Como diría el filósofo Zygmunt Bauman, la deriva de la sociedad actual hace que cualquier proceso histórico esté sujeto al cambio incluso antes de que se solidifique y consolide. La vertiginosa rapidez de los cambios sociales ha llevado a una sociedad líquida (concepto de Bauman) que provoca la incertidumbre de una sociedad que se refugia en una imagen del pasado estable y más clara. Un caso bastante claro sería el celtismo.
Ciertos colectivos y grupos de investigación se han enfocado en revisar teorías y tendencias historiográficas esencialistas al más puro estilo del positivismo del siglo XIX para darle sentido a su misma identidad. Deberá tenerse en cuenta que no pretendo señalar ni atacar a grupos de recreación histórica ni cualquier colectivo que investigue seriamente a los pueblos celtas u otras culturas de la Edad del Hierro.
Cuando hablemos del celtismo no lo haremos como un fenómeno histórico vinculado a la Edad de Hierro y la Antigüedad (la Galia, la Hispania prerromana, Britania…), sino que lo vamos a concebir como un fenómeno cultural contemporáneo vinculado a una reconstrucción de dicho pasado visto desde el siglo XIX hasta nuestros días.
La Edad del Hierro y la esencia de Europa
¿De dónde viene todo este apego hacia la protohistoria europea y su correspondiente Edad del Bronce y Edad del Hierro? Principalmente, de la visión en el imaginario colectivo de esta época como una especie de germen, que superó el “primitivismo” prehistórico y dio los primeros pasos, hacia las culturas propiamente históricas (hablando en plata: el mundo grecolatino).
De hecho, a muchas de estas culturas protohistóricas se las ha tenido en cuenta única y exclusivamente por sus “enfrentamientos” con Roma (el caso de los celtas, galos o los iberos, por ejemplo), o con la cristiandad medieval en tiempos de Carlomagno o de las invasiones vikingas.
Esto crea un potencial increíble en todas estas civilizaciones protohistóricas para transmitir valores que se consoliden en el imaginario colectivo. En resumidas cuentas, las dota de un gran poder sugestivo para el mundo actual.
La protohistoria está cargada de una especie de aura místico-legendario como puente de unión entre la Prehistoria y la Antigüedad, un lienzo en blanco para muchos en el que volcar las primeras esencias puras que coserían los mimbres de la civilización occidental.
Esta carga “esencial” (entendamos esencial como la potencialidad de rellenar el hueco espiritual que habría dejado el mundo actual) es la que provoca en bastantes aficionados de la Historia y estudiosos una fuerte fascinación. Podríamos aplicar lo mismo hacia el Medievo, del mismo modo que con Grecia y Roma (ya que pudiera parecer que “todo empezó con estas dos civilizaciones”), aunque la Edad Media por su vinculación con el cristianismo tenga más “de lo puramente europeo” que esas otras dos.
Así pues, no podemos dudar que existe cierta “nostalgia” hacia las “esencias perdidas” que de un modo romántico e idealizado hace que gran parte de la población necesite un poco más de espiritualidad en su rutina diaria y menos materialidad rutinaria.
Entonces, aparecen en escena: la Edad Media con sus caballeros de brillante armadura, nobles principios y fervor religioso; Grecia con los duros espartanos y su gran cultura filosófico-literaria; Roma con su grandeza y legiones… Creo que se entiende la idea general.
En todo eso, lo celta y lo vikingo encaja a las mil maravillas, ya que los tenemos por unos “guerreros furibundos e indomables”, con dioses terribles y oscuros y donde existe una comunión con la naturaleza y el simbolismo de los animales. No es de extrañar, pues, que la New Age los tenga en tan alta estima.
¿Cómo distinguir el celtismo del estudio del mundo celta?
El mundo céltico fue absorbido por la romanización, especialmente en las Galias e Hispania, las cuales a su vez sufrirán después las invasiones bárbaras y la germanización. Si a ello le sumamos el componente cristiano acabaremos teniendo un mundo celta bastante laminado y diluido en las fuentes, con una gran dificultad para su conceptualización.
