Decía el alma de Patroclo a su amado Aquiles: “¿Duermes, Aquiles, y me tienes olvidado? Te cuidabas de mí mientras vivía, y ahora que he muerto me abandonas” (Libro XXIII, Iliada, Homero). Vivimos de espaldas a la muerte y los muertos. Hacemos como que no existen, salvo cuando rememoramos aquellas cosas que nos marcaron de ellos en vida.

Los cementerios son lugares sagrados que suscitan sensaciones desde la ataraxia al morbo más incomprensible. En nuestra sociedad, fruto de un proceso de aculturación evolucionado y transformado, visitamos una vez al año a nuestros difuntos, aunque hay quien lo hace más veces.

Sin saberlo, el simple gesto de poner flores a los difuntos, a nuestros antepasados, a familiares fallecidos que, en ocasiones, ni llegamos a conocer, podría llevarnos a un viaje en el tiempo a través de la memoria de la humanidad misma. Esto se debe a que nuestra manera de ser y de vivir no surge de un vacío del cual, de repente, una señal estimula nuestras neuronas. Todo lo aprendemos de manera social y se va formando, como nuestra identidad, con las vivencias y experiencias sensoriales y cognitivas de nuestra vida.

En este artículo volveremos a otra época, otra cultura, otro momento, e intentaremos ver cómo sus fantasmas siguen persiguiéndonos a día de hoy.

Nuestros muertos están muy vivos

Aunque el término religión viene del latín ‘religio’, la verdad es que religiones hay muchas y de muchos tipos, desde el naturalismo más primitivo a la iconodulia (culto a las imágenes) más actual y perceptible en nuestra sociedad; aunque tampoco el culto a las imágenes podemos decir que sea algo nuevo.

El culto a los antepasados es casi tan antiguo como el tiempo mismo. Se ha dudado bastante sobre cuando empiezan los ritos de inhumación en el género Homo, ya que atendiendo a los criterios que escojamos podríamos remontarnos a hace 400.000 años, a la Sima de los Huesos en Atapuerca, donde se encontraron los restos de 28 de Homo Heidelbergensis de distintas edades que pertenecían a la misma familia. Hay quien piensa que detrás de este hallazgo pudiera haber un sentido ritual que se reforzaría con el hallazgo de Excalibur, un hacha bifaz en cuarcita roja.

Como suele suceder en estos casos, hay quien duda de que verdaderamente hubiera un sentido simbólico detrás de todo esto y prefiere moverse en cronologías más cercanas junto con una especie más próxima cronológicamente a la nuestra como es el Homo Neanderthalensis hace 50.000 años.

Fig. 1: Recreación de un enterramiento neandertal, como en la Sima de las Palomas (Murcia). Fuente: prehistoriaaldia.blogspot.com

En el tránsito del Neolítico a la Edad del Bronce, también veremos una vida funeraria bastante rica con varios rituales de inhumación, cremación o sistemas mixtos. Pero lo que de verdad nos ocupa en este artículo va a ser la Edad Antigua, y, en concreto, la cultura funeraria grecorromana.

Toda persona que fallece para las sociedades antiguas se convierte en un ser al que rendir culto. Este se convierte en una divinidad cuando su alma sale del cuerpo a través del último aliento y va a parar al Hades, un lugar donde los espíritus perviven a través de los ritos que les rinden sus familias. Fustel de Coulanges inicia su obra “La Ciudad Antigua” (1864) explicando la organización familiar y defiende que la familia surge de la necesidad de rendir culto a los muertos. Esto se debe a que las religiones de la Antigüedad son cultos colectivos con ritos grupales, y por ello no es una idea de salvación personal la que generan, sino una idea de salvación colectiva. De esta manera, lo peor que puede pasar es que se extinga una familia porque los muertos ya quedan sin culto.

Gritos de ultratumba grecorromanos

“…las almas de los difuntos: esposas y solteras y los ancianos que tienen mucho que soportar; tiernas doncellas con el ánimo afectado por un dolor reciente y muchos alcanzados por las lanzas de bronce, hombres muertos en la guerra con las armas ensangrentadas.”

Libro XI, Odisea, Homero

El mundo antiguo era en esencia un mundo mágico, en el sentido de que lo natural y lo sobrenatural convivían como una realidad histórica para las personas de la Antigüedad. Pero no nos engañemos, la verdad es que el más allá era un tema tabú. El simple hecho de mentar a una deidad del inframundo ya estaba visto como algo nocivo para la sociedad, pues con ello podías tentar a una muerte cercana.

