que estaban dormidos, y en otras por un exceso de confianza en la seguridad que aportaba la orografía natural de defensa de la ciudadela del capitolio.
[2] Diodoro Sículo (XIV, 116, 6) en su relato menciona a las ocas de Hera.
[3] Plutarco también en Sobre la fortuna de los romanos (XII, 325c) y Cuestiones romanas (XCVIII, 287c) menciona que los perros estaban durmiendo.
[4] Se trata de una deidad de posible origen etrusco, asociado en ocasiones con Júpiter. Su templo fue construido hacia el 278 a.C. cerca del Circo Máximo.
[5] Para ampliar información sobre el papel del perro en la superstición de la literatura latina, véase por ejemplo E. Edward Burriss, “The Place of the Dog in Superstition as Revealed in Latin Literature”, Classical Philology, Vol 30/1 (1935), pp. 32-42.
[6] Esta ceremonia con la llega del Cristianismo fue sustituida por las letanía mayores de San Marcos, celebradas el mismo día, realizándose una procesión y se pedía la bendición divina de los campos.
[7] Divinidad agraria que produce la royuela y el tizón de los cereales y la herrumbre de los metales. Hay ciertas discrepancias sobre su sexo, pero lo que sí parece cierto es que se trata de una sola divinidad, no de una pareja de dioses. Tenía un lucus a cinco millas de Roma.
[8] Fue un senador y cónsul en época de Augusto y Tiberio que destacó por ser uno de los más importantes juristas de su época.