No obstante, siempre encontraremos “pequeños reductos”, finisterres atlánticos europeos, donde la romanización fue más débil y aun con las invasiones posteriores, podremos encontrar pervivencias del antiguo mundo céltico.
La etnoarqueología y la paleoetnología son muy importantes en todo este proceso porque nos ayudan a reconstruir ciertas creencias y mitos tomando como referencia la pervivencia de mitemas en el folclore popular que ha llegado hasta nuestros días así como la mitología celto-irlandesa, con su ciclo de Ulster, el Libro de las Invasiones, los guerreros fianna, etc.
Esto sería un esbozo de aquello que nos permitiría empezar a conocer o estudiar lo celta. Sin embargo, el celtismo no busca estudiar y comprender en profundidad con todos sus matices el mundo celta, sino la imagen idealizada y casi bucólica que se acopla con sus sesgos y creencias.
La relación entre celtismo y neopaganismo
El potencial épico y guerrero de las creencias y valores del mundo cultural de la Edad de Hierro, ha hecho que: primero, ante la falta de esencias claras, estas culturas tengan un potencial identitario muy poderoso; segundo, desde el siglo XIX, todas estas culturas hayan “renacido” en formas muy diversas como los “neopaganismos”, que planean recuperar las tradiciones europeas de la Edad del Hierro.
¿Pero esto es todo? Pues no. Guido von List y su germanismo místico y teosófico, hasta las sociedades “druídicas” de Gran Bretaña, William Butler Yeats y el nacionalismo pancéltico irlandés o la new age de los odinistas del Ásatrú escandinavo… Es que podemos rastrearlo desde una vertiente más intelectual como la de Alain de Benoist hasta una más rancia y racista como es el “wotanismo” de los grupos vinculados a la extrema derecha.
Y ya ni hablemos de la cultura popular… Música “celta” con gaitas, viking metal con canciones dedicadas a Thor, etc. Todo un batiburrillo apabullante, que puede contener elementos serios y rigurosos, junto con otros más delirantes y aberrantes.
Quiero dejar claro que en ningún momento he pretendido atacar a las personas que profesan una espiritualidad distinta a las normativas y que el “neopaganismo” es un fenómeno cultural bastante interesante, heterogéneo y, hasta incluso, poético.
Volviendo a lo celta, existen muchos aficionados a la céltica que siente una “nostalgia de las brumas y los druidas” con verdadero afán de aprender, así como profesionales que buscan un acercamiento riguroso y alejado de idealizaciones y mitos. Deseo, pues, mucha suerte a todos ellos, porque van a necesitar una gran capacidad crítica y una gran paciencia para formarse de manera honesta y rigurosa, y así poder transmitir ese conocimiento al público general.
Conclusión
Como conclusión, la fascinación del celtismo por el mundo celta y la Edad del Hierro esconde las claves para entender dónde se fundamentan muchas ideas políticas y filosóficas sobre la identidad de la cultura occidental. Estas culturas, envueltas en una narrativa épica, llaman a la acción a sus aficionados con el mismo ímpetu que el héroe clásico en la narrativa de Joseph Campbell y su héroe de las mil caras.
Por último, advertir que muchas de las obras que se publican con estos fines tienen una naturaleza falsaria y espuria que para lo único que sirven es para promocionar ciertos movimientos políticos actuales de manera interesada. A veces muy sutilmente y otras abiertamente. De ahí que el verdadero reto se encuentre en distinguir el grano de la paja para el aficionado amateur.
Bibliografía
- Alonso González, P., González Álvarez, D., & Marín Suárez, C. (2016). La Arqueología de la Edad del Hierro y el celtismo como recurso para la construcción de identidades contemporáneas en Asturias y León.
- Rodríguez García, G. (2020). El poder del mito. Editorial Almuzara.
- Reyes Mora, P. (2012): Paleoetnoarqueología de la Hispania céltica: etnoarqueología, etnohistoria y folclore como fuentes de la Protohistoria. UCM.
- Ruiz Zapatero, G. (1991): ¿Quiénes eran los Celtas? Los celtas en la Península Ibérica. Madrid.
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