Para conocer cómo era este mundo de ultratumba debemos recurrir a las fuentes literarias, ya que estas nos ofrecen una variedad de testimonios y relaciones con la muerte de lo más fascinantes. Sin embargo, debemos tener en cuenta que el trato con los muertos siempre tenía un coste[1] y se necesitaba de un mago (o practicante de conjuro) que pedía la asistencia de un demon[2].

Pero, primero, conozcamos cuales son los 3 tipos de espectros o “muertos inquietos” que suelen ser mentados en las defixiones[3] y otras maldiciones:

  • Aquellos que tuvieron su final antes de que la parca lo marcase son conocidos como aôroi, ya que tuvieron una muerte prematura (o mors immatura). Dentro de este grupo podemos encontrar una serie de difuntos variopintos: jóvenes que murieron antes del matrimonio (innupti), mujeres que murieron durante el parto, así como también bebés y niños.

En las Odas y Épodos de Horacio, encontramos el caso de un niño, que va a ser utilizado en un ritual por la bruja Canidia y sus compañeras, se descara y les dice: “…apareceré, muerto a vuestras manos, como Furor el nocturno, sombra que os arañe con sus corvas uñas, porque tal pueden los Manes; me sentaré sobre vuestro inquieto pecho y os traeré insomne pavor” (Hor. Epod. V, 91-96. Traducción a cargo de M. Fernández Galiano y V. Cristóbal. Madrid, Ed. Cátedra, 1990). También lo podríamos relacionar con el fenómeno de la parálisis del sueño, ya que en las alucinaciones descritas por los afectados normalmente se ve un ánima presionando el pecho y eso causa miedo.

  • La segunda categoría de muertos es la que corresponde a aquellos que una vez muertos, no recibieron unas correctas honras fúnebres o directamente no fueron enterrados (ya sea total o parcialmente). Se les conoce por los nombres de atélestoi, ataphoi o insepulti. Los testimonios en la literatura son de lo más variados. Por ejemplo, en la Odisea de Homero, vemos cómo se le aparece el alma de Elpénor a Odiseo que quería recibir las correctas honras fúnebres para no tener que esperar tanto en su tránsito al más allá:

“No te vayas dejando mi cuerpo sin llorarle ni enterrarle, a fin de que no excite contra ti la cólera de los dioses; por el contrario, quema mi cadáver con las armas de que me servía y erígeme un túmulo en la ribera del espumoso mar, para que de este hombre desgraciado tengan noticia los venideros.”

Hom. Od. XI, 70-80. Traducción al castellano de L. Segalá y Estalella, para la Colección Austral (Vol. 70), Ed. Espasa, Madrid 2003 (1951).

Otro caso nos lo da Virgilio en la Eneida cuando describe el Inframundo:

espíritus malignos
Fig. 2: Caronte lleva las almas a través del río Styx – Alexander Dmitrievich Litovchenko (1861). Fuente: Pinterest.

“Toda esa turba es la infeliz partida de insepultos. El barquero es Caronte; los que bogan, los al fin sepultados. No es posible pasar el ronco estero hacia la horrenda eterna playa, si antes su descanso no han logrado los huesos en su tumba.”

En. VI, 464-473. Edición de J. C. Fernández Corte. Madrid, Ed. Cátedra, 2006 (1990).
  • Por último, tenemos a los conocidos como biaiothánatoi o saeuus finis, es decir, aquellos que tuvieron un final bastante aciago y lleno de violencia. Cuando hablamos de biaiothánatoi lo hacemos para referirnos a los suicidas, los ajusticiados, los asesinados o los muertos que perecieron en campos de batalla. Este sin lugar a dudas es la categoría más transversal y macabra, porque se pueden mezclar los dos tipos anteriores con este.

Tanto los muertos prematuros como los violentos eran temibles. Esta creencia estaba tan arraigada en el imaginario colectivo que los dotaba de una fuerza sobrenatural a la que respetaban. La muerte era vista como un suceso natural con el que tenían que convivir, y nunca estaba de más tratar el tránsito al más allá con el debido decoro. Nadie quería que los espíritus (lemures o larvae) lo persiguieran ni enturbiaran su vida diaria.

¿Cómo rendir culto a los dioses manes y evitar problemas?

En toda domus o insula romana que se precie rendían culto a 3 tipos de divinidades: los dioses lares (los dioses a los que la familia rendía culto), los dioses penates (dioses de la despensa) y, los que nos atañen, los dioses manes (espíritus de los antepasados que protegían el hogar). Aunque suele haber discrepancias sobre el origen de estas divinidades[4], lo cierto es que nos dejan ver la complejidad y lo íntimo que era el culto romano si lo comparamos con Grecia.

Fig. 3: Recreación de un larario romano en el Bible Museum de Njimegen (Países Bajos). Fuente: Wikimedia Commons.

Apuleyo nos explica en su De Deo Socratis quienes son estos manes y cómo se originan:

“El espíritu del hombre después que ha salido del cuerpo pasa a ser o se trasforma en una especie de demonio que los antiguos latinos llamaban lemures. Las almas de aquellos difuntos que habían sido buenos y tenían cuidado y vigilancia sobre la suerte de sus descendientes, se llamaban lares familiares pero las de aquellos otros inquietos, turbulentos y maléficos que espantaban los hombres con apariciones nocturnas se llamaban larvae y cuando se ignoraba la suerte que le había cabido al alma de un difunto, es decir, que no se sabía si había sido trasformada en lar o en larva, entonces se la llamaba mane.”

El culto a los manes no estaba dirigido por ningún sacerdote dentro de la distribución sacerdotal romana, sino que era el mismo pater familias (el cabeza de familia) el que organizaba y oficiaba las ceremonias religiosas y ofrendas, siempre dentro de las propias viviendas.

Cuando un familiar moría, su alma, que escapaba de su cuerpo a través del último aliento vagaba hasta recibir sepultura y culto. En las casas, aquellos que se convertían en dioses manes tenían un altar. Las buenas personas, pero sobre todo, para qué engañarnos, los hombres, pasaban a ser divinidades del hogar y por eso en sus sepulcros se encomendaban a los dioses manes inscribiendo en sus lápidas la fórmula D. M. (S.) o “Diis Manibus (Sacrum)”.

Fig. 4: Lápida romana del siglo II d.C. encontrada en Alcalá del Río (Sevila), que se conserva en Museo Arqueológico de Sevilla. Fuente: Atlantiká (blog de la materia cultura clásica y latín).

De normal, para que pudieran seguir tranquilos en el Inframundo, los espíritus de los difuntos debían recibir culto, como durante la Parentalia (13-21 de febrero), o mediante algún tipo de sacrificio, o sucedáneo, o libación: sangre humana o animal, así como vino (como sustituto). Por supuesto, los sacrificios los llevaban a cabo los esclavos, ya que entrar en contacto con la sangre te manchaba espiritualmente y te volvía impuro. De ahí que, por ejemplo, las mujeres fueran apartadas de los ritos o no se les permitiera asistir cuando menstruaban.

Cuando los espíritus malignos atacan

La mayoría de las desgracias que acontecen a una comunidad o a una persona vienen dadas por los espíritus malignos conocidos como lemures, larvae, estriges, muertos maléficos, etc. Estos necesitan alimentarse, en primer lugar, porque no reciben sacrificios por parte de ningún familiar.

Por este motivo y no otro, que un linaje se extinguiera podía ser perjudicial porque sus muertos dejaban de recibir sacrificios y podían acabar produciendo toda una serie de penurias: muertes, accidentes, epidemias, enfermedades, raptos, esterilidades y apariciones.

A modo de protección, los seres vivos podían realizar varias acciones con efectos apotropaicos[5]. En primer lugar, durante la Lemuralia o fiesta lemuria (celebrada los días 9, 11 y 13 de mayo), una festividad en relación con la Parentalia, el pater familias intentaba aplacar a los lemures con un ritual concreto que nos describió Ovidio[6] en sus Fasti:

Fig. 5: Recreación del rito que el pater familias llevaba a cabo durante la Lemuralia. Fuente: Antigua Roma al día (Facebook).

“Cuando se haya lavado las manos en agua de una fuente limpia, se dará la vuelta, tras tomar frijoles negros y arrojarlos tras él; al tirarlos, dirá: «Te ofrezco estos frijoles; con ellos, me redimo a mí y a los míos». Lo dirá nueve veces, sin mirar atrás: se supone que la sombra recogerá los frijoles y seguirá sus pasos, sin ser vista. Nuevamente toca el agua y hace sonar el bronce de Temesa, y le pide a la sombra que abandone su techo. Cuando haya dicho nueve veces: «¡Manes de mis ancestros, salgan!», mirará hacia atrás y juzgará que los ritos se han realizado conforme a las reglas.”

Publio Ovidio Nasón, Los Fastos, lib. V, 419-492.

Además, durante esta festividad, el resto de la población aplacaba a los espíritus malignos mediante ofrendas de grano y las vestales preparaban su famosa mola salsa para ofrecérsela. A lo largo de esta festividad, por razones de mal augurio, estaban prohibidas las bodas, se cerraban los templos y por las noches se golpeaban pucheros y címbalos de cobre.

Métodos de defensa contra los espíritus

Los romanos se defendían contra los muertos maléficos de diversos modos. Debemos comprender que las sociedades antiguas delimitaban el espacio y el tiempo de acuerdo a sus propias normas. El primer límite protector que se fijaban era el espacio del templo, ya que allí habitaba una divinidad principal y más poderosa que el espíritu. No obstante, la puerta, como apertura, era la zona más débil y, por tanto, te dejaba más desprotegido.

A continuación, el siguiente espacio para protegerte de los espíritus era el pomerium, un círculo sagrado que protege la ciudad y que fue establecido, presuntamente, por Rómulo. De nuevo, el punto más débil volverá a ser las entradas a la ciudad.

Fig. 6: Mapa de la antigua ciudad de Roma con el pomerium marcado en rojo. Fuente: Wikimedia Commons.

En una escala menor, tendremos el territorio cultivado, cuya protección estaba vinculada con unas deidades menores que se sacralizaban mediante ermitas. Sin embargo, era mejor alejarse del bosque, el desierto o el mar, ya que eran espacios fuera de las ciudades donde habitaban estos espectros, que podían apoderarse del cuerpo de animales como perros.

Las puertas son un lugar peligroso, y por ello todas las ciudades construían en sus puertas elementos con carácter apotropeico. Esto garantizaba su protección. Algunas plantas como el acanto, el laurel o el madroño también guardan un carácter apotropeo y ahuyentan a los espíritus.

Como ya vimos durante las Lemuralias, realizaban sonidos para ahuyentar a los espíritus. Esta creencia seguramente hunda sus raíces en tiempos prehistóricos cuando ahuyentaban a las alimañas mediante sonidos estridentes. Además, el hecho de que el ritmo de los ejércitos en batalla lo marquen algunos sonidos tampoco es casual. En las guerras no solo se enfrentaban los hombres, sino sus dioses, y mediante ruidos ahuyentarían a los espíritus.

De hecho, también se asocian estos ruidos a determinados metales como el cobre y la plata. De ahí que por ejemplo, las Iglesias tengan campanas de cobre, como efecto apotropaico.

También los adornos y colgantes hacen ruido y alejan a los malos espíritus. Cada vez que veas a tu bebé con un sonajero, piensa que probablemente lo estés protegiendo de los entes malignos. Por otro lado, los animales de las zonas rurales llevan cencerros y otros elementos que restañan y crean un sonido distintivo.

Los olores también marcan una relación con el mundo de los espíritus. Para ello, se utilizan todo tipo de ungüentos y perfumes, o la quema de incienso, incluso quemar la leña puede llegar a protegerte. Cuando en Roma entraba su ejército había toda una serie de altares con olores que rechazaban a los malos espíritus.

Otro elemento disuasorio de espíritus era el círculo, ya que es una superficie perfecta que protege de los males. Los círculos estaban presentes en la Antigüedad en casi todo; se corona a los novios, a los vencedores, a los reyes… Además, otro modo de alejar a los malos espíritus son los gestos obscenos. Ante cualquier peligro, la palabra es un elemento poderoso y puedes rechazar aquello que viene hacia ti con la palabra obscena.

Por último, los amuletos tienen también esa fuerza porque al llevar contigo la imagen de un dios es como llevar contigo al dios que te protegerá de los males que pueden acecharte. Y no solo imágenes del dios, sino que, por ejemplo, un diente de león te puede dar la fuerza del león y cosas similares. Todo ello bajo el principio mágico de la contigüidad.

Conclusiones

La sociedad grecorromana es más compleja de lo que se nos ha presentado de manera habitual. Adentrarse en el estudio de las mentalidades y los pensamientos místico-religiosos sin caer en la trampa de creerlos acríticamente, pueden suponer una fuente imprescindible para conocer a las personas en momentos de intimidad. Estos pensamientos y emociones se escapan de una concepción política de la Historia en la dialéctica de los Estados a la que nos tienen acostumbrados los libros de texto.

Sin embargo, quiero remarcar que ni siquiera la visión político-militar de la Historia ha sido una línea general en la historiografía, sino simplemente un aspecto más dentro de la complejidad que suponen los estudios históricos.

En resumidas cuentas, griegos y romanos han fundamentado varios aspectos de su vida diaria en creencias de ultratumba que difieren bastante de nuestro pensamiento actual, pero que podemos seguir viéndolo en festividades como el Setsubun nipón, el Samhain celta que evolucionó en Halloween, el Día de los Muertos mexicano o, simplemente, el día de Todos los Santos del cristianismo. Sin embargo, aunque nos hemos centrado en Grecia y Roma, otras muchas culturas también tenían creencias similares o, hasta incluso, ellos las incorporaron de otras culturas anteriores, como los persas, los egipcios, los fenicios o los asirios.

Bibliografía

  • Alfayé, Silvia (2018): ¿Quién quiere matar a un muerto? Violencia, magia y necrofobia en la antigua Roma. En Contreras, J.M., y Parejo, M.J. (coords.): Religiones: (no)violencia y diálogo. Valencia: 2018. Pp. 77-97.
  • Bernabé, Alberto & Macías Otero, Sara (eds.) (2020): Religión griega. Una visión integradora. Editorial Guillermo Escolar. Colección Análisis y Crítica.
  • Fontana Elboj, Gonzalo (2021): Sub luce maligna. Antología de textos de la Antigua Roma sobre criaturas y hechos sobrenaturales. Editorial Contraseña SC.
  • Hidalgo de la Vega, María José (2010): Larvas, lemures, manes en la demonología de Apuleyo y las creencias populares de los romanos. En ARYS, 8, 2009-2010, pp. 165-186.
  • Marco Simón, Francisco; Pina Polo, Francisco; Remesal Rodríguez, José (2009): Formae Mortis: el tránsito de la vida a la muerte en las sociedades antiguas. Publicaciones y ediciones de la Universitat de Barcelona.
  • Marques Gonzalez, Nestor F. (2021): ¡Qué los dioses nos ayuden! Religiones, ritos y supersticiones de la antigua Roma. Editorial S.L.U. Espasa Libros.
  • Martín Hernández, Raquel (2011): Invocaciones a los muertos en los textos griegos mágicos. En Martín Hernández, Raquel & Torrallas Tovar, Sofía (eds.): Conversaciones con la muerte. Diálogos del hombre con el más allá desde la Antigüedad hasta la Edad media. Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Madrid: 2011. Pp. 95-116.
  • Mediavilla, Daniel (2018): ¿Cuándo comenzaron los humanos a celebrar funerales? Un estudio pone en duda que dos acumulaciones de fósiles humanos de hace más de 300.000 años fuesen realizadas por humanos con intención simbólica. En El País (6 de abril 2018): https://elpais.com/elpais/2018/04/05/ciencia/1522948095_388069.html
  • Requena Jiménez, Miguel (2021): Los espacios de la muerte en Roma. Editorial Síntesis. Madrid.
  • Sánchez Natalías, Celia (2012): Muertos mágicos: defixiones en contexto necropolitano. En Antesteria. Debates de Historia Antigua. Nº 1. Pp. 117-226. Universidad Complutense de Madrid.

Notas a pie de página:

[1] La magia antigua se sostenía por el principio do ut des, es decir, «tanto das, tanto recibes». Es un principio de equivalencia muy similar al de los alquimistas. Se fundamenta sobre la relación pasiva que existía entre los dioses y el ser humano.

[2] Los demones son entidades supranaturales que no tienen en la Antigüedad un concreto y definido estatus. Los dioses pueden ser designados como demones en los textos así como las almas de los muertos.

[3] En latín, eran las tablillas de maldiciones (en griego se decía katádesmos). Estos textos rogando por venganza o causar mal, a una persona a un dios o varios (normalmente dioses del inframundo), se realizaban en finas hojas de plomo que luego se enrollaban, doblaban o clavaban. Luego, eran depositadas como parte de las paredes, arrojadas a pozos, lagos o se escondían bajo tierra.

[4] La versión clásica es que eran hijos de las Manías, deidades griegas que personificaban la locura y la demencia, y Hesíodo pensaba que eran héroes de la Edad de Plata (revisar las Edades del Hombre descritas por Hesíodo). Otras versiones afirman que son representaciones de los espíritus o genios que vivían en la naturaleza y fueron incorporados al imaginario romano.

[5] Apotropaico hace referencia al mecanismo de defensa contra las artes mágicas y lo sobrenatural.

[6] De hecho, Ovidio pensaba que este rito se remontaba a la fundación de Roma, cuando Rómulo pretendió aplacar el alma de su hermano Remo, al cual había asesinado violentamente.